Herbert Mujica Rojas
Ni siquiera el júbilo navideño logró contener la presencia de fantasmas nefastos y torpezas congénitas en una situación ocurrida en la vida real, triste, controvertida, discutible pero que incluye inteligencias de alto nivel en la teoría pero pusilánimes y de miedos recurrentes.
Tampoco el hecho fortuito de estar a miles de kilómetros evitó la intromisión del fantasma obsesivo que amenaza con destruir definitivamente un edificio levantado con ladrillos de sangre, sudor, tierra y lágrimas al decir de Winston Churchill.
El fantasma se mete y aprovecha todos los resquicios para sembrar inquietud, zozobra, dudas y mentiras en la sociedad que había acordado levantar una iniciativa de acción social de intenso amor por los más pobres, a condición, eso sí, que la sinceridad de los participantes fuera transparente y alejada de estereotipos o naufragios pasados.
Pero ¿qué pasa cuando la inteligencia de alto nivel asume el pasivo y activo que el fantasma desparrama con su estela de odio y desconcierto? Pues nada más y nada menos que lo previsible: el caos y la destrucción.
Al despersonalizarse la inteligencia de alto nivel culpa al resto de los estropicios que causa el fantasma y no acepta explicaciones, ninguna, y está persuadida que hay un complot en su contra bajo la discutible premisa que su verdad es la única e indiscutible verdad. ¡Qué gran yerro!
Al corroerse por debilidad de la inteligencia los cimientos de la sociedad en pro de una política de Estado, resquebrájase la construcción, las bases resienten cualquier sismo y todo se viene abajo. Es la perfecta –y más idiota- forma de enterrar las mejores ideas en conjunto y el trabajo en equipo.
Entáblase entonces un pugilato entre la inteligencia y el fantasma y el tercero en litigio que sin saber gran cosa del tema resulta el pararrayos más adecuado para atraer las furias de las partes que botan espumarajos de rabia y amenazan con ofensivas tales y cuales. ¡Qué disparate!
La inteligencia bordea la estupidez, el fantasma terco y contumaz hace lo suyo y el tercero en litigio, lejos del escenario real de la refriega, asiste compungido al caos para persuadirse que todos los esfuerzos de reconstrucción fueron vanos, inútiles, ociosos.
Cuando la desconfianza, duda, desamor, reemplazan los sólidos cimientos de la confianza a la sola palabra o a la sinceridad, no hay empresa humana que resista el paso demoledor de estos bárbaros Atilas que mencionaba el inmortal Vallejo.
He visto colapsar sociedades, empresas, iniciativas, conjuntos, por la sola y muy oprobiosa acción de agentes del mal. Y aunque desde muy lejos no tengo sino que escribir líneas decepcionadas de lo que pudo haber sido una aurora de buenas nuevas, vigorosas y bajo el dintel de un nuevo año.
El viejo adagio reza: la unión hace la fuerza. Pero a condición que los protagonistas de la historia den todo de sí en la realidad y no en el fingido e impostado cartabón aprendido de paporreta para cumplir. No siempre haciendo lo correcto sino adoptando posiciones cancerosas y malsanas.
En el pórtico del 2020, votos porque tragedias como la enunciada en sus borradores a perfeccionar algún día, no se repitan porque aniquilan la humanidad de sus protagonistas, convirtiéndolos en homo hominis lupus, el hombre es el lobo del hombre.
¡Qué pena y qué falta de coraje!
26.12.2019
Señal de Alerta