Primavera social en España
Por José Carlos García Fajardo*
Miles de personas se congregaron en una manifestación convocada por “Democracia real, ya”, movimiento que se ha ido transformando por el aporte de miles de ciudadanos indignados.
Éramos unas decenas de miles, camino de la Puerta del Sol. Lo que nos unía era la reacción contra los graves problemas que ha traído la desastrosa gestión de una globalización, que está aquí por las nuevas tecnologías y la revolución de las comunicaciones.
Pertenecíamos a los más variados estratos de la sociedad: jóvenes, medianos y mayores; profesionales, empleados y autónomos; hombres y mujeres, algunas llevando niños; universitarios, obreros, trabajadores y algunos académicos. De los más diversos medios sociales, unos en paro, otros con trabajos precarios y muchos sin acceso a una vivienda digna o expulsados de sus casas por los bancos e hipotecas con cláusulas leoninas que les habían camuflado.
Pero todos movidos por la pasión por la justicia social, por la libertad ciudadana, por los derechos fundamentales garantizados en la Constitución, y por un Estado de Bienestar Social que, por primera vez en la historia, habíamos conseguido. Veíamos amenazados sus cuatro pilares: educación universal obligatoria y gratuita; seguridad social para todos los ciudadanos; derecho a unas pensiones dignas para jubilados y personas mayores. La Aplicación de Ley de Dependencia a las personas discapacitadas, que en muchas Comunidades autónomas se habían negado a poner en práctica.
Cinco millones de personas están en paro, familias enteras no perciben salario alguno; se cedió a las inicuas presiones del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y del Central de la Unión Europea; un gobierno socialista se arrugó antes las exigencias de recortes salariales, congelación de pensiones, supresión del impuesto de transmisiones, fraude fiscal, sociedades financieras de inadmisibles privilegios fiscales, burbuja inmobiliaria que no pagaron sus responsables. Cajas de Ahorro, Bancos e Instituciones financieras han sido “rescatadas” por el Estado con el dinero de todos los ciudadanos; extravagantes misiones militares en otros países y en otros mares con desorbitados gastos…
Todo esto colmó de indignación a los ciudadanos más afectados y reaccionamos poniéndonos en marcha para reclamar los derechos fundamentales y el respeto a la dignidad ultrajada.
Una reacción general, no antisistema, sino contra esta forma de sistema político envilecido por la corrupción, la descalificación y el escándalo entre los políticos, incapaces de aportar propuestas alternativas viables.
Y por un desencanto general que nos ha llevado a una reacción firme, organizada y pacífica que se extiende por todos los medios a otras ciudades, estamentos, españoles en el extranjero y personas afectadas por este estado de cosas que amenaza con llevarnos al caos.
Admiramos la primavera árabe, aunque las circunstancias sociopolíticas y económicas no son las mismas. Es un viento de libertad y de justicia social que recorre un mundo interrelacionado.
No queríamos el trato padecido por Grecia, Irlanda, Portugal y que amenaza a otros miembros de la Unión Europea. Admiramos el talante y la decisión de los islandeses.
Resonaba en nuestras almas el derecho a la resistencia ante el tirano. Aunque este no llevase coronas ni mitras ni atributos feudales. Sabemos quienes son los tiranos de nuestros días, por difuminados que sean sus contornos y por la suplantación de las ciudadanías por organismos de presión, lobbies sin alma y por la obscenidad e impudicia de sus representantes.
Cuando un pueblo padece la opresión de los poderes de los “mercados”, tiene derecho a alzarse contra el tirano. Este derecho se convierte en deber cuando padecen los más débiles, los ancianos, los niños, la juventud, las familias en sus variadas manifestaciones y no se respetan las libertades de conciencia, de reunión, de expresión y de elección.
La historia demuestra que la fuerza puede llegar a ser justa cuando es necesaria. La manifestación pacífica no puede comprender la colaboración, ni siquiera pasiva, con el opresor. Hay momentos en la historia en los que no alzarse contra el opresor nos convierte en sus cómplices.
Para no padecer la vergüenza de que nuestros nietos nos pregunten cómo, habiendo podido tanto, nos atrevimos a tan poco.
El movimiento del 15-M se extiende sin cesar. Aquellas decenas de miles hoy se cuentan por centenares de miles y la participación a través de las redes por millones de personas que ya nunca podrán alegar que no sabían lo que está sucediendo.
Respetamos el Estado de Derecho, las leyes establecidas, las consultas electorales. No hemos permitido ser manipulados por ningún partido o facción política, ideología o fanatismo. Respetamos a las Juntas Electorales, pero les recordamos que estas movilizaciones nada tienen que ver con unas elecciones municipales ni con el ejercicio del derecho al voto, al que animamos con nuestra conciencia ciudadana.
Pero nuestro vuelo es más profundo, más amplio y de envergadura inmensa.
* Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
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