Escribe Joan Guimaray
El Perú es Los Olivos, Los Olivos es el Perú. Que nadie se extrañe por lo sucedido en ‘Thomas Restobar’. Que nadie se sorprenda por el número de las víctimas. Que nadie se asombre de la irresponsabilidad de los promotores. Que nadie reclame su absoluta inocencia respecto de lo ocurrido en el distrito de los emprendedores. Y, que nadie se sustraiga de su responsabilidad, ni siquiera los acusadores, tampoco los juzgadores.
En este cafre hecho, nadie es inocente, todos somos culpables, todos somos responsables. Unos por conveniencia, otros por ignorancia y algunos por indiferencia. Y las raras y escasas excepciones, no pasamos de ser, voces solitarias, osadías dispersas e ideas desoídas.
De modo que, lo sucedido en Los Olivos, sólo es el patético reflejo de lo que hoy es el Perú, país nuestro, que desde el primer quinquenio de los años noventa, con la más jubilosa complicidad nuestra, ha tenido gobernantes más deformadores que edificadores, más destructores que constructores y más delusores inverecundos que rectos servidores públicos, cuyas consecuencias son las que ahora padecemos.
Desde hace treinta años, tenemos la educación formadora colapsada y un Estado anémico, ineficaz y sin autoridad. Ésta es, la raíz y el origen de todas nuestras desgracias. Por eso, carecemos de ciudadanía. Y, no tenemos ciudadanía, porque la escuela que al futuro ciudadano formaba con las pautas de la razón, que lo modelaba con las normas de la moral y que lo preparaba con los atributos de la belleza, ha colapsado. Y, el escuálido Estado que padece de la falta de autoridad, a pesar de su poder coercitivo, ya no infunde respeto en la población ni inspira confianza en la gente. Consecuentemente, todos tenemos en el corazón, nuestro ‘restobar’. Todos llevamos en un rincón del alma, nuestra ‘discoteca clandestina’ y dentro de nosotros, canta exultante nuestro ‘Juancho Peña’, nuestra ‘voz de oro’, aquella que se nos sale ingeniosamente falsete cada vez que nos conviene o cuando tratamos de justificar los deberes incumplidos y las obligaciones eludidas.
Por eso, nadie es inocente. Todos somos culpables, en mayor o en menor grado. Empezando del desgobierno generado por los incapaces, cleptómanos y bribones, hasta la retorcida e hipócrita sociedad de la que somos parte. Aunque el principal responsable que deformó el país, contaminó la sociedad y acabó con la educación formadora, es el truhan que está en su cómoda residencia de ochocientos metros, en la Diroes. Este pícaro, es quien hizo todo lo que pudo para convertir a los ciudadanos de este país –que no es suyo–, en gente de su calaña, en tropel de su laya. Por eso, con la complicidad de todos aquellos que viven de la educación, contando el cuento de la ‘educación en valores’, hablando de la ‘educación liberadora’ o paporreando la ‘educación de calidad’, eliminó del currículo escolar, el único curso que a los adolescentes del último grado de la secundaria, no sólo les enseñaba a pensar, razonar y deducir, sino además, les ayudaba a apreciar la ética y amar la estética. Es decir, este bandido que llegó de contrabando a la casa de Pizarro, es quien acabó con el único curso que formaba, educaba y desarrollaba la esencia humana.
Claro está, que el pretexto que el truhan usó para liquidar la asignatura de Filosofía y Lógica del programa escolar fue, señalarla de ser ‘inútil’, calumniarla de ‘ayudar a crear subversivos’. Y nadie, absolutamente nadie, se atrevió a rebatir el falaz argumento del embaucador. Los ‘especialistas en educación’, estuvieron más atentos al guiño del propio malhechor que en defender la educación formadora. Los ‘entendidos en pedagogía’, estuvieron más pendientes de la llamada del tartufo del Palacio para ser asesores y ministros que salir en defensa de la escuela educadora. Los oenegeneros que han hecho un modo de vida hablando de la ‘educación’, hicieron más negocios con el deformador de la educación que luchar por preservar la escuela cultivadora de la esencia humana. Y, los ilustres nescientes que nunca se enteraron de que la pedagogía se desprendió de la Filosofía, más bien palmotearon la decisión.
Pero, resulta que ahora, todos se sorprenden, se extrañan, se horrorizan, se lamentan, lanzan gritos en todas las direcciones, cuando muy diligentemente ellos mismos han sido partícipes, causantes, accionantes y cómplices de la liquidación de la Filosofía y Lógica, bello curso que aparte de reivindicar su naturaleza metafísica de la educación, precisamente entre su contenido albergaba todo de lo que hoy carecemos: el conocimiento, la razón, el valor, la ética, la estética, la moral, el deber y la conducta social.
Nuestra infinita hipocresía y nuestra irreversible idiocia, todavía fue mucho más allá. Pues, no nos bastó colapsar la educación formadora, ni fue suficiente liquidar el curso de la razón, la moral y la belleza, sino además, por unos cuantos docentes abusadores, aplaudimos la supresión de la autoridad disciplinadora de la escuela, y por unos pocos padres maltratadores, nos sumamos al unísono a la decisión de nuestra necia clase dirigente que con la presta ayuda de psicólogos subnormales y periodistas esclavos del snobismo, acabaron por quitarle la autoridad de los padres sobre sus hijos.
Luego, reclamamos responsabilidad, pedimos cumplir las decisiones de la autoridad e instamos respetar todas las normas del Estado. Y les exigimos todo, a quienes precisamente han nacido a partir del año noventa, a aquellos que han crecido al lado de los padres sin autoridad, a esos que han asistido a la escuela carente de la atribución disciplinadora, a los que la educación no les enseñó a pensar, ni les cultivó con las pautas de la moral, ni les dio nociones de la belleza.
Por tanto, todos somos culpables y nadie es inocente. Pues lo sucedido en Los Olivos, sólo es, el resultado de todos nuestros desatinos, es la consecuencia de nuestra propia necedad, es el efecto de nuestra misma hipocresía y es la reacción de nuestros propios errores y horrores. De modo que, después de esta espantosa realidad, sólo nos queda, vernos, mirarnos, conocernos y reconocernos en este espejo del Perú que viene a ser Los Olivos, y que ojalá algún día, como dijo Schopenhauer, la intensidad de esta monstruosa vergüenza termine por devolvernos el sano juicio.