La Humanidad, raza única
Por Carlos Miguélez (*)
En nombre del Gobierno, el primer ministro de Australia ha pedido perdón a los aborígenes por la colonización blanca. Australia ocupa el tercer puesto en la lista de desarrollo humano de la ONU, después de Islandia y Noruega, con una renta per cápita superior a la de Alemania. Sin embargo, los casi 500.000 aborígenes que viven en el país tienen una esperanza de vida 17 años menor que la media nacional, sufren altos índices de desempleo, alcoholismo y violencia.
Algo muy distinto sucede en Estados Unidos, donde el candidato negro Barack Obama ha prescindido de su pastor Jeremiah Wright como asesor de su campaña por sus sermones “incendiarios” que arremeten contra el Gobierno norteamericano, entre otras cosas, por su racismo histórico dentro y fuera del país.
“Este país se fundó y está dirigido según un principio racista”, dijo en un sermón. Es probable que Obama se haya desvinculado de Wright en política para conservar los votos de una población blanca que tanto trabajo le había costado ganarse y que quizá no está preparada para reconocer un pasado histórico del que se habla poco en las familias, en los colegios, en las universidades y en los medios de comunicación.
Algo no funciona en una sociedad que pone tras las rejas a uno de cada nueve negros y a uno de cada treinta y seis latinoamericanos con edades entre 20 y 34 años. Ese gobierno estadounidense, que equipara inmigración y diferencia étnica a criminalidad, pretende frenar la inmigración desde México y Centroamérica con una valla de miles de kilómetros mientras estudia fórmulas para asignar la figura jurídica de “no-persona” para los inmigrantes ilegales. El ambiente de lo “políticamente correcto” y los eufemismos para no herir sensibilidades raciales, así como los programas de discriminación positiva, nunca podrán sustituir un verdadero reconocimiento de las personas de minorías étnicas como sujetos de Derecho y no como objetos de ayuda.
Que el discurso de un pastor negro levante tantas ampollas en pleno siglo XXI refleja hasta qué punto es tabú la historia de la esclavitud apoyada en el racismo. También deja ver el olvido histórico al que están sometidos los indios norteamericanos, apenas mencionados en periodo electoral, cuyos ancestros sobrevivieron al exterminio sobre el que se construyó una nación.
Ese mito de la superioridad blanca sobre las otras razas le ha dado la llave a las grandes potencias de todo el mundo para conquistar por medio de las tres C: Civilizar, Cristianizar y Comerciar, o lo que Serge Latouche denomina “el imperialismo de las tres M – Militares, Mercaderes y Misioneros” en su obra La Planète uniforme.
A esa uniformidad se refiere José Vidal-Beneyto en su artículo Capitalismo sin límites, que señala a los Tuaregs, los Pigmeos, los Lapones, los Inuitas, los Esquimales, los aborígenes de Australia y los Melanesios en los pueblos rezagados por la galopada hacia el capitalismo neoliberal. “Unos y otros sometidos a un proceso de destrucción cultural que hemos llamado desculturación, destinados irremediablemente a la extinción y cuya única salvación posible era la transfusión occidental”, dice el pensador español.
Pueblos como los lacandones de la selva de Chiapas en México resisten esa destrucción cultural encabezada por proyectos como el ALCA, que empujan y desplazan a los indígenas para que se pueda poner en marcha la construcción de redes hidroeléctricas, autopistas, oleoductos y, sobre todo, para la extracción de riquezas acuíferas y de petróleo que hay en Chiapas.
En ese Estado del sur mexicano conviven varias culturas mayas con lengua y cultura propias que tendrán que elegir entre “integrarse” y extinguirse si no se reivindican sus derechos culturales.
Mientras la humanidad no aprenda las lecciones de la Historia, estará condenada a repetir exterminios y esclavitudes basadas en razas superiores que aprovechan para arrebatar, conquistar y dominar en nombre de dioses o de creencias superiores. Esas diferencias seguirán dividiendo al mundo, a los continentes, a los países y a los pueblos entre los que pueden acceder y los que no pueden hacerlo por tener rasgos físicos que, en realidad, son adaptaciones a su medio natural. Las otras diferencias —culturales, sociales y educativas— tendrán que ser abordadas por gobiernos responsables con el género humano.
(*) Periodista
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