A pocos días de conmemorarse los 200 años de independencia del Perú, nuestra nación atraviesa uno de los momentos más críticos de su vida republicana; las últimas elecciones presidenciales 2021 dejaron al aire una fractura pendiente que se creía equivocadamente, sanada. Las disonantes voces en defensa de un voto, según ellos alterado mediante «fraude en mesa», han avivado un conflicto por años agudizado, argumentando a favor de la invalidez de un voto diferente, que asumen como uno precario e ignorante.
Impulsaron sin remordimiento discursos de odio y repudio con alta carga discriminatoria y racista, desmereciendo el proceder de esos «otros», cuya «inferioridad» sería la razón por la que decidieron su voto hacia Pedro Castillo, un candidato totalmente alejado de la imagen que esta elite económica, militar y «academicista» estaba acostumbrada a recibir y aceptar. Este discurso ha calado y forma parte del ideario político y cultural de ciertos sectores privilegiados de Lima y de otros grupos sociales ideológicamente afines, amenazando con radicalizar sus dichos y acciones.
No solo se alude a poblaciones y comunidades que votaron por Castillo como «ciudadanos de segunda clase» —como manifestara Alan García—, sino que se refieren a ellos como incapaces para decidir sobre sus propias vidas, cubriéndolos con una sombra de ignorancia; lo que les hace suponer que necesitan de alguien más competente y consciente de la vida moderna para tomar buenas decisiones. En una entrevista reciente, Mario Vargas Llosa, sostuvo —haciendo alarde de su fina estampa europea— que estos ciudadanos habían emitido un voto irresponsable debido a su ignorancia y a la poca información a la que pueden acceder.
¿Estamos frente a un nuevo escenario con un claro carácter colonial ligado a sectores de la derecha peruana, personificados en figuras como López Aliaga, Vargas Llosa o Pedro Cateriano? Pareciera que sí. Recordemos declaraciones como las de Fernando Rospigliosi, quien previo a las elecciones del 6 de junio manifestó que en Perú no existen movimientos indígenas y que éstos son creación de las ONG que, contrariamente a lo que se cree, las poblaciones indígenas buscan desde siempre integrarse al proceso modernizador, siendo necesario para ello, negarse y asumir la identidad criolla. Hace pocos días se vio en las calles de Lima a un grupo de simpatizantes fujimoristas cantando a voz en cuello un estribillo aterrador con un típico sesgo anticomunista irracional, portando símbolos que añoran ese pasado hispanista instalado en el Perú colonial.
¿Todo este proceder responde a un intento por velar por la institucionalidad del país y por el respeto del voto de las y los peruanos? Aníbal Quijano mencionaba, desde su impronta de la descolonialidad, que el orden establecido en el ejercicio del poder colonial, alza ideales como el de la libertad, podemos sumarle el de la democracia, que supone —bajo este andamiaje neoliberal— el aprovechamiento de unos sobre otros, para hacer posible que el orden marche como siempre, con provecho para unos pocos y mediante el sacrifico de otros muchos. Se hace urgente replantearnos el problema de las libertades y la manera de pensar la democracia y la nación desde otra perspectiva y otra lógica no hegemónica. Contra lo que se nos quiere hacer creer, el ejercicio de nuestras libertades no puede ser a costa de la negación de nuestras propias identidades, de lo que somos, hacemos y pensamos; el ejercicio de nuestra ciudadanía se basa en aspectos como el derecho al voto y la capacidad de elegir a nuestras autoridades y representantes. Es importante y necesario que ad portas del Bicentenario apostemos por la construcción de cimientos democráticos reales, con una capacidad de integración legítima, para que desde nuestra diversidad podamos participar libremente de la vida pública y política, sin temor a etiquetas con deseos de muerte que llaman a cerrar fronteras con aquellos que no piensan como nosotros.
Los espectáculos que hemos visto en las últimas semanas nada tienen que ver con la defensa del país y de la integridad de sus habitantes; quienes han apostado y siguen haciéndolo por la candidata Fujimori y la defensa del modelo, han rebasado los debates puramente «economicistas». Estamos frente a un quiebre cultural que se forja desde los cimientos educativos y aun desde los medios de expresión cotidiana como redes sociales y medios de comunicación. Esta nueva afrenta social con la que damos inicio al Bicentenario, nada importa a esta política falsamente liberal y limeña, a la que le hace ruido que un profesor sindicalista, rondero y campesino pueda llegar a representarlos, dando pie a un proceso de cambio que trastoque ese orden que depende de la vulnerabilidad de los «otros», quienes forman parte de los sectores mayoritarios que decidieron su voto de un modo distinto.
desco Opina - Regional / 9 de julio de 2021