El Gabinete presidido por Guido Bellido, acudió al Congreso para obtener su voto de confianza, como estipula la Constitución vigente. Sin embargo, son pocas las veces en las que este procedimiento se haya llevado a cabo en un ambiente tan tormentoso como el actual.
Sin considerar la posibilidad, cada vez más cierta, de una tercera ola de la pandemia con consecuencias no previstas, la población peruana siente sobremanera el impacto de la inflación de los precios de los combustibles y alimentos, así como la apreciación del dólar respecto a la moneda nacional. Pero, no hay claridad en las causas y, menos aún, cómo enfrentar esta situación.
En todo caso, esto no puede atribuirse solamente a la idea de «desorden político» que busca instalar la derecha, porque a todas luces son resultados que trascienden a lo que pudo hacer o no un gobierno que tiene solamente tres semanas de gestión. Lo que sí puede señalársele al actual gobierno es que, en medio de su confusión, no haya previsto estas situaciones y amenguar sus efectos, lo cual empieza a pasarle una temprana factura.
Así, la encuesta nacional del IEP, realizada entre el 16 y 19 de agosto, tuvo entre sus resultados, además del rapidísimo desgaste del Presidente de la República —cayendo su aprobación del 53% al 38% en dos semanas—, el bajo grado de confianza que inspira (46% de la población), la generalizada opinión sobre la necesidad de realizar cambios en el Gabinete ministerial (79%), y las preocupaciones de la población peruana sobre su futuro económico (el 44% considera que empeorará su economía familiar y el 43% la economía del país).
Esto último, guarda sintonía con lo publicado por Ipsos Apoyo, cuando afirma que el 50% de la población expresa preocupación ante el gobierno del presidente Castillo, a solo dos semanas de haberse instalado.
Como suele ocurrir en estos casos, los voceros gubernamentales salieron a relativizar los resultados, apelando a los posibles errores metodológicos y las motivaciones políticas de las empresas encuestadoras. Sin embargo, deberíamos indicar que estos cuestionamientos desde quienes gobiernan nunca han sido acompañados de evidencia pertinente que contradigan los resultados presentados. Ha sido igual en este caso.
Mientras la opinión ciudadana, al parecer, iniciaba un rápido y profundo declive en su aceptación hacia el gobierno del presidente Castillo, éste pareció empeñarse en propiciar lluvia sobre el terreno mojado. El caso paradigmático de esta figura fue, sin duda y por ahora, la manera como resolvió políticamente la renuncia del canciller Héctor Béjar.
Las formas usadas por la derecha peruana para provocar esta decisión fueron, todas ellas, totalmente ajenas a cualquier criterio democrático. Pero, también, fue una «guerra anunciada» con procedimientos más que conocidos, porque si la derecha peruana encarnada en el fujimorismo no pudo ganar las últimas elecciones, fue precisamente porque no tiene otra manera de entender el régimen democrático que no sea una aplanadora puesta a su servicio, para arrasar así a cualquiera que se oponga a sus intereses.
Eso mismo, en versión corregida y aumentada, es lo que vemos en esa derecha mandona y cuartelaria que expresa Renovación Popular: la democracia como un ejercicio de suma cero, que le sirve de marco para imponer “una lista no negociable” de ministros que deben renunciar, porque ellos —y solo ellos— consideran que así debe ser. Finalmente, el lugar de Béjar ha sido ocupado por un diplomático de carrera y los cuestionamientos cambiaron de sentido. Ahora provienen desde sectores anidados en el partido gobernante, porque estiman que el nuevo Canciller es una concesión intolerable a la derecha.
Así, envalentonada porque considera que ha arrinconado al gobierno, la derecha arreció con sus exigencias de renuncias ministeriales, dizque, para proceder a otorgarle la confianza al Gabinete Bellido lo que, a su vez, fue respondido al inicio con una posibilidad de cambios para luego imponerse los duros de Perú Libre y decidir presentarse con el Gabinete tal cual está en estos momentos.
Este ha sido un escenario preocupante por la falta de iniciativa del espacio gubernamental y así llegó el Ejecutivo al 26 de agosto, día de la presentación del Gabinete, con nerviosas reuniones previas de ministros. En suma, fue muchísimo el ruido para tan pocas nueces porque de lo escuchado al premier Bellido solo podrá deducirse sin temor a equivocaciones que nada de lo que alimentó el griterío de la derecha peruana tuvo justificación alguna, pues ha sido más o menos lo que se presenta como «estrategias» gubernamentales en los últimos años. Salvo que suponga que crear un sistema de cuidados, cambios en el sistema de pensiones o plantear dudosas reformas al servicio militar, lo más «radical» que presentó el premier Bellido, sean las pruebas del «comunismo» gubernamental.
Más aun, Bellido fue tan fiel a lo anterior, que incluso siguió estrictamente sus formas: una enorme lista de lavandería que dice algo sobre lo que desea hacer, pero absolutamente nada sobre los resultados que se esperan obtener, salvo asistir y subsidiar a «la población vulnerable», lo cual es necesario, pero lejanamente suficiente.
En fin, al cierre de esta publicación, queda pendiente el debate congresal, sin que sepamos si se seguirá auspiciando la redacción de una nueva Constitución o, lo que es peor, qué vamos a hacer para que las familias peruanas superen permanentemente, sin asistencialismos ocasionales, su actual depresión económica.
desco Opina / 26 de agosto de 2021