Algunos lustros atrás, casi cinco, el autor de la expresión que comentamos, anticipaba parte de su pensamiento político. No hay duda que, de un modo u otro, su participación dinámica avivará el debate, agitará la polémica, elevará la esgrima a un arte y no persistirá el basurero que es en la actualidad.
En diciembre del 2000, tuve ocasión de escuchar al economista Alfonso López Chau disertar sobre política, economía y ética y una de sus sentencias me quedó inscrita por la fuerza del contenido:
“son las leyes inscritas en el alma del pueblo las que deben predominar sobre las leyes escritas y compiladas en gruesos tomos”.
En buen romance, cuando el pueblo soberano decide votar con los pies y sale a las calles y plazas a ejercer su derecho inalienable de botar a los tiranos, pone en práctica todas las leyes y códices inscritos en su alma libérrima.
Sostuvo, López Chau, que la política peruana requería de un saneamiento o profilaxia integral y hasta radical.
Indicó que las gavillas habían generado el derrumbe de los partidos políticos al privilegiar los apetitos de capilla y no los grandes derroteros constructores de países como el Perú que es lo que llaman los sociólogos una nación en formación.
Además, esa era tarea primordial, la de reconstruir la democracia a través, precisamente, de los partidos, con liderazgos jóvenes, claridad de metas y planteamientos, profundo amor a una causa de justicia y convicción absoluta que sí se puede hacer patria sin robar ni creer que el Estado es una ubre para amigos o patoteros.
Han pasado los años, de la conferencia casi 25 y de conocer a López Chau, 50 y no obstante la vigencia atinada de los asertos desafía el paso del tiempo. Y antes que oscurecer, vuélvense más urgentemente necesarios.
Interesante comprobar que muchos personajes públicos torcieron sus destinos, se enfeudaron a causas sucias, hicieron del oportunismo grosería cotidiana. Podemos, de memoria, citar cien nombres y apellidos, todos manchados en la pestilencia.
Otros, felizmente, pueden repetir con idéntico tenor y timbre, lo que hace casi cinco lustros dijeron.
Hay, en los sucintos párrafos anteriores, que pretenden reflejar lo que a mi juicio fue una formidable oración académica y política, verdades -como las llamaba Luis Heysen Inchaustegui- de a puño.
Imperativo rehacer los partidos políticos, que son y deben serlo, canteras de líderes democráticos, honrados, ejemplares, misioneros.
Creo indispensable recordar que sí hemos tenido políticos que no robaron o saquearon al Estado, uno de ellos, creador de lo que antaño fue un gran partido, Víctor Raúl Haya de la Torre, murió en casa prestada y cuando fue presidente de la Asamblea Constituyente de 1978, cobraba S/ 1.00 (un sol) cada 30 días.
Los alanistas que infestaron de amigotes y compinches, dos gobiernos, 1985-1990 y 2006-2011, hicieron de la política vil negociado culpable, cruzaron todos los linderos y se adentraron en delitos y latrocinios.
Y el pueblo, que es más sabio que todos los sabios, les negó respaldo y la última consulta electoral apenas si les dio 2.6% en votos. ¡Una vergüenza impresionante!
Los adalides sociales no deben ser presupuestívoros y pillos, tienen que entender que la política es servicio cívico para el país y no una forma de estafar al Estado o de hacerse ricos en corto tiempo.
¿Son las leyes o preceptos, eficaces para contener la expoliación de la cosa pública?
El fujimorismo delincuencial dio el ejemplo del no ejemplo.
Todos los ladrones que han pasado por la cosa pública se enriquecieron a costa de licitaciones irregulares, contratos mañosos, comisiones por debajo de la mesa, robando a diestra y siniestra.
La ley inscrita en el alma de los peruanos demanda que a los ladrones hay que ponerlos en su lugar de privilegio que es la cárcel.
Pero las leyes formales consiguieron la prescripción de no pocos delitos y el reciclaje se ve en todas partes.
La ley inscrita en el alma popular proclama su asco contra los parlamentarios venales, mediocres, indignos que presiden algunas comisiones del Congreso.
Y todos se perdonan y el pacto infame de hablar a media voz entre Congreso y Gobierno para durar tranquilamente hasta el 2026, acaba de ser ratificado por la presidente Boluarte.
La ley inscrita en el alma del pueblo desearía que a todos los corruptos se les pusiera un sombrerito con orejas de rata para identificarlos por las calles y cuyo uso debiera ser obligatorio como medida disciplinaria y de castigo contra estos inmorales.
Tenemos en el Perú que aprender a refundar nuestro país, con honestidad, con amor por la justicia y odio profundo contra los cacos y saqueadores profesionales.
¡Hermanos: hay muchísimo que hacer!
17.06.2024
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