De repente, como predican los moralistas de novela, el crimen no paga.
La mentira sí paga. ¿No es cierto acaso que débiles mentales, idiotas consuetudinarios, nulidades intelectuales repetidoras de lugares comunes, pasan en Perú como faros de cultura, estrategas, analistas, sabios, amautas, líderes luchadores y demás monsergas?
¿No son aquellos vividores profesionales de dineros raros, los que se halagan entre ellos, se invitan a sí mismos, rotan por los poquísimos programas políticos y hasta escriben “libros” para justificar los apoyos que reciben del exterior?
¿No estamos viendo en los días corrientes a conocidos tramposos lavadores de dinero que lloriquean proclamando su inocencia y al amparo de los alegatos de sus abogados igual o más delincuentes?
Si hay algo que la gente repudia, odia a muerte, considera abyecto y criminal, pero que está presente en un amplio porcentaje, por encima del 90% de todo escenario de esta naturaleza, es la mentira, monda y lironda, que sí paga y lo hace con dólares contantes y sonantes.
La mentira sufraga propaganda engañosa, transforma a vulgares estafadores y delincuentes todoterreno en hombres de Estado, comunicadores, analistas, sabios sociales, expertos en gobernanza, etc y etc.
Ni los clubes electorales, alias partidos políticos, ni la sociedad o el Congreso o ningún organismo de control, de cualquier especie o pelaje, tienen poder, real o formal, para pulverizar los elementos podridos porque toda la mentira que es el Perú “democrático” tiene ¡absolutamente corroída sus bases morales!
La política posee vectores, los políticos. Pero ¿qué aprenden, como lección príncipe, y fundamental, estos ciudadanos?: ¡a mentir!
Sin la mentira coyuntural o perenne, no son tales, carecen de capacidad de convicción y están huérfanos de “argumentos”. Por ejemplo muy simple, una experiencia que conozco de cerca. La iniciativa de crear una agencia de noticias alternativa, libre, independiente, valiente, que reemplace la basura cotidiana que las pandillas de poder lanzan al mercado para que la gente crea sus “verdades”, recibe apoyo entusiástico, vítores de todo tipo.
¡Pero a la hora (de los loros), de emprender la marcha triunfal de sufragar sus primeros arrestos ¡entonces, los soportes virtuales, los paladines ofertantes de fondos, arrugan, mienten cualquier cosa, retiran su estímulo y, lo que es peor, demuestran que jamás tuvieron franqueza ni interés, sólo cobardía franca y pusilánime!
Reiteradas veces escuché entusiásticos cantos y respaldos pero a la hora de cruzar el Rubicón, hasta la fractura de la cola del gato, servía de pretexto para huir del compromiso. ¡Y eso que los que firmaban eran otros y a esos los enjuician por quítame estas pajas!
A nadie parece extrañar que los candidatos, una vez en la presidencia, digan ¡todo lo contrario! desde el podio de mando, a cuanto ofrecieron pocos meses atrás.
La mentira ha deshecho y castrado cualquier reclamo porque todo el tejido político se basa en engaños por conveniencia y la trama discurre por do ut des, en la que si alguien quiere figuración, sueldo fijo a fin de mes y una parte de la torta, entonces debe callar y no hacer olas que malogren o cuestionen la putrefacción que, aunque pestífera, es políticamente correcta.
¿Puede darse crédito a la sociedad civil? Así gustan de llamarse los consorcios o grupos de amigotes o proffesional beggars –mendigos profesionales- agrupados en ONGs (Organizaciones No Gubernamentales) que son islotes que custodian intereses financiados, en la mayoría de los casos, por USAID o fundaciones como la Ford con ligazones marcadas con la CIA y con otras entidades, siempre dentro del esquema geopolítico de dominación estadounidense.
Los que ayer denostaban del dólar imperialista, hoy cobran del mismo, protegen líneas de inversión creadoras o proseguidoras de los grandes problemas porque de ese modo perpetúan las donaciones abundantes y dolarizadas.
El propio James Petras, sociólogo norteamericano, les ha llamado empresarios de la pobreza lo que equivale a traficantes y piratas de nuevo cuño. Es probable que un porcentaje muy ínfimo crea realmente en los derechos humanos o en las numerosísimas fachadas de que hacen gala en la prensa, pero en su lamentable vasta mayoría forman parte de un funcional modelo de opresión pagada en los miedos de comunicación que difunden mentiras que a fuer de repetidas tornan en “verdades” aceptadas acríticamente.
La mentira es profundamente envilecedora; embrutece y socava la moral de un pueblo y de su dinámica colectiva. Hay que combatir el negocio de la mentira que es practicada como una política de Estado. Y es una realidad que no puede disimularse. No por más tiempo.
04.07.2024
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