Construir una sociedad solidaria, justa y fraterna
A las 19,00 de hoy, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Benedicto XVI celebró la Santa Misa en la Basílica de San Juan de Letrán. Posteriormente presidió la procesión eucarística que, recorriendo via Merulana terminó en la Basílica de Santa María Mayor.
En la homilía de la misa, el Papa recordó que "hoy el Santísimo Sacramento es llevado en procesión por las calles de las ciudades y pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el Reino de los cielos. Lo que Jesús nos donó en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no está reservado a algunos, sino que esta destinado a todos".
Refiriéndose a la comunión eucarística, el Santo Padre señaló que "mientras el alimento corporal es asimilado por nuestro organismo y contribuye a su sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un Pan diferente: no somos nosotros los que lo asimilamos, sino que nos asimila a sí, y de este modo somos conformados en Jesucristo, miembros de su Cuerpo, una sola cosa con Él. Este paso es decisivo. De hecho, precisamente porque Cristo, en la comunión eucarística, nos transforma en sí, nuestra individualidad, en este encuentro, es liberada de su egocentrismo e introducida en la Persona de Jesús, que a su vez está inmersa en la comunión trinitaria".
"Así -continuó-, mientras la Eucaristía nos une a Cristo, nos abre también a los demás, nos hace miembros unos de otros: dejamos de estar divididos, y nos hacemos una sola cosa en Él. La comunión eucarística me une a la persona que está a mi lado, y con la cual quizá no tengo una buena relación, pero también a los hermanos que están lejos, en todo el mundo".
Benedicto XVI subrayó que "quien reconoce a Jesús en la sagrada Hostia, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es forastero, desnudo, enfermo, encarcelado; y está atento a cada persona, se empeña a ayudar, de modo concreto, a todos los que tienen necesidad. Del don del amor de Cristo proviene por lo tanto nuestra especial responsabilidad de cristianos en la construcción de una sociedad solidaria, justa, fraterna. Especialmente en nuestro tiempo, en el que la globalización nos hace siempre mas dependientes unos de otros, el cristianismo puede y debe hacer que esta unidad no se construya sin Dios, es decir, sin el verdadero Amor, que daría lugar a la confusión, al individualismo, al atropello de todos contra todos".
"El Evangelio -subrayó- tiene en cuenta siempre la unidad de la familia humana, una unidad no impuesta desde fuera, ni por intereses ideológicos o económicos, sino a partir del sentido de responsabilidad de unos hacia otros, porque nos reconocemos miembros de un mismo cuerpo, del cuerpo de Cristo, porque hemos aprendido y aprendemos constantemente del Sacramento del Altar que el compartir, el amor es el camino de la verdadera justicia".
El Santo Padre terminó poniendo de relieve que "sin ilusiones, ni utopías ideológicas, caminamos por las calles del mundo, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación. Con la humildad de sabernos simples granos de trigo, custodiamos la firme certeza de que el amor de Dios encarnado en Cristo es más fuerte que el mal, que la violencia y la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres cielos nuevos y tierra nueva, donde reinan la paz y la justicia y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra verdadera patria".
Terminada la misa, el Papa presidió la procesión eucarística hasta la basílica de Santa María la Mayor. Durante el camino, miles de fieles rezaron y cantaron acompañando al Santísimo Sacramento. Un vehículo descubierto transportó el Santísimo en una custodia, frente a la cual iba el Papa.