Por Raúl Allain

Hacia el Bicentenario de la Independencia, planteo reflexionar sobre la existencia o ineficacia en nuestra nación de una auténtica soberanía, no solamente concebida como dominio territorial sino como la idoneidad de nuestras autoridades políticas para conducir el país conjuntamente con una ciudadanía libre.

 

Corrupcion y corrupcionismo en el Peru

 

El Ministerio Público, a través de las Fiscalías Especializadas en Delitos de Corrupción de Funcionarios (FECOF), recibió un total de 1893 denuncias por presuntos hechos de corrupción cometidos por funcionarios públicos, desde el inicio del estado de emergencia por el Covid-19 hasta el 31 de octubre pasado. Estos actos de corrupción alcanzan ribetes de escándalo, criminalidad, inmoralidad e incapacidad de aquellos funcionarios para desempeñar el rol que el Estado les encomienda.

Pero no es todo, porque es vox populi que la corrupción y el corrupcionismo han crecido exponencialmente, depravando todas las instituciones y organismos, donde muchos funcionarios sólo quieren utilizar el cargo como un organismo de fachada exclusivamente para apoderarse del botín aurífero del tesoro público. ¿Cuál es la causa de este mal generalizado? ¿Es esta la libertad que vamos a celebrar con rumbo al Bicentenario de la Independencia del Perú?

Estamos, evidentemente, ante un panorama oscuro de honda deformación moral, que es manifestación de una determinada falacia social, o usando los términos médicos tradicionales: la corrupción es un virus o un cáncer.

La soberanía peruana se ha verificado pervertida durante lustros. Ya es muy conocido que durante el fujimorismo la perversión política corrompió nuestro imaginario social: cuerpo, mente y espíritu del pueblo, mediante un obscuro sistema maléfico, obligados por la ambición de Vladimiro Montesinos y su práctica conspiratoria perniciosa.

El corrupcionismo (alentado por los corruptores) se ha convertido en una acepción sociopolítica en la “doctrina” que exhiben muchos autodenominados “partidos políticos”, que en realidad se configuran en organizaciones criminales, y utilizando la figura falaz del “candidato ideal” solamente se enfocan en capturar la intención de voto, para luego llegar al poder y enriquecerse a costa del pueblo.

Lo que está sucediendo no tiene precedentes en la historia del Perú. Creo que las protestas de la llamada “Generación del Bicentenario” son síntoma del descontento popular, que ya está estallando en las manifestaciones contra la corrupción.

El presidente de PERUCÁMARAS, Carlos Durand, analiza una situación, manteniendo las distancias y las formas, señala que “mucho de esto ha ocurrido con las últimas protestas de los llamados ‘Generación del Bicentenario’, que salieron a las calles a expresar su protesta, indignados contra la clase política y contra la corrupción que, al margen de los efectos de la pandemia, han llevado al país no sólo a una gravísima crisis económica, sino también a una crisis de gobernabilidad, debido a la lucha por los cupos de poder”.

Sociopolíticamente hablando, la corrupción en todas sus dimensiones ya es parte del dramatismo de nuestra realidad. ¡Erradicación inmediata!


Lima Gris,
 Lima 29-11-2020

(*) Escritor, poeta, editor y sociólogo. Presidente del Instituto Peruano de la Juventud (IPJ) y director del sello independiente Río Negro.