Víctor Alvarado
El coronel Francisco Bolognesi llevaba ocho años retirado del servicio militar, beneficiado de una modesta pensión de jubilado y dedicado esporádicamente a actividades comerciales, que las compartía con sus actividades de masón, cuando fue convocado para reintegrarse a las filas del ejército, luego de que el cinco de abril de 1879 se produjera la declaratoria de guerra por parte de la clase oligárquica política y militar que gobernaba Chile.
Las fuerzas armadas chilenas habían invadido un año antes la provincia boliviana de Antafogasta y no disimulaban sus intenciones de hacer lo mismo con la provincia peruana de Tarapacá y su puerto Iquique, para apropiarse de sus riquezas guaneras y salitreras.
Había cumplido 62 años de edad y llegado a la vejez en óptimas condiciones de salud, un hecho inusual en una época en que el promedio de vida era 50 años. Tenía una imagen avejentada que no correspondía a su excelente estado físico y fuerza espiritual gigante, insuflada por el llamado de la patria amenazada y a punto de ser invadida por una guerra de rapiña.
En San Francisco
El jefe de los ejércitos del sur, general Juan Buendía y Noriega lo asigna a Iquique en el marco del plan de la defensa de Tarapacá, en calidad de ayudante mayor de la 1ra. Sección y luego como jefe de la 3ra. División.
El Ejército del Sur, enterado de la ocupación de Pisagua (02 de noviembre de 1879), debe decidir entre quedarse a defender Iquique o dirigirse a recuperar Pisagua y opta por esta alternativa. Sale con dirección a Negreiros para encontrarse con los soldados replegados de Pisagua y al hacer escala en el pozo Dolores o San Francisco y encuentran a los invasores parapetados que los esperaban, entablándose el 19 de noviembre una fiera batalla, bautizada por los chilenos como la Batalla de Dolores y los peruanos como la de San Francisco.
El grueso de los bolivianos había desertado antes del encuentro y los peruanos fueron sobrepasados por sus atacantes, con el saldo en las filas patriotas de 220 bajas y 60 en la de los invasores. Junto a Bolognesi, brillan en la acción los generales Belisario Suárez, Justo Pastor Dávila y el coronel Andrés Avelino Cáceres.
El ejército peruano inició un repliegue hacia Tiliviche y dirigirse al puerto de Arica para reunirse con las fuerzas aliadas que se encontraban en esa posición.
En la madrugada del 27 de noviembre una densa neblina los desvió de su camino y aparecieron en Tarapacá, cuyas alturas ya estaban ocupadas por los invasores, quienes se alistaban a emboscarlos. Los oficiales peruanos captaron el peligro que corrían y comprendieron en pocos minutos el plan de los atacantes.
En Tarapacá
El Coronel Andrés Avelino Cáceres, al mando de la 2ª División, propuso un plan que consistía en tomar la iniciativa y atacar al enemigo, para lo cual su regimiento debía escalar con prontitud la principal elevación donde se parapetaban las fuerzas adversas y desalojarlas, mientras que las demás divisiones al mando de los coroneles Castañón, Bolognesi, Ríos y Bedoya debían atacarlos por la retaguardia y los flancos. El plan se cumplió estrictamente y la batalla de Tarapacá culminó con la victoria de las fuerzas peruanas.
Bolognesi, al momento de ejecutar el plan de Cáceres, se encontraba preso de una fuerte fiebre, lo que no fue impedimento para ponerse al frente de su división que se encargó de avasallar al regimiento II de Línea de los invasores, cuyo estandarte fue tomado como trofeo de guerra por los peruanos.
El teniente coronel argentino, Roque Sáenz Peña, que vino a luchar voluntariamente en las filas del ejército peruano, testimonió sobre este comportamiento heroico de Bolognesi: “La batalla de Tarapacá le sorprendió gravemente enfermo. Pero siente los primeros tiros del combate, y el viejo veterano se incorpora en el lecho. Asume el mando de su regimiento y soporta nueve horas de combate, con el rostro encendido por la fiebre, la mirada brillante por el ardor de la pelea y el corazón contento de haberse batido por la Patria”.
En el fragor de la batalla, un balazo de los invasores le había llevado un tacón de su granadera derecha (bota), ante lo cual, dueño de un excelente humor dijo: “Las balas chilenas apenas llegan a las suelas de mis botas”.
Los chilenos optaron por replegarse a Negreiros (Pisagua). El ejército peruano hizo un balance de la situación y concluyo que debía partir a Arica porque no podía enfrentar un eventual contraataque chileno, debido a que carecía de municiones y pertrechos. Las bajas en ambos lados fueron enormes. Los chilenos contabilizaron 516 muertos y 179 heridos. Los peruanos dieron en sus partes un total de 236 muertos y 261 heridos, sin duda un inobjetable triunfo peruano.
En Arica
Llegan a Arica el 18 de diciembre, donde el jefe de la plaza, el contralmirante Lizardo Montero decide trasladar su estado mayor a Tacna y nombra a Bolognesi como jefe de la plaza de Arica en reemplazo de Camilo Carrillo que cayó enfermo.
Por esta razón, Bolognesi no estuvo en la batalla del Alto de la Alianza (Tacna) del 26 de mayo de 1880. La guarnición de Arica, al mando de Bolognesi, recibió las noticias del resultado de la batalla en Tacna y se preparó para la defensa de Arica.
El 5 de junio, el general Baquedano envió al sargento mayor José de la Cruz Salvo como parlamentario para intimar la rendición de la plaza, y Bolognesi le respondió: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”.
La inmortal respuesta fue ratificada por 15 oficiales integrantes de su estado mayor, con excepción del coronel pierolista Agustín Belaúnde, un traidor que fugó antes del inicio de la batalla.
Nace el héroe
El 7 de junio de 1880 a las 4.30 a.m.se produjo el asalto de una fuerza compuesta por 5,379 invasores, desproporcionadamente superior a los 1,901 peruanos que defendían la plaza.
En el fragor de la batalla, los jefes chilenos le gritaban: “ríndase, ríndase, Bolognesi”. El héroe, revólver en mano y disparando contestaba: “No hay rendición ¡Miserables! ¡Viva el Perú!”.
Los relojes marcaban las 8.50 a.m. cuando el coronel Bolognesi intenta hacer volar las minas, pero el mecanismo no funcionó.
Fue en ese momento de la lucha en el morro que fusileros chilenos dispararon a matar contra el teniente coronel Ramón Zavala, el teniente coronel Benigno Cornejo, y fue herido en un brazo el teniente coronel Roque Sáenz Peña.
Según testimonió Saénz Peña, un balazo en el corazón desplomó a Bolognesi, al mismo tiempo que cayó a su lado el capitán de navío, Juan Guillermo More.
“Sólo More y Bolognesi continuaron haciendo fuego con sus revólveres hasta que un soldado chileno le disparó a Bolognesi y lo tendió muerto instantáneamente de un balazo en el cráneo”.
Luego sus atacantes no conformes con abatirlo le destaparon el cráneo con un feroz culatazo”. Bolognesi y sus valientes traspusieron los umbrales de la inmortalidad y desde allí son los faros que alumbran eternamente el paso de los peruanos al futuro.
La Razón, 05.01.2015