Por Xavier Caño Tamayo*
Trescientos millones de dólares. Es la multa que pagó la farmacéutica Pfizer por actuación comercial indecente e inaceptable. Como fue vender su anti inflamatorio Bextra en dosis de 80 miligramos (más caro), cuando solo habían verificado científicamente las dosis de 10 miligramos. Ocho veces más que la dosis aprobada por la agencia federal de Estados Unidos para control de medicamentos. Pfizer también promovió ilegalmente Geodon (contra la esquizofrenia), Lyrica (analgésico) y Zyyox (antibiótico), sobornando a médicos para que los recetaran.
Pfizer además fue responsable de la muerte de 11 niños en Nigeria, ensayando su medicamento Trovan con niños convertidos en cobayas humanas. Pagó 75 millones de dólares a las familias de las víctimas para evitar el juicio penal.
GlaxoSmithKline y Abbot son otras dos grandes empresas farmacéuticas que también pagaron multas astronómicas por vender sus medicamentos para enfermedades para las que no estaban indicados y también por pagar sobornos a médicos.
Las farmacéuticas Roche y Glaxo, fabricantes del Tamiflu contra la gripe A, tenían claros vínculos financieros con los expertos que asesoraron a la Organización Mundial de la Salud en la campaña contra la gripe A en la que se vendieron millones de dosis de Tamiflu.
Y desde hace unos quince años, grandes empresas farmacéuticas no aumentan sus beneficios con nuevos productos sino que inventan “nuevas aplicaciones” para sus medicamentos. Amplían así las ventas sin nuevos medicamentos sin invertir en investigación. También manipulan la opinión pública (comprando “expertos”, médicos y medios de comunicación) para crear la falacia de que procesos y hechos naturales de la vida (como la tristeza, la menopausia o la timidez) son enfermedades que hay que tratar con medicamentos.
Thomas Steitz, premio Nobel de Química 2009, ya destapó que las grandes empresas farmacéuticas no invierten para conseguir antibióticos que curen definitivamente, porque lo que les interesa son medicamentos que hay que tomar toda la vida, no que curen de una vez. E Ignacio Ramonet nos recuerda que un informe de la Comisión Europea denunció que las grandes empresas farmacéuticas recurren al juego sucio, gastando fortunas en abogados, para impedir el consumo de medicamentos genéricos sin marca protegida por una patente, mucho más baratos que los fármacos con patente. Y eficaces.
La relación de trampas, juego sucio, actuaciones rechazables y prácticas comerciales deshonestas es mucho más larga. Pero no hablamos de fabricar zapatos, sino de la salud y la vida de millones y millones de personas.
Teresa Forcades, doctora en medicina y monja benedictina española, en su libro “Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas” nos cuenta que de 2000 a 2003 casi todas las compañías farmacéuticas de Estados Unidos pasaron por los tribunales de justicia y que ocho de las mayores farmacéuticas fueron condenadas a pagar más de dos billones de dólares en multas e indemnizaciones. Y, para que nos hagamos cargo del obsceno poder económico de esas empresas, Forcades explica que en 2002, los beneficios de las 10 farmacéuticas más poderosas fueron muy superiores al resto de los de las 490 empresas que, con ellas, forman la lista de 500 empresas más ricas y rentables que publica anualmente la revista Fortune. Esas 10 farmacéuticas ganaron ese año entre todas casi 36 billones de dólares.
En el año 2000, muy pocos ciudadanos y ciudadanas tenían conciencia del peligro que era y es el sector financiero desregulado, sin control y a su aire. La estafa (que se empeñan en llamar crisis), estalló a finales de 2009 y parte de la ciudadanía global reaccionó, se informó, se organizó y se movilizó. Hoy buena parte de esa ciudadanía es mucho más consciente de que quien ataca y viola nuestros derechos irrenunciables, quien pretende hacernos retroceder al primer tercio del siglo XX, es el sector financiero: la banca con la ayuda de sus ejecutores, cómplices, voceros y encubridores.
De igual modo, la ciudadanía ha de ser consciente de una vez de que un sector farmacéutico muy poderoso, sin las reglas necesarias, normas y controles realmente adecuados, es un peligro. Y ha de de incorporar a la lucha por recuperar los derechos de la inmensa mayoría y establecer la democracia de verdad el enfrentarse al poderoso e inmoral sector de las grandes corporaciones y grupos farmacéuticos.
*Periodista y escritor
Centro de Colaboraciones Solidarias