La fraseología y discurso de los últimos 25-30 años, hizo desaparecer categorías y términos para reemplazarlos por generalidades eufónicas, loros parlantes del sistema privatizador y exaltadores de un individualismo codicioso.
La academia, vastos sectores dependientes de donaciones millonarias, se hizo de la vista gorda y se alineó dócilmente.
Ciertamente, sectores ideologizados, naufragaron en la ortodoxia más ramplona y sin mayor estudio y básicamente prácticas paporreteras, degradando más aún cualquier pesquisa o indagación metódica y de alto nivel.
Como no podía ser de otro modo, los agentes sobre los que teóricamente se asienta cualquier democracia, dejaron de ser partidos políticos, para convertirse en clubes o cuchipandas electorales.
Repitamos, casi un axioma irrefutable, en Perú no hay partidos políticos. Son más bien, al modo del civilismo retrógrado, taifas ansiosas de una diputación o senaduría, un cargo que resuelva el problema personal y, a lo más, una formalidad que pague todos los fines de mes con honores y protocolos.
Agréquese que genuinos anónimos hasta en sus propias casas, comenzaron a ser llamados doctores por choferes todoterreno, brigadas de secretarias y pelotones de asesores, con un tercio de sueldo y fanáticos del ChiCheñó ricardopalmiano que envilece cualquier diálogo y lo torna grosería administrativa.
¿Y la cuestión del poder?
No parece la cuestión del poder y la captura de los instrumentos, desde los cuales ejercer el poder, un tema central de polémica o propuesta en los clubes electorales. ¡Basta el cargo y sanseacabó!
Decía Lev Davidovitch Bronstein, Trotski, que no era un asunto de llegar o conquistar el poder, había que saber cómo mantenerse. El mismo comisario del Ejército Rojo experimentó la venganza que le asesinó en su exilio en Coyoacán, México.
Quienes sí tienen muy claro que la captura del Estado equivale, en la mayoría de casos, al engrilletamiento del poder con beneficios pingues hacia un reducido grupo de mandones, son los que mueven la economía, distribuyen los préstamos que hace el Estado e imponen las tasas y porcentajes en la venta y comercialización de facilidades financieras o productos. ¡Son los que cortan el jamón en Perú!
Esos son los que recaban dictámenes de las clasificadoras de riesgo cuando se trata de poner en remate a precio vil, empresas grandes y estratégicas, a las que tildan de ruinosas y sin valor. El caso de Petroperú es absurdo: ¡sólo sus activos e infraestructura suman arriba de los 9 mil millones de dólares! Pero los vendepatria quieren rematarla. De por medio, jugosas y cainitas comisiones.
¿Qué hacen nuestros clubes electorales? Nada importante. Se devanan los sesos pensando en candidaturas y no pocos viven autoengañados de sus “carismas”, atractivos, dotes o lo que ellos reputan como virtudes, para encandilar al electorado. En Perú el asunto es muy serio porque hay individuos que no son conocidos ¡ni en sus casas! pero tienen sueños de opio y droga alucinógena.
No se trata sólo de la captura del Estado y algo de poder, sino de promover una acción en beneficio de las grandes colectividades. De lo contrario podríamos felicitar a los que sí saben qué y cómo lo obtienen que son minúsculas colectividades acostumbradas al lucro del capitalismo salvaje, al irrespeto a las leyes laborales amparadas en la llamada Carta Magna de 1993.
Si los clubes electorales, de probada miopía censurable, no son más que refugio de caza-puestos, ¿qué hacen los sindicatos o grandes corporaciones de trabajadores? A partir del primer gobierno de Fujimori y su política antilaboral, los colectivos empezaron a amainar su influencia hasta casi desaparecer y figurar tan solo en el papel. ¿Podrían todas las centrales convocar a un paro general como el acontencido el 19 de julio de 1977? Me temo que la respuesta es negativa. Falta de fuerza, respaldo y efectividad, signan hoy el pálido actuar de las organizaciones de base.
¿Es importante definir para qué se quiere ganar elecciones y colocar a representantes al Congreso y al Ejecutivo? Sin duda que sí. Ocurre que la pereza intelectual y de propuesta de los clubes electorales, alias partidos políticos, garantiza una mísera polémica en torno al acápite.
La “política real” es aquella que ofrece el sistema, cuando el incendiario en las calles, pasa a ser el bombero en la curul o en la silla ministerial. Entonces las esperanzas de pan con libertad y justicia social entran en coma inducido y ¡a acomodarse con los mandones de turno!
Mientras que los intelectuales o estudiosos de los clubes electorales confinen sus “ambiciones” a solucionar sus fines de mes y las ollas privadas, no habrá despertar de la conciencia en los partidos que debieran ser escuela de funcionarios, honestos y en favor de las mayorías nacionales.
04.09.2024
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