Por Danilo Sánchez Lihón
“Tenía camisa blanca
y el corazón encendido”
Juan Gonzalo Rose
Julio César Escobar García
Fue un niño lustrabotas y canillita vendedor de periódicos quien se inmoló en la Batalla de Lima en la cual la población civil salió a defender la capital del Perú de la invasión perpetrada por el ejército de Chile.
Él mismo quiso voluntariamente servir de vigía trepándose a un árbol muy alto de pino que hasta el año 2001 permaneció de pie junto a la Iglesia de San José en el distrito de Surco.
Este lugar fue escenario de un frente de la batalla el día 13 de enero del año 1881 y cuya línea de trincheras se extendió desde el borde del mar en Miraflores hasta cerca de los contrafuertes andinos.
1. Retumba el cañón
– ¡Julio! ¡No subas más! ¡Baja ya del árbol! ¡Es peligroso!
– Recién puedo ver desde dónde disparan.
– ¡Bájate, te digo! ¡Es una orden!
– ¡Ahora sí, artilleros, afinen puntería! Del último disparo apunten veinte metros al fondo y diez a la derecha.
Luego de cavilar unos segundos el teniente Villalobos ordena a sus soldados:
– ¡Artilleros, obedezcan al vigía Julio Escobar! ¡Está arriesgando la vida, y es un niño!
Pero con preocupación mira hacia lo alto y ve que Julio ya está en la parte delgada del tronco del árbol de pino, treinta metros hacia arriba.
– ¡Correcciones hechas! ¡A la orden!
– ¡Disparen! ¡Fuego!
Retumba el cañón, saliendo una llamarada de fuego. Zumbando en el aire la bomba explosiona haciendo temblar la tierra a lo lejos.
2. ¡Apunten,rápido!
– ¡Le dimos! ¡Le dimos! –Exclama exaltado Julio César Escobar.
Está trepado arriba, y ya casi al final del árbol de pino que se yergue desde un costado de la Iglesia, en la hacienda San Juan Grande de Surco.
Por aquí se extiende la línea de defensa alzada para detener la ofensiva del ejército chileno.
Ellos cuentan con 30 mil hombres armados con fusiles Comblain, ametralladoras Gatling, cien cañones Armstrong y Krupp extendidos en el campo de batalla.
Y cuarenta barcos de guerra que bombardean implacables desde las playas del litoral cubriendo la avanzada de sus tropas.
– ¡Julio! Ya le dimos. ¡Ahora baja!
Da espanto verlo columpiarse con el viento cerca de la punta de aquel viejo pino que se eleva aquí desde hace 200 años.
– ¡Siguen matando heridos! –Grita–. ¡Apunten rápido! Hay otra ametralladora disparando.
– Nos indicas, ¿dónde se ubica?
3. Son las 9.30 de la mañana
– ¡Está en dirección de esta veleta, la de aquí, detrás del muro!
– ¿Distancia?
– Está a la misma distancia del disparo anterior. ¡Cuidado! ¡Están barriendo peruanos!
– ¡Hagan lo que dice el niño! –Ordena el teniente, agitado.
– ¡Correcciones a la orden, mi teniente!
– ¿Listos?
– ¡Fuego! –Ordena Julio desde arriba.
– ¡Le dimos! ¡Otra vez le dimos! ¡Bravo! Volamos otra ametralladora.
– Ahora bájate. Han tenido que darse cuenta que hay alguien de vigía en lo alto del árbol. No vamos a disparar hasta que te bajes.
– ¡Siguen persiguiendo y matando heridos!
Son las 9.30 de la mañana y la batalla de San Juan y Miraflores en la Defensa de Lima, iniciada a las cuatro y treinta de la madrugada de hoy día, arroja resultados adversos para la resistencia peruana.
4. Una mata de mastuerzo
Hasta este momento hay 4 mil hombres inmolados en la planicie. Otros luchan con valor titánico.
Se ha infligido muerte, hasta este momento, a 3,350 soldados que son las bajas en el ejército invasor.
La orden del ejército de Chile es: “No dejar cholos vivos en el campo de batalla”.
Por lo cual la tropa hace el “repaso” con el corvo chileno, mutilando cuerpos aún vivos y degollando heridos.
También atravesándolos con la bayoneta calada y destrozándole el cráneo con la culata del fusil.
Dos mil voluntarios del Perú que han entrado a batalla se arrastran contusos por el suelo buscando refugio en un hoyo o en una acequia.
O bien debajo de una mata de mastuerzo o de yerba santa. O bien al pie de un huarango que crece silvestre en estos pantanos.
Son civiles que han reemplazado a las tropas regulares que sucumbieron en la defensa de Arica, en la batalla de San Francisco y en el Alto de la Alianza, libradas al sur del Perú.
Es el Ejército de Reserva, compuesto de hombres de sesenta años hasta niños de quince, o menos años.
5. ¡Carguen y disparen!
Julio César ha trepado al pino y grita a pulmón lleno:
– ¡Chilenos matan heridos!
– ¡Baja ya!
– ¡Uno alza sus manos y le hunden la bayoneta!
– ¿Desde ahí estás viendo todo eso?
– ¡Sí! ¡Hagan fuego, por favor! A otro se acercan con cuchillos. Le cortan el cuello. También matan a la mujer que le suplica. Ahora se retuerce a su lado.
– ¡Baja! ¡Te van a ver!
– ¡Otra ametralladora está disparando! ¡Pronto! ¡Carguen y disparen!
Es el rastreo de la división Chacabuco comandada por Ignacio Carrera Pinto que barre el campo dando resguardo a la tropa de avanzada. Son ellos que ultiman a los caídos y a las mujeres que los acompañan sin armas en su lucha.
– Dinos Julio la posición exacta de la ametralladora.
– ¡Otra vez en dirección de la veleta! Distancia tres cuadras. Como del jirón de la Unión a la avenida Santa Rosa. ¡Disparen! ¡Por Dios, disparen!
6. ¡Apunten! ¡Fuego!
– ¡Soldado Julio César Escobar! ¡Lo conmino a bajar y presentarse!
Pero ahora, trepado en lo alto del pino desacata la orden de su jefe el teniente Villalobos:
– ¡Mi teniente –dice desde arriba–, los chilenos han traído un cañón, jalado por mulas, aquí al frente!
– Dinos la ubicación exacta. –Dice presuroso un artillero.
– Está en dirección a esa planta de malvas. La distancia es el largo que tiene un estadio de fútbol.
– Lo están armando y apuntan hacia aquí. ¡Van a volar la iglesia!
– ¡Rápido, carguen! ¡Vienen más chilenos hasta ese sitio! ¡Montan una ametralladora!
– ¡Ya baja, Julio!
– ¡Apunten! ¡Fuego!
– ¡No dio, teniente! Corrijan. Unos veinte metros más cerca. Y 15 a la izquierda.
– ¡Apúrense! ¡Van a disparar!
– ¡Apunten! ¡Fuego!
7. Memoria imperecedera
– ¡Le dimos, teniente! ¡Le dimos!
– ¡Julio, ahora sí, ya bájate! ¡Tienen que pensar que hay un vigía en el árbol!
Dicho y hecho. Justo en ese momento los chilenos hacen una descarga cerrada de toda la fusilería hacia lo largo del tronco del árbol.
– ¡Julio, no te muevas! ¡Escóndete detrás del tronco!
Permanece quieto; pero sus brazos para cogerse sobresalen del tallo y sus dos manos se entrelazan adelante para mantenerse sin caer.
Decenas de balas se incrustan en la corteza y otras pasan silbando por su costado.
Ahora es el blanco de los disparos. Han descubierto al vigía. ¿Cómo? Al explicarse cómo es que eran certeros los disparos del viejo cañón apostado muy cerca de la iglesia, por detrás del muro.
Una tercera descarga destroza sus brazos y desune sus manos haciendo que su cuerpo se desprenda. Ha volado por los aires y caído, ingresando a la memoria imperecedera del Perú eterno.
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