Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Japón ha anunciado su retiro de la Comisión Ballenera Internacional (CBI), el foro mundial -firmado el 2 de diciembre de 1946 e integrado por más de 80 estados- constituido para proporcionar una adecuada conservación de las poblaciones de ballenas y posibilitar el desarrollo controlado de su industria.

Su sobreexplotación y la imposibilidad de calcular las capturas sostenidas de este recurso, llevaron a la CBI -cuya sede se encuentra Brighton (Inglaterra)-, a partir del 23 de julio de 1982, a establecer una moratoria que prohíbe su extracción comercial y autoriza solo delimitadas cuotas con fines científicos. Uno de los votos a favor fue de España, una nación ballenera. Otros países balleneros como Brasil, Chile, Islandia y Corea del Sur, opuestos a la decisión, finalmente la aceptaron; Japón, Noruega, Perú y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ejercieron su derecho de objetar esta determinación.

Valiéndose de esa excepción, el Imperio del Sol Naciente extrae entre 200 y 1,200 ejemplares cada año. Según la BBC News Mundo “la decisión de Japón, miembro de ese organismo desde 1951, tendrá graves consecuencias, según los grupos ecologistas, entre ellas que el país podrá cazar libremente especies actualmente protegidas por la CBI, como las ballenas minke”.

Desde su perspectiva, la CBI está comprometida solo en la preservación de esta especie. Un parecer polémico que afecta la especie. Más aun considerando sus antecedentes en relación a su caza con aparentes intenciones de investigación, que han encubierto pretensiones mercantiles. “En materia de ballenas los japoneses tienen fama de ‘atilas’ y el entregarles la licencia de caza exclusiva para capturar ballenas en mar peruano en la década de 1970, fue como nombrar a ‘drácula’ de custodio de niños”, afirmó Felipe Benavides Barreda (1917 – 1991).

Al respecto, recordemos su despiadada depredación en nuestras costas. Todo empezó cuando se descubrió, el 17 de noviembre de 1954, la presencia -dentro de las 200 millas de mar territorial- de la imponente expedición del magnate griego Aristóteles Onassis (1906 - 1975), compuesta por el barco “Olympic Challenger” de 18,000 toneladas y 16 buques cazadores que lograron obtener una ganancia de cuatro millones quinientos mil dólares.

Las reacciones fueron inmediatas: protestas formales llovieron de Estados Unidos, Gran Bretaña, Dinamarca, Noruega y Suecia. El canciller británico Antonhy Eden fue llamado por la Cámara de los Comunes. El gobierno inglés indicó que la escuadra estaba asegurada por la firma Lloyd’s, de Londres y, además, no reconocía el límite de las 200 millas. El mandatario de facto Manuel A. Odría respondió: “Los procedimientos y actitudes asumidos por el Perú, en relación con la flota ballenera del citado Onassis, son actos de soberanía, en cuyo respecto mi gobierno no puede aceptar reservas o reclamaciones”.

La fuerza aérea y marítima peruana neutralizaron la presencia de esta flotilla con bombardeos de advertencia. Los destructores Aguirre y Rodríguez apresaron a los navíos “Olympic Victor” y “Olympic Lightning”. Otros dos buques quedaron arrestados a 40 millas más al sur, frente al puerto petrolero de Talara (Piura). Un quinto estuvo obligado a entrar al muelle. Tiempo más tarde, el empresario vendió por ocho millones quinientos mil dólares su corporación a Kyokuyo Hogei Kaisha Whaling Company.

Benavides evocó estos episodios en su artículo “¿Vandalismo dentro de nuestras 200 millas?”, aparecido en El Comercio, el 11 de abril de 1974: “…Con tres millones de dólares fueron multados, pero el Perú no recuperó las 4,000 ballenas muertas. En el pasado tuvimos una floreciente industria de pesca de cachalotes en la bahía de Pisco. No cerraron sus puertas por quiebra, sino más bien por falta de ballenas. En Paita otra fábrica mataba ballenas azules, el animal más grande que ha existido, quedan hay en el mundo menos de 900”.

Es interesante anotar la importancia de la Declaración de Santiago (1952) suscrita por Chile, Ecuador y Perú, entre otras finalidades, para “cuidar de la conservación y protección de sus recursos naturales y reglamentar el aprovechamiento de ellos, a fin de obtener las mejores ventajas para sus respectivos países”. Igualmente, el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza (1954), rubricada por estas naciones, precisó: “la pesca o caza dentro de la zona de 12 millas marinas a partir de la costa está reservada exclusivamente a los nacionales de cada país”. Estos acuerdos facilitaron a las autoridades contar con sólidos argumentos jurídicos orientados a enfrentar la foránea presencia de la actividad pesquera.

En 1966 llegó al Perú el observador de la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN), el renombrado piloto norteamericano Charles Lindbergh -conocido como el “Héroe del Atlántico” por su hazaña al ser el primero en cruzar en su avión el océano Atlántico desde Nueva York hasta París el 21 de mayo de 1927- a fin de solicitar al presidente Fernando Belaúnde Terry, su intervención para detener el exterminio de la ballena azul en Paita, donde se había detectado una extracción de 80 especímenes el año anterior.

Durante décadas se han diezmado abundantes géneros en peligro. Así lo acreditan las sórdidas operaciones montadas en Paita (Piura) para exportar carne de ballena Bryde al Japón. Al comienzo de la década de 1970, el Perú suministró el 20 por ciento de las importaciones de carne de este cetáceo al mercado nipón y el 50 por ciento de las adquisiciones de estados costeros con los que la industria japonesa instituyó pactos. Es decir, esta región se convirtió en un elemento primordial de la estrategia asiática para asegurar la provisión de su carne, en vista de la disminución de las reservas en el Antártico y en el Pacífico Norte.

Sobre esta compleja problemática, Felipe en su discurso “Una voz clamando en el desierto” en el Congreso Mundial sobre Vida Silvestre (Johannesburgo, octubre de 1977), dijo: “El exceso de pesca y de caza de la ballena que algunas naciones aún permiten es un asunto muy serio para la supervivencia de los mares. La ciencia marina no ha justificado aún con seguridad la actual destrucción por el hombre de enormes cardúmenes de peces en todos nuestros océanos. Grandes flotas equipadas con técnicas electrónicas ultra modernas tienen el poder de barrer cantidades masivas de peces a expensas de las naciones más pobres. Seamos honestos y fijémonos en las banderas de propiedad de esos modernos barcos pesqueros. También, fijémonos en el destino del pescado capturado”.

Las gestiones para suscribir el Perú la CBI fueron intensas, prolongadas y complicadas: nuestra patria se adhirió el 18 de junio de 1979. Del mismo modo, la Célula Parlamentaria Aprista (1979) presentó un Acuerdo de Cámara -coincidiendo con la visita de inspección de la embarcación insignia de Greenpeace, “Rainbow Warrior”- tendiente a aceptar la suspensión de su cacería y desplegar su activa protección en nuestro litoral.

No obstante, se perdió prontamente el derecho a voz y voto en la CBI por incumplir con la contribución financiera anual. La delegación peruana, que asistió a la reunión del comité científico de la CBI (1982), debió soportar la humillación de solicitar documentos prestados a otras representaciones y, al mismo tiempo, tener que defender sus opiniones técnicas. Una indudable vergüenza que evidencia el desinterés del Estado peruano.

Asimismo, nuestro país ha quebrado las regulaciones en numerosas ocasiones al apresar cachalotes en exceso -por encima de la cuota fijada-, al extraer tallas inferiores de Bryde y no presentar reportes sobre infracciones y datos estadísticos a la comisión. Todo ello, mereció enfrentar acusaciones por exportar de “forma ilegal carne proveniente de animales de tamaño reducido al Japón, quien a su vez la estaba importando en forma incorrecta”.

“Si el Perú quiere beneficiarse algún día de la recuperación de los stocks de ballenas en el Pacífico suroriental es para su interés propio que la CBI sea un instrumento efectivo de cooperación y de regulación internacional. El disminuir la efectividad de la CBI al presentar objeciones a sus decisiones es, a la larga, contraproducente. Por otra parte, se derrota el objetivo mismo de un acuerdo científico internacional”, precisó el informe elaborado en 1982 por el Centro Tinker para Estudios Costeros de la Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas y Atmosféricas de la Universidad de Miami (USA).

La subsistencia de estos majestuosos mamíferos demanda el solidario compromiso de la comunidad internacional; por lo tanto, se hace imperativo respetar la moratoria con el afán de garantizar su existencia en el planeta. Su inteligente aprovechamiento ecoturístico es una opción sostenible a la que debemos apelar en su salvaguarda.

Nunca más actuales las sabias expresiones del afamado poeta, dramaturgo y novelista francés Víctor Hugo (1802 – 1885): “Primero, fue necesario civilizar al hombre en su relación con el hombre. Ahora, es necesario civilizar al hombre en su relación con la naturaleza y los animales”.

(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/

 

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