Hacia un mundo sin peces
Por Miguel Ángel Sánchez López*
El modelo de pesca actual no es sostenible. Los datos sobre la explotación pesquera de los últimos años advierten de la necesidad de cambio en esta industria alimentaria. El mar no es una fuente inagotable de recursos y se empieza a notar. El 52% de los recursos globales pesqueros están plenamente explotados, el 16% están sobreexplotados y el 7%, agotados, según datos de la FAO.
El modelo de pesca actual no es sostenible. Los datos sobre la explotación pesquera de los últimos años advierten de la necesidad de cambio en esta industria alimentaria. El mar no es una fuente inagotable de recursos y se empieza a notar. El 52% de los recursos globales pesqueros están plenamente explotados, el 16% están sobreexplotados y el 7%, agotados, según datos de la FAO.
El problema de la sobreexplotación pesquera reside en la inexistencia de pronósticos realistas durante décadas. Como ejemplo ilustrativo, en 1866, Thomas Henry Huxley, biólogo británico y defensor acérrimo de las teorías darwinistas de la evolución, negó que las capturas pesqueras pudiesen tener un efecto apreciable sobre la abundancia de especies marinas. Huxley, como otros que le sucedieron, descartó el avance tecnológico como factor de riesgo en la explotación de nuestros mares. Pocos aventuraban que tras aquellos barcos de vela decimonónicos surgirían enormes buques como los que hoy esquilman los océanos. Hace más de cien años, la actual situación de las especies marinas era impensable. En la actualidad, la situación de los mares de hace 150 años parece irrepetible.
El aumento incontrolado de la población mundial es responsable, en parte, de este agotamiento de los mares. El número de capturas de especies marinas ha crecido con el número de habitantes del planeta. Desde los años 60, la población mundial ha crecido más del doble, de 3.000 millones a casi 7.000, y esta situación repercute en la explotación de los recursos que tenemos a nuestro alcance. Si en los ’60 el número de capturas pesqueras representaba unos cuarenta millones de toneladas anuales, esta cifra se ha transformado en 120 millones en la actualidad.
A diferencia del número de capturas, la población de las especies marinas no aumenta con el paso de los años. Las poblaciones de peces de consumo cada vez son menores por la proliferación descontrolada de los arrastreros modernos. Cada vez hay más barcos y menos peces. Con sentido común, se puede afirmar que no hay futuro en un modelo en el cual sólo el 20% de las especies son explotadas con moderación. Ni hay futuro en un modelo en el cual un tercio de las capturas son devueltas al mar, en su mayor número muertas.
Los medios de captura son ineficaces porque aniquilan especies no demandadas y especímenes que no han llegado a su tamaño adulto. Además, la pesca con pesos, plomadas y redes de fondo puede devastar hábitats marinos, como ya está ocurriendo en el Atlántico Norte, y los caladeros, como el situado frente a las costas del Sáhara Occidental. El empleo de la acuicultura, es decir, la cría de especies en piscinas para su consumo, mejora ligeramente la situación, pero no la soluciona.
El ejemplo más mediático de la sobreexplotación está protagonizado por el atún rojo. Numerosas organizaciones, como WWF Adena, han denunciado la “alarmante tendencia” al colapso comercial y ecológico de esta especie mediterránea y atlántica destinada, en su mayor parte, a la elaboración de sushi. Se ha demostrado científicamente que si no cambia la situación, el atún rojo está condenado a la extinción. Sin embargo y ante todo pronóstico, los Estados presentes en la última reunión de CITES (Convención del Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) rehusaron la posibilidad de añadir al atún rojo en la lista de especies protegidas. Japón, nación importadora del 80% del atún capturado, ejerció de lobby y convenció uno a uno a los países firmantes de la convención. Ante estas decisiones, de poco sirve el conocimiento de la situación.
El atún rojo no es la primera especie propuesta como animal protegido de capturas. Sin ir más lejos, en el último mes, la anchoa del Cantábrico ha vuelto a los mercados de todo el mundo después de cinco años de veda. Ante el peligro de extinción de este preciado pescado, las autoridades internacionales prohibieron su pesca durante un lustro.
El control de las capturas o la prohibición de pesca de determinados pescados parece ser el único remedio efectivo para salvar los mares del agotamiento. Pero si el modelo pesquero actual no es rediseñado en su totalidad, estas medidas preventivas sólo serán parches temporales a un problema del que somos responsables.
*Periodista
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El aumento incontrolado de la población mundial es responsable, en parte, de este agotamiento de los mares. El número de capturas de especies marinas ha crecido con el número de habitantes del planeta. Desde los años 60, la población mundial ha crecido más del doble, de 3.000 millones a casi 7.000, y esta situación repercute en la explotación de los recursos que tenemos a nuestro alcance. Si en los ’60 el número de capturas pesqueras representaba unos cuarenta millones de toneladas anuales, esta cifra se ha transformado en 120 millones en la actualidad.
A diferencia del número de capturas, la población de las especies marinas no aumenta con el paso de los años. Las poblaciones de peces de consumo cada vez son menores por la proliferación descontrolada de los arrastreros modernos. Cada vez hay más barcos y menos peces. Con sentido común, se puede afirmar que no hay futuro en un modelo en el cual sólo el 20% de las especies son explotadas con moderación. Ni hay futuro en un modelo en el cual un tercio de las capturas son devueltas al mar, en su mayor número muertas.
Los medios de captura son ineficaces porque aniquilan especies no demandadas y especímenes que no han llegado a su tamaño adulto. Además, la pesca con pesos, plomadas y redes de fondo puede devastar hábitats marinos, como ya está ocurriendo en el Atlántico Norte, y los caladeros, como el situado frente a las costas del Sáhara Occidental. El empleo de la acuicultura, es decir, la cría de especies en piscinas para su consumo, mejora ligeramente la situación, pero no la soluciona.
El ejemplo más mediático de la sobreexplotación está protagonizado por el atún rojo. Numerosas organizaciones, como WWF Adena, han denunciado la “alarmante tendencia” al colapso comercial y ecológico de esta especie mediterránea y atlántica destinada, en su mayor parte, a la elaboración de sushi. Se ha demostrado científicamente que si no cambia la situación, el atún rojo está condenado a la extinción. Sin embargo y ante todo pronóstico, los Estados presentes en la última reunión de CITES (Convención del Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) rehusaron la posibilidad de añadir al atún rojo en la lista de especies protegidas. Japón, nación importadora del 80% del atún capturado, ejerció de lobby y convenció uno a uno a los países firmantes de la convención. Ante estas decisiones, de poco sirve el conocimiento de la situación.
El atún rojo no es la primera especie propuesta como animal protegido de capturas. Sin ir más lejos, en el último mes, la anchoa del Cantábrico ha vuelto a los mercados de todo el mundo después de cinco años de veda. Ante el peligro de extinción de este preciado pescado, las autoridades internacionales prohibieron su pesca durante un lustro.
El control de las capturas o la prohibición de pesca de determinados pescados parece ser el único remedio efectivo para salvar los mares del agotamiento. Pero si el modelo pesquero actual no es rediseñado en su totalidad, estas medidas preventivas sólo serán parches temporales a un problema del que somos responsables.
*Periodista
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