Por José Carlos García Fajardo*
Es necesario que la humanidad sobreviva al siglo XXI sin volver a caer en la barbarie. Para eso hay que liberarse de los corsés del Estado nación y establecer alianzas transnacionales, escribía el profesor Ulrich Beck en 2008. Pues el nacionalismo económico resulta antipatriótico y excluyente.
Ante nosotros se abre la posibilidad histórica de transformar nuestras relaciones reconociendo nuestra dignidad de ciudadanos universales. De todos y de cada uno.
Los gobiernos tendrán que cambiar su manera de hacer las cosas para responder al inmenso descontento social provocado por la crisis económica. Corremos el peligro de abdicar de nuestras libertades y conquistas sociales refugiándonos en una seguridad impuesta por la fuerza. Pero no hemos aprendido: Estamos al cabo de 2012 y las previsiones económicas no hacen más que ensombrecer el inmediato futuro, sin perder de vista las decisiones que saldrán del Congreso del Partido Comunista Chino dentro de unos días y consumarán el traslado del eje geopolítico y económico al Pacífico.
Más que intentar avanzar cada uno por su lado, los principales países europeos tendrían que ponerse de acuerdo para restaurar la concordia, pues el agravamiento de la crisis y los desórdenes sociales los amenazan a todos por igual, y todos tienen la misma necesidad de ir más allá de los planes de recuperación que han puesto en marcha y que se han revelado insuficientes.
Ante las manifestaciones callejeras en varios países y el malestar social que recorre Europa y el rebrote de xenofobia y de racismo, viene a la mente lo que sucedió después de la Gran Depresión y de la consiguiente Segunda Guerra Mundial. En el Parlamento de la Unión Europea, los partidos de extrema derecha trabajan para coordinar sus actividades y ampliar su grupo parlamentario, la Unión para una Europa de las Naciones. Atentos a este fenómeno galopante.
En esta época de crisis y de riesgos globales, parece que sólo funciona la creación de una densa red de alianzas y mutuas dependencias transnacionales para crear la soberanía transnacional y la prosperidad económica.
Nada puede escandalizarnos más que la falta de una firme respuesta europea a la crisis económica mundial.
La posteridad nos juzgará con rigor y asombro por esta falta de coherencia al ver a los responsables de la crisis repartiéndose bonos y prebendas. Los representantes de la Banca europea, ciegos en su codicia, han afirmado que el sistema bancario “no ha hundido” la economía, sino que ha sido la economía real la que ha puesto “en riesgo” al sistema bancario.
El escándalo de los 400.000 desahucios ejecutados por los bancos con la connivencia de jueces, aferrados a una ley anacrónica e injusta, sólo ahora ha conmocionado a la opinión pública gracias a las denuncias de la sociedad civil, de las manifestaciones en las calles y de las redes de Internet.
De ahí que nuestros banqueros sigan acudiendo a la rapiña de ayudas para una liquidez que no repercute en los créditos a las empresas y a los ciudadanos, sino que ha servido para equilibrar sus balances. No hay prueba más evidente de que en España y en otros países europeos los gobiernos no son más que meros ejecutores de las políticas que convienen a la defensa de los intereses de los grandes y opacos grupos económicos y financieros.
Cuando los bancos ganaron tanto dinero con la especulación, las hipotecas tóxicas y con el boom inmobiliario no repartieron sus ganancias mientras que ahora pretenden que el Estado “nacionalice” sus hipotecas basura.
Artimaña miserable la de arrojar la culpa sobre el contrario, aunque éste sea la ciudadanía que padece sus consecuencias. El imaginario cosmopolita representa el interés universal de la humanidad desde la interdependencia y la reciprocidad, más allá de la arrogancia nacional. Nos sabemos capaces de soñar un futuro más justo y solidario en esta sociedad de sociedades interrelacionadas por medio de las nuevas tecnologías. El realismo cosmopolita tiene que ver con el trato que reciben las minorías, los extranjeros y los marginados. Con los derechos humanos de los distintos grupos tanto en la consolidación como en la reforma de la democracia en el espacio transnacional. Y con el problema de cómo pueden evitarse los estallidos de violencia que surgen de las decepciones y la degradación de las personas.
Ante nosotros está el desafío de atrevernos a innovar nuevos modelos de desarrollo económico y de democracia política. Estos nuevos vinos exigen odres nuevos. Como ha sido la norma en el progreso de la humanidad.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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Twitter: @CCS_Solidarios