Hiroshima y Nagasaki
Por Isaac Bigio, Análisis Global
Hace 65 años por primera vez y única vez en la historia fueron lanzadas armas atómicas sobre humanos. Unos 140,000 japoneses perecieron con la explosión de Hiroshima del lunes 6 de agosto de 1945 y tres días después otras 80,000 fueron asesinadas en un segundo bombardeo atómico sobre Nagasaki. El 15 de Agosto Tokio se rindió incondicionalmente ante Washington.
Por Isaac Bigio, Análisis Global
Hace 65 años por primera vez y única vez en la historia fueron lanzadas armas atómicas sobre humanos. Unos 140,000 japoneses perecieron con la explosión de Hiroshima del lunes 6 de agosto de 1945 y tres días después otras 80,000 fueron asesinadas en un segundo bombardeo atómico sobre Nagasaki. El 15 de Agosto Tokio se rindió incondicionalmente ante Washington.
Estas dos bombas han sido las más letales que se hayan empleado en cualquier conflicto militar. La gran mayoría de sus 220,000 asesinados fueron niños, mujeres, ancianos y demás inocentes. Esa cifra es mayor que la de la suma de todos los muertos civiles en todas las guerras externas que haya tenido América Latina desde la invasión al Paraguay y Perú hace más de 13 décadas.
Sin embargo, el número de civiles asesinados por los aliados en 1945 se multiplica si se suman otros bombardeos a ciudades como Colonia, Dresde, Hamburgo, Tokio, etc.
La historia la escriben los vencedores. Mucho se ha hablado del holocausto nazi sobre más de 6 millones de judíos, gitanos, homosexuales e izquierdistas, sobre las matanzas y esclavización de millones de eslavos, o sobre como los japoneses masacraron e Nanking, prostituyeron chinas y coreanas o abusaron de sus prisioneros de guerra.
Sin embargo, las potencias ‘democráticas’ también cometieron crímenes de guerra, los mismos que hasta hoy nunca han sido juzgados.
A 65 años de las masacres de 220,000 civiles nipones aún EE. UU. no ha dado una disculpa oficial al respecto.
Muchos arguyeron que el lanzamiento de bombas atómicas sobre indefensos fue una necesidad para prevenir más sangre. Lo cierto es que 3 meses antes de Hiroshima los aliados habían conseguido una victoria absoluta en Europa y que el emperador nipón venía buscando como capitular.
La explosión atómica sirvió para justificar los tremendos gastos que incurrió preparar tal programa nuclear y luego como una muestra de poderío que EE. UU. quiso enseñar al mundo para imponer mejores condiciones en el reparto del botín de guerra y prevenir a Stalin el no permitir revoluciones contra los acuerdos establecidos con Truman y Churchill.
EE. UU. se jacta de ser la gran potencia que ha defendido y expandido a la democracia liberal. No obstante, para haberse convertido en el líder del mundo occidental (desplazando de tal rol a Reino Unido, Francia y Alemania) tuvo como necesidad mostrar lo letal de las peores armas nunca antes construidas, las mismas que, en 1945, ella detentaba como monopolio exclusivo.
Los EE. UU. evidenciaron en Hiroshima la duplicidad de su política. Mientras siempre han justificado sus actos en función de promover la democracia y los derechos humanos, siempre su expansión se ha dado violando esos principios.
Su actual sociedad se gestó en base a la persecución y exterminio de muchos pueblos nativos (algo glorificado en Hollywood en sus filmes contra los mal llamados ‘pieles rojas’). Las invasiones sobre América Latina y luego sobre Indochina, Yugoslavia, el Medio Oriente y Afganistán siempre han combinado ese doble filo: una propaganda en pro de la democracia y una práctica muchas veces opuesta a ese objetivo.
Sin embargo, el número de civiles asesinados por los aliados en 1945 se multiplica si se suman otros bombardeos a ciudades como Colonia, Dresde, Hamburgo, Tokio, etc.
La historia la escriben los vencedores. Mucho se ha hablado del holocausto nazi sobre más de 6 millones de judíos, gitanos, homosexuales e izquierdistas, sobre las matanzas y esclavización de millones de eslavos, o sobre como los japoneses masacraron e Nanking, prostituyeron chinas y coreanas o abusaron de sus prisioneros de guerra.
Sin embargo, las potencias ‘democráticas’ también cometieron crímenes de guerra, los mismos que hasta hoy nunca han sido juzgados.
A 65 años de las masacres de 220,000 civiles nipones aún EE. UU. no ha dado una disculpa oficial al respecto.
Muchos arguyeron que el lanzamiento de bombas atómicas sobre indefensos fue una necesidad para prevenir más sangre. Lo cierto es que 3 meses antes de Hiroshima los aliados habían conseguido una victoria absoluta en Europa y que el emperador nipón venía buscando como capitular.
La explosión atómica sirvió para justificar los tremendos gastos que incurrió preparar tal programa nuclear y luego como una muestra de poderío que EE. UU. quiso enseñar al mundo para imponer mejores condiciones en el reparto del botín de guerra y prevenir a Stalin el no permitir revoluciones contra los acuerdos establecidos con Truman y Churchill.
EE. UU. se jacta de ser la gran potencia que ha defendido y expandido a la democracia liberal. No obstante, para haberse convertido en el líder del mundo occidental (desplazando de tal rol a Reino Unido, Francia y Alemania) tuvo como necesidad mostrar lo letal de las peores armas nunca antes construidas, las mismas que, en 1945, ella detentaba como monopolio exclusivo.
Los EE. UU. evidenciaron en Hiroshima la duplicidad de su política. Mientras siempre han justificado sus actos en función de promover la democracia y los derechos humanos, siempre su expansión se ha dado violando esos principios.
Su actual sociedad se gestó en base a la persecución y exterminio de muchos pueblos nativos (algo glorificado en Hollywood en sus filmes contra los mal llamados ‘pieles rojas’). Las invasiones sobre América Latina y luego sobre Indochina, Yugoslavia, el Medio Oriente y Afganistán siempre han combinado ese doble filo: una propaganda en pro de la democracia y una práctica muchas veces opuesta a ese objetivo.