La maldición bíblica

Mahmoud Ahmadineyad
Por Alberto Piris (*)

En mayo, el ex primer ministro de Israel sondeó directamente a Bush sobre su posible apoyo si Israel se decidiera a bombardear los centros de la industria nuclear iraní.


Al parecer, el rechazo de Bush se basaba en el temor a las inevitables represalias de Irán contra las fuerzas norteamericanas en Irak y Afganistán y contra los suministros petrolíferos del Golfo, y en la dificultad de lograr la destrucción completa de las plantas nucleares con una sola oleada de ataques aéreos, puesto que su repetición en días posteriores llevaría sin duda a una guerra a gran escala, nada deseable por Estados Unidos.

Hace un par de semanas se anunció la venta de Estados Unidos a Israel de un millar de bombas de penetración contra búnkeres fortificados, lo que parece contradecir los deseos del presidente, a menos de que no se esté jugando a la vez con dos barajas. Algunos analistas políticos de Washington creen que un conflicto armado que implicase a Irán favorecería mucho al candidato republicano si tuviera lugar poco tiempo antes de las elecciones. Sospechan que Bush podría filtrar a los medios su rechazo oficial al ataque, mientras que por otro lado ayudaría a McCain, mientras Cheney mueve los hilos de una trama de un ataque israelí contra Irán.

Las maniobras aeronavales israelíes del pasado mes de junio en el Mediterráneo oriental fueron una clara demostración de que Israel tiene capacidad para bombardear Irán. Las declaraciones de algunos de sus dirigentes han seguido remachando sobre el asunto. Así, el anterior vicepresidente Saul Mofaz —derrotado en las recientes elecciones a la presidencia—  declaró días después de concluidas las citadas maniobras: “No habrá otra alternativa sino atacar a Irán para detener su programa nuclear”.

Pero si las alarmas están activadas en lo que respecta a las peligrosas contingencias de la política exterior de Israel, su política interior también presenta aspectos sombríos. No son muy halagüeñas las noticias sobre el recrudecimiento de la violencia entre los sectores más extremistas de los colonos que habitan ilegalmente los territorios ocupados.

Desde que Israel abandonó Gaza en 2005, se ha ido formando un conglomerado de organizaciones de resistencia formadas por los colonos, decididos a no dejar sus asentamientos. Los acuerdos de Annápolis comprometían a Israel a abandonar todos los asentamientos ilegales creados desde el 2001. No sólo no se ha cumplido lo pactado sino que la expansión de asentamientos prosigue sin descanso. Forman una red, día a día más densa, que fragmenta progresivamente el territorio palestino, lo que hace muy difícil llegar a una solución que satisfaga a ambas partes. Más de un cuarto de millón de colonos están ya asentados en Cisjordania, diseminados entre los dos millones y medio de palestinos que la habitan sin contar Jerusalén Oriental. En su mayoría se adscriben al extremismo religioso más fanatizado y no aceptarán sin resistencia nada que suponga devolver a los gentiles la tierra sagrada de Samaria y Judea.

Esta doble bomba de relojería instalada en las viejas tierras palestinas sigue marcando su tiempo, como otra maldición bíblica añadida a la larga lista de calamidades que sobre sus pobladores se han ido abatiendo a lo largo de la Historia.

(*) General de Artillería en la Reserva