Herbert Mujica Rojas
Pocas sociedades, si alguna comparable, a la peruana, en su prodigiosa “capacidad” de emitir excusas para, literalmente, cualquier cosa.
Nuestro pensamiento popular o privado no es integral, es fragmentado, a pedazos, compuesto de retazos de ciencia infusa, chismes en diarios de ínfima calidad informativa o mensajes de teléfono malogrado que comienzan en A y terminan en Z. Sociedad de la media ciencia curiosamente no practicamos la estupidez al 50% sino en su totalidad.
Un mal ejemplo. El otro día un ciudadano alegó que era congresista pero que no sabía qué votaba, en síntesis, admitía sus nubarrones y escasa inteligencia pero no dejaba de reivindicar su calidad de parlamentario. Siendo que dicho cargo es efímero, precario, violentamente atacado por la sociedad civil, el fulano de marras, no olvidó su etiqueta, acaso diciendo que es un “notable” como llamaban antaño a los huachafos con poder reconocido por la gente.
La sociedad de la excusa provee las más desopilantes versiones para justificar fallas o tardanzas, incumplimientos o irresponsabilidades. Si no se terminó el trabajo a tiempo es porque hubo algo que lo demoró. Jamás la honestidad de confesar el yerro o la incapacidad, siempre hay en el menú alguna sinrazón que esgrimir.
¿Qué aprenden los niños?: a ver que todo lo anormal y defectuoso en que incurre como comportamiento la sociedad pero que en nuestro país se reputa como cotidiano, “normal”, de plena resignación porque “así son las cosas”.
En tiempos como los actuales ¡ni la tecnología se salva! Como dos navegantes de Whatsapp y Facebook coincidieron entre cientos de miles o millones a la misma hora de estar en línea, ya fueron determinados “sospechosos” de amoríos y enlaces secretos por un tercero empecinado en “demostrar” que hay sacada de vuelta. Y por tanto el origen de fricciones violentas y escenas de celos enfermizos. Con un criterio así tan chato, todos podrían ser tildados de infieles sacadores de los pies del plato.
Una sociedad que sólo inventa excusas y no razones de fondo o de Estado y con un horizonte para los próximos cien años, está condenada a sucumbir en su propia marea infecciosa. Los inteligentes son egoístas y buscan sólo el logro individual porque la excusa será que el Estado “no le da nada a él o a ella”.
En no poco, el estancamiento y anomia profunda que padece Perú se debe a esta cultura de escapismo, estupidez aguda y mediocridad de capitán a paje.
¿Hay que permanecer en silencio frente al derrumbe moral y político agudizado por la pandemia que no tiene fin y para la cual los gobiernos adelantarán millones de dólares sin saber siquiera si los medicamentos son realmente útiles?
Mal de muchos. Consuelo de tontos.
26.08.2020
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