Desastres y ayuda humanitaria
Por Cristóbal Sánchez Blesa (*)
La comunidad internacional asiste a la tendencia, cada vez mayor, de incrementar la ayuda humanitaria destinada a catástrofes naturales. Sin ir más lejos, las Naciones Unidas han procurado dar solidez en los últimos años a un fondo de emergencia y a un entramado de cooperación multilateral destinado a prestar una ayuda rápida y eficaz a los países que sufran un tsunami, un terremoto, inundaciones o cualquier otra tragedia repentina. Los gobiernos de muchos países han aportado cantidades importantes, si bien, como suele ser habitual, pocos cumplen cabalmente los compromisos relacionados con la dotación de esas partidas.
También bastantes gobiernos han favorecido la creación de fondos nacionales o de estructuras de cooperación destinadas a dichos fines. Se habilitan almacenes para víveres y artículos de primera necesidad, se cuenta con aeronaves, personal en situación de guardia y grupos militares con una preparación humanitaria. Son avances que han permitido actuar con una cierta eficacia en algunas situaciones extremas de los últimos tiempos. Claro que sólo podemos considerar estas actuaciones como éxitos si las comparamos con anteriores misiones llenas de descoordinación, lentitud, carencia de recursos y desidia (cuando no de mala voluntad de gobernantes corruptos y totalitarios) que permitían que miles de personas sufrieran sin ninguna ayuda los rigores de la naturaleza.
Ni se puede ni se debe dudar de que esta política de cooperación internacional ha de seguir desarrollándose en la misma línea. Millones de personas pierden su casa y su familia de la noche a la mañana, países enteros quedan arrasados sin capacidad de regeneración.
Sin embargo, conviene advertir ciertos riesgos relacionados con estos hechos y que podrían pervertir el sentido global de una correcta cooperación, incluida en ella la ayuda humanitaria de emergencia. Volcar la cooperación internacional hacia la ayuda de emergencia supone en muchos casos olvidarse de los focos de pobreza pertinaz en muchas regiones del mundo.
Los medios de comunicación son muy sensibles a un tsunami, pongamos por caso, siempre que cuenten con imágenes nuevas y conmovedoras. Entretanto, pasan meses y años sin recordar pandemias y miserias que se cobran las mismas vidas de manera silenciosa. Nadie habla de la malaria, del SIDA o de la sequía centroafricana mientras la noticia sea el tsunami. Y éste, a su vez, pasa al baúl de los recuerdos en el momento que las cifras y las imágenes se hacen repetitivas. Los gobiernos y la población en general responden en términos parecidos a las sacudidas de las catástrofes naturales que con frecuencia se producen.
Muchas organizaciones sociales de países donantes intentan con esfuerzo continuado educar a su población con una pedagogía de la cooperación que haga comprender la complejidad de ésta al llevarla a la práctica. Dentro de este proceso se incluye el dotar de prioridad a la cooperación sostenida y al desarrollo que ataca las raíces mismas de la pobreza. Se trata de que la gente caiga en la cuenta de la importancia de los programas a largo plazo que incluyen la producción de bienes de primera necesidad, el fomento del empleo, la mejora de las condiciones sanitarias y educativas, la creación de infraestructuras, etc. Proyectos realizados por la población nativa, con fuerte participación social, transparentes y con un alto grado de eficiencia para el entorno donde se aplican. Que es tanto como darle importancia a la normalidad del día a día de una sociedad. Dicho de otra forma, también una manera de luchar preventivamente contra los desastres naturales, ya que una sociedad estructurada y fuerte puede afrontarlos con mayores garantías.
No obstante, las audiencias siguen siendo más sensibles a una catástrofe puntual de consecuencias dramáticas, con desoladoras imágenes. El dolor reunido y repentino hace que se consigan innumerables apoyos y un calor humano desmesurado. Son los momentos, además, que algunas organizaciones con pocos escrúpulos han aprovechado para captar recursos y socios.
Tenemos un reto mundial por delante, conseguir que la estructura de ayuda en catástrofes se fortalezca hasta el punto de que sea poco lo que se improvise cuando se haga necesaria una intervención. Pero sin que la cooperación sostenida al desarrolle sufra ninguna merma. Tan importante es actuar en la emergencia, como mantener una actitud responsable, constante y rigurosa sobre la infinidad de causas que producen calamidades en el planeta.
(*) Periodista y Presidente de Solidarios para el Desarrollo
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