Herbert Mujica Rojas

Desesperan no pocos legiferantes por una resucitada inmunidad que les proporcione blindaje ante futuras investigaciones. ¿Creerán que hemos olvidado que se pasaron casi dos años tratando de vacar al presidente Pedro Castillo? La mediocridad fue tal que el señor cavó su tumba, él solo, con su pronunciamiento torpe del 7 de diciembre.

 

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La parlamentaria Susel Paredes, con voz enérgica, resumió la intención soterrada de los proinmunidad: “se están blindando”, afirmó de manera pública. ¡Cuánto agradecería Perú si otros congresistas se expidieran con igual franqueza invicta!

¿A qué temen los angurrientos de inmunidades?

¿Atacaron las bases corruptas que usan los poderosos para sus negocios sucios en el Perú? ¡Ni por asomo!

¿Legislaron contra los monopolios en todas las actividades extractivas, mineras, etc. y que no reinvierten en Perú, se llevan los dólares copiosos y los cubren contra indagaciones tributarias en paraísos financieros, compañías poderosas que suelen donar dinero para campañas políticas? ¡Obvio que tampoco!

¿No hicieron leyes con nombre y apellido para favorecer a amigotes, compadres, amantes y queridos o queridas, los chicos y chicas que hoy están clamando por el retorno de la inmunidad?

¿No están siendo beneficiadas pandillas de delincuentes con la torcedura de leyes y sus procedimientos, que donan bolsas robustas a cierta gentuza para que les haga el trabajo, en las alturas? ¿Quién duda lo contrario?

Por un lado, las termitas expolian el aparato del Estado y los cacos de gran formato (con abogángsteres por decenas de respaldo) urden sus estafas porque saben que la impunidad también es un negocio que compra jueces, policías, testimonios, al peso y al paso.

El 20 de setiembre de 1956, el senador Raúl Porras Barrenechea pronunció un brillante discurso que entre otras cosas, decía:

“El desgarramiento moral se intensifica al constatar que los autores de tales agravios no sólo aseguran siempre su impunidad, sino que exhiben cínicamente la ilícita prosperidad que atesoraron merced a tan delictuosos abusos de la fuerza, que tiene por finalidad amordazar la fiscalización de la opinión pública sobre la gestión gubernativa.

El impunismo ha sido uno de los mayores defectos peruanos y una muestra de nuestro débil sentido jurídico y moral, que debemos reforzar mediante una política más conciente y orgánica. Por falta de un sentido profundo del deber, vivimos políticamente a la deriva, aceptando que al final de tanto desconcierto no hay otro camino para nuestros problemas que el de la violencia o la sangre”.

¿No nos vienen diciendo algunos huérfanos de cualquier calidad moral, capitanes de taifas oportunistas, que ellos NO recibieron nada y que son otros a los que hay que tomar cuentas? ¿Cómo adquirieron bienes inmuebles, viajes al por mayor, tren de vida superior, cuando, por decenios ¡jamás! trabajaron?

Perú no debe seguir siendo una guarida para la impunidad y para la mimetización de cacos que se guardan ante las tormentas y reaparecen para las elecciones. El pueblo tiene que echar a las cúpulas de agrupaciones electorales que sólo tienen un propósito avieso: robar.

Política no es equivalente de asesinar a una nación. Y lo que ocurre en el Perú de nuestros días brinda la extraordinaria oportunidad de enviar al basurero de la historia a una casta indigna y mediocre por la comisión de sus latrocinios.

La gente está harta de algunos apellidos cuya mejor virtud ha sido decir tonterías, mostrar su inmensa estulticia e ineptitud para los temas de Estado. Muy pocos, no llegan a una decena, es la porción de personas capaces de pronunciar dos o tres párrafos seguidos con lógica y decencia sin sufrir surmenage agudo. Los más, tienen lustros completos en la gestión de tráfico de influencias, obtención de diplomas honoris causa, viajes al por mayor y “ayuditas” interesadas y por “causas” comerciales de minorías fenicias.

Pocas veces el repudio al Congreso ha sido tan manifiesto y algunos de sus integrantes han sido insultados a voz en cuello en las calles. ¿Y así quieren inmunidad?

Los únicos que no quieren darse cuenta de la álgida situación son los legisladores. Unos hacen el ridículo casi a diario; otros se desgañitan en sus monsergas clamando una lucha contra la corrupción cuando ellos … ¡nacen de la corrupción!; los de más allá, aún no olvidan que las aulas universitarias pasaron ya y que el país demanda soluciones de Estado; el conjunto exhibe con impudicia una predilección por la torpeza y la estupidez más sincera de que se tenga memoria.

El legiferante que sepa trabajar limpio sin trampas ni torceduras, NO necesita inmunidad. Su mejor carta de presentación es su testimonio y presentación de lo honestamente obtenido. Quien no la debe, no la teme.

¡Impunidad, vulgar blindaje!

 

18.09.2024

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