FMI: se le cae la estantería
Por Humberto Campodónico
La actual crisis económica sigue botando de la estantería las recetas ortodoxas del FMI. Hace dos semanas, su economista jefe, Olivier Blanchard, dijo que se equivocaron en recomendar a los países que tengan metas bajas de inflación, cercanas al 2%. Dice ahora que un poco más de inflación no les vendría nada mal, la misma que podría ser de 4%.
Ante la incredulidad de sus “adúes”, Blanchard dijo que si la meta de inflación hubiera sido más alta, lo mismo hubiera sucedido con las tasas de interés nominales. Pero como las tasas de interés eran bajas, en el momento en que comenzó la crisis el Banco Central casi no tenía “balas” (posibilidad de reducir las tasas), motivo por el cual la crisis del sector real se agudizó. Ante esta situación, los Bancos Centrales tuvieron que salvar a los bancos con “cash” y los gobiernos debieron recurrir a elevados déficits fiscales para tratar de relanzar la economía con los Planes Estímulo.
El cambio del FMI es significativo, claro que sí, pues durante décadas combatió cualquier asomo de tasas de inflación más altas, lo que se tradujo en recomendaciones para reducir los déficits fiscales y ponerle “rienda corta” a la emisión monetaria.
Dicho esto, algunos críticos afirman que esta voltereta no tiene nada de “teórica”. Sucede que, ante la enormidad de las deudas públicas de los países de la OCDE, el FMI está buscando una política de “contención de daños”. Y no se le ha ocurrido otra cosa que la viejísima receta de licuar la deuda con tasas altas de inflación.
Esto es lo que dicen Joshua Aizenman y Nancy Marion: “Esa tentación es mayor de lo que fue después de la II Guerra Mundial, porque en esa época los acreedores extranjeros solo tenían el 5% del total de la deuda, mientras que esa proporción ahora es del 50% debido a la liberalización de los flujos de capitales”.
Hace pocos días otro ‘paper’ del FMI volvió a sacudir la estantería, pues planteó que han “repensado” su posición de condena a los países emergentes que pongan restricciones a la entrada de flujos de capital externo, más conocidos como “golondrinos”. Dicen Ostrich y Gosh que estos controles “a veces pueden ser justificados como parte de las herramientas de política”.
Ah, caramba. ¿Y dónde queda la posición de Michel Camdesuss en 1997 de cambiar los estatutos del FMI para que se pueda liberalizar completamente la cuenta de capitales de la Balanza de Pagos?
Recordemos que la crisis asiática del 97-98 tuvo su origen, de acuerdo con Stiglitz y Krugman, justamente en esa recomendación del FMI, ya que creó una enorme burbuja que luego estalló con la devaluación del baht tailandés. Y cuando el Premier de Malasia Mohammed Mahatyr puso controles de capital, todo el “establishment” le saltó a la yugular para condenarlo por “irresponsable”. Pero los controles le funcionaron a Malasia, a pesar de las críticas.
En este caso, como en el anterior, los críticos dicen que el FMI está tratando de evitar la salida de capitales de los países industrializados en crisis, pues lo que necesitan es volver a relanzar el crédito, la cadena de pagos y la inversión (en momentos en que hay alto desempleo). Por eso, ahora, alientan a los países emergentes a poner controles, con toda clase de argumentos.
Dicho esto, muchos países emergentes, como Brasil, Chile, Colombia –y también el Perú– recurrieron a esa política para defender su moneda ante los ataques especulativos de los “capitales golondrinos”.
Como vemos, al FMI ―que no vio esta crisis hasta que le reventó en la cara― se le cae la estantería ortodoxa. Pero todo es por pura conveniencia. Cuando cambien las necesidades de los países industrializados, nos volverán a “sorprender” con nuevos y extraños giros, que ellos tildarán de “teóricos”. Ya los conocemos. Por eso, de lo que se trata es de pensar con nuestra cabeza.
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