Según fuentes chilenas, genocida sureño Pedro Lagos ordenó fusilarlo si no entregaba la información.
Capitán chileno Belisario Campo, ayudante de Lagos, fue el encargado de obtener el plano.
Morro de Arica en junio de 1880, territorio peruano actualmente usurpado por Chile.
Momentos después de ser tomados prisioneros, Elmore y Ureta, fueron conducidos al campamento chileno de Lluta; y en cuanto el coronel Pedro Lagos se bajó del convoy que lo conducía de Tacna con su reserva, en esa mañana el jefe del campamento, comandante don Juan Rafael Vargas, le dio cuenta de lo ocurrido, y le presentó a Elmore en su calidad de Ingeniero en jefe de las fortificaciones ariqueñas.
Lagos conversó ligeramente con el prisionero; llamó a su ayudante, capitán de caballería don Belisario Campo, retirado años después del servicio como general de la nación; charló brevemente con él y le entregó a Elmore.
El coronel Lagos entregó a Elmore al capitán don Belisario Campo; éste a su vez tomó cuatro soldados del Cazadores a Caballo; hizo montar a su prisionero en un excelente animal, y a buen paso y sin trepidar, se dirigió hacia el sur; atravesó el río, llevando por guía al autor de aquel inicuo atentado, y se internó resueltamente en el magnífico y espléndido gramadal que se extiende al sur del Lluta.
Elmore, momentos antes de separarse de Pedro Lagos, había sabido por su compañero Ureta quién era el capitán Campo; y por la entrevista brevísima que el coronel tuvo con su ayudante, dándose cuenta cabal de la importancia que para él, Elmore, tenía aquel viaje, emprendido tan a la ligera, después de lo ocurrido en la mañana, por orden de un jefe de la calidad y fama de Lagos, y entregado a un ayudante como el capitán don Belisario Campo.
Elmore, Campo y su escolta, caminaron buen trecho, casi sin cambiar palabra; dejaron atrás el casco delWateree y sin preocuparse de nada, ni de nadie, siguieron adelante en su silenciosa excursión; ni Campo ni su acompañante cambiaban en el ínterin una sola palabra; aquella marcha no podía ser alegre, ni expansiva; al fin, el ingeniero peruano, que conocía a palmo aquellos parajes, exclamó:
– Nos pueden pajarear, capitán; hay que hacer alto.
Expresión muy de aquella tierra, que traducida en buen romance, quiere decir: “Nos pueden cazar como a pájaros”.
En realidad de verdad, estaban ya casi a tiro de rifle del primer fuerte peruano, de los del norte.
– No le importe a usted nada, mi amigo, todo eso; que lo que yo necesito de usted es que, estando bien cerca de las posiciones enemigas, me dé usted todos los datos necesarios sobre las fortificaciones de la plaza, reductos, minas, hilos eléctricos y sus baterías– contestó Campo.
Elmore se negó a dar los datos que se le pedían, y asilándose en el derecho internacional, alegó que eso no podía exigirse honrada e hidalgamente a un prisionero de guerra; declaró al capitán Campo, que por nada de este mundo daría los datos que se le exigían; que a un oficial de honor, a un caballero, no podía hacérsele proposiciones de esa especie.
Campo le cortó la oración replicando:
– Tengo orden de obtener esos datos de usted; ellos deben de ser absolutamente verídicos y precisos, respondiendo con su vida de su exactitud. Tiene usted cinco minutos para contestar; evite todo discurso y palabrería.
Y sacando su reloj, agregó:
– Lo único que en su obsequio puedo hacer, es dar orden a mis cazadores que en lugar de recibir usted un tiro, se le peguen en la cabeza, simultáneamente, dos. Cuente usted ya los cinco minutos.
Transcurrió un minuto, que fue un siglo para aquellos hombres, especialmente para el infeliz y desgraciado Elmore, que con una sangre fría pasmosa exclamó:
– Sea, daré capitán, los datos que usted quiere.
– Está bien –dijo Campo–; dibuje usted aquí, en mi cartera, los planos de los fuertes de Arica completos; señale todas sus minas; sea usted verídico, porque el día del asalto, si sus noticias fallan, será usted muerto sin piedad.
Elmore obedeció; y con la ligereza del profesional inteligente, que sabe bien su oficio y conoce a fondo el terreno en que opera, dibujó en la cartera del capitán Campo el plano justo, exacto de los baluartes de Arica, con todos los detalles e indicaciones del caso.
Terminado aquel notable episodio del cortísimo asedio de Arica, que nadie interrumpió, y en que no hubo más testigos que los cuatro cazadores que sirvieron de escolta a Campo y Elmore, torcieron bridas, dieron la grupa a los bastiones ariqueños, y a buen paso tornaron hacia Chacalluta, al campamento del coronel Lagos.
Pedro Lagos, estimando en lo que verdaderamente valían los datos, planos y relación de Elmore, dados a Campo, conversó a su vez con el ingeniero peruano, y dando orden al respecto, lo dejó en libre plática en poder del 3º de Línea, que se hizo cargo de su custodia y conservación.
Fuente: Nicanor Molinare. 1911. Asalto y toma de Arica. 7 de junio de 1880. Santiago de Chile: El Diario Ilustrado.
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