Madoff y la “economía casino”
Por Humberto Campodónico
Ayer en Manhattan el juez Denny Chin ordenó el arresto del “financista” Bernard Madoff, acusado de fraude, lavado de dinero, perjurio y robo. Madoff, que se declaró culpable, seguramente pasará el resto de sus días en prisión, ya que el máximo de las penas que se le podrían imponer suman 150 años.
Para robarle a la gente que le entregaba su dinero, Madoff usó lo que llaman el “esquema Ponzi”. Pagaba exorbitantes intereses, no con el rendimiento del capital que le entregaron —que usó para sus propios fines— sino con el dinero que le entregaban nuevos depositantes. La cosa funcionó hasta que la burbuja estalló y se descubrió la estafa. Madoff armó, entonces, una pirámide pura y simple, que nada tiene que envidiarle a CLAE y su mentor, Carlos Manrique.
La cuestión es que no estamos ante “una pirámide más”. El fraude de Madoff se ha convertido en el ejemplo vivo más grande de que EE. UU. se había convertido en una “economía casino”, como la bautizara André Gunder Frank hace 20 años. Todo se convirtió en “timba”, a tal punto que hasta se puede apostar si una empresa podrá o no pagar sus deudas.
Thomas Friedman, dos días después del destape del fraude, dijo en el New York Times que había solo una diferencia de grado entre Madoff y Wall Street: “¿Qué cosa es darle a un trabajador que gana solo US$ 14,000 al año una hipoteca para comprar una casa de US$ 750,000, sin que tenga que pagar cuota inicial ni cuota alguna durante los primeros 2 años? Luego esa hipoteca junto a 100 más se empaqueta en bonos a los que las calificadoras de riesgo Moody´s o Standard & Poors consideran como AAA y después se venden a bancos y fondos de pensiones en todo el mundo. Si eso no es una pirámide, entonces, ¿qué cosa es?” (www.nytimes.com, 16/12/2008).
Más allá de las consideraciones económicas, es evidente que la avaricia y el fraude han desembocado en una crisis ética y moral que sacude al sistema capitalista en su conjunto y, principalmente al norteamericano, que ya no es ejemplo para nadie. La razón explicativa puede estar en la caída del Muro de Berlín en 1989 y el posterior colapso de la Unión Soviética en 1990.
En efecto, desde la Gran Depresión de los años 30, el capitalismo se desarrolló en constante lucha con un sistema económico que, en esa época, aparecía pujante y podía disputarle la hegemonía mundial.
Así nace la llamada economía mixta, en la cual el Estado jugaba un rol importante (más aún en Europa) en la regulación del sistema financiero, en el impulso a la infraestructura y la puesta en marcha de pensiones para los jubilados, seguro de desempleo, bonos de comida para los pobres (“food stamps”) y sobre todo, programas de educación y salud universales. Es lo que se llamó el Estado de Bienestar del “Nuevo Acuerdo” de Roosevelt, de clara inspiración keynesiana.
Al desaparecer la “amenaza soviética”, se proclamó el “fin de la historia” (Fukuyama) y el triunfo del capitalismo como “único” sistema económico para todo el planeta. Apoyados en ese triunfalismo arrollador, el economicismo capitalista a ultranza, sobre todo, del sector financiero, empezó el desmantelamiento del Estado de bienestar y de toda la legislación reguladora de los últimos 50 años. Es en ese contexto que aparecen los Bernard Madoff y Allen Stanford de estos días.
Dice Nouriel Roubini: “Seguramente Madoff pasará el resto de su vida en prisión. Pero los hogares norteamericanos, las empresas no financieras y el gobierno probablemente pasarán la próxima generación en una cárcel deudora, ajustándose los cinturones para pagar las pérdidas infligidas por más de una década de apalancamiento imprudente, sobre consumo y tomas de riesgo excesivas.
Norteamericanos, mirémonos en el espejo: ¡Madoff y el esquema Ponzi somos nosotros!” (www.rgemonitor.com, 12/3/2009).
La salida vendrá por el lado de la economía mixta, de una nueva (vieja) ecuación que ponga el péndulo al medio en la relaciones entre mercado y Estado. ¿Se oye, padre?
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