Por Xavier Caño Tamayo*
En el reciente debate parlamentario sobre el estado de España, el presidente del gobierno, Rajoy, ha afirmado con desvergonzada tranquilidad: “No he podido cumplir mis compromisos electorales, pero he cumplido con mi deber como presidente del Gobierno”. ¿Desde cuándo ambas realidades son opuestas? ¿Desde cuándo en democracia es obligación de un gobernante machacar a la ciudadanía?
Rajoy aseguró que no subiría impuestos, pero aumentó el impuesto sobre la renta y el IVA; rebaja el dinero de medidas contra el paro y las ayudas para acceder a la vivienda; congela el sueldo de los funcionarios, facilita el despido barato por miles, recorta presupuestos de sanidad y educación; expulsa de la sanidad a inmigrantes y jóvenes parados mayores de 26 años, sube tasas universitarias, presupuesta menos dinero para becas e investigación; privatiza servicios, infraestructuras y transportes (entrega, a precio de saldo, lo que es de todos a la minoría rica)... ¿Es esa su obligación?
Si democracia es la forma de organización política cuyo titular es la ciudadanía, donde las decisiones que afectan a todos son tomadas por la ciudadanía directa o indirectamente, ¿cómo se atreve el presidente del gobierno a ignorar la soberanía ciudadana e incumplir el contrato de sus compromisos electorales? ¿Ha olvidado el artículo primero de la Constitución española según el cual “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”? Si Rajoy tiene algún poder es porque la ciudadanía se lo ha delegado. Cansa recordar lo obvio. Por tanto, se debe a la ciudadanía y no a unos pocos ricos y poderosos. Esa cínica desfachatez de Rajoy, entre otros hechos, muestra el fracaso de la democracia representativa. Tal como se concibe y aplica hoy en Europa. Como Cameron, que, aunque la mitad de la ciudadanía británica votaría hoy salir de la Unión Europea (según sondeo de The Financial Times), el primer ministro no piensa convocar consulta alguna ¡hasta 2015! Sin entrar en el contenido de la cuestión, es evidente que la voluntad ciudadana le importa un rábano a Cameron. Como al resto de gobiernos.
Europa se aleja cada vez más de la democracia de verdad, que no es solo votar cada cuatro años y mucho menos que la victoria electoral sea patente de corso para hacer los gobiernos lo que les dé la gana. En España, a los problemas de la democracia vaciada se une la contaminación del franquismo, que nunca se eliminó del todo; baste recordar que el Partido Popular en el gobierno fue fundado por ex- ministros franquistas con responsabilidad política por las últimas infames ejecuciones de la dictadura.
La obscena desvergüenza del gobierno español, cuyo presidente pretende cumplir con su obligación al incumplir de forma flagrante sus compromisos electorales, muestra sin brizna de duda que casi todos los ejecutivos europeos gobiernan con descaro en beneficio de apenas medio millón de habitantes de la Unión Europea: la minoría rica. Banca, corporaciones, grandes empresas, dueños de grandes grupos de comunicación, grandes fortunas, más cómplices, encubridores, voceros y otros siervos de la gleba a su servicio... Contra 500 millones de ciudadanas y ciudadanos.
La situación europea se asemeja cada vez más a un régimen autoritario, donde Comisión y Banco Central Europeo van sistemáticamente contra los derechos e intereses de la mayoría ciudadana. Guardando ciertas formas, pero en esencia de modo “gangsteril”, solapado, malicioso, codicioso, camuflado, marrullero e hipócrita. Y autoritario. Autoritarismo que se pasa por el forro la voluntad ciudadana, sus derechos, su presente y su futuro. Cabe aquí citar a Pisarello cuando recuerda que, “desde hace dos siglos, cuando se violan los derechos de la gente, y las vías institucionales para reclamarlos están bloqueadas, la resistencia civil es única garantía contra la arbitrariedad del poder y la degradación de la democracia”.
Y en esas estamos, con un poder arbitrario y una democracia reducida. Pero por toda Europa surgen, crecen y se organizan numerosas respuestas ciudadanas contra la injusticia y la indecencia de los de arriba; empecinados los ciudadanos en recuperar la soberanía contra gobiernos que han perdido toda o casi toda legitimidad. Reaccionar así no solo es el modo de afrontar esta crisis-estafa que nos ahoga, sino empezar a construir que nuestros hijos y nietos tengan algún futuro digno y decente. Un inicio de revolución. Otra Europa.
*Periodista y escritor
Centro de Colaboraciones Solidarias