Un tratado en el camino de la paz

Por Xavier Caño Tamayo*

Muchos días mueren o quedan mutilados niños, mujeres o ancianos en Laos, Vietnam o Camboya por bombas de racimo lanzadas desde aviones o por artillería… hace 40 años.

Las bombas de racimo son armas letales indiscriminadas. Por su forma y tamaño recuerdan un torpedo o bombona de oxígeno, en cuyo interior hay abundantes submuniciones (en algunos modelos hasta 600); pequeñas bombas que se diseminan e incendian, esparcen metralla o explotan. Al ser lanzadas desde aviones o por la artillería, las bombas racimo explotan en el aire cerca del suelo y su contenido se desparrama por una extensa área. Las pequeñas bombas de su interior destrozan todo en un amplio radio por metralla, fuego u onda expansiva. Así de letales son las bombas racimo.


Pero el mayor problema es que causan daños indiscriminados durante tiempo prolongado. Muchas submuniciones no estallan al ser arrojadas o lanzadas las bombas racimo, y en demasiadas ocasiones permanecen meses o años sin explotar, convertidas en letales minas antipersona que sí estallan un mal día en el que alguien (siempre un civil) se topa con ellas sin el menor aviso, cautela ni prevención, porque el conflicto acabó hace tiempo. El conflicto finalizó, pero partes de las bombas racimo están ahí. Y mutilan, matan.

En mayo más de cien países firmaron en Dublín la prohibición de las bombas de racimo, y hoy podemos felicitarnos porque ese acuerdo se ha convertido en tratado que prohíbe esas bombas, al ser ratificado en Oslo por los mismos Estados. La legislación internacional prohíbe usar la fuerza militar contra civiles, algo que sucede sistemáticamente con las bombas racimo, razón por la que se ha ratificado que sean ilegales.

Lamentablemente, Estados Unidos, Rusia, China, Brasil, Israel, India y Pakistán se han negado a firmar el tratado. Un portavoz del saliente gobierno de Bush ha declarado que son contrarios al tratado, porque “las bombas de racimo han demostrado su utilidad militar. Su eliminación arriesgaría la vida de nuestros soldados”. Sólo la buena educación que me dieron mis padres me impide decir con todas las palabras lo que sugiere tal declaración. ¿Argüir utilidad militar para fabricar y usar bombas racimo que matan civiles? ¿No fue muy útil militarmente la bomba atómica contra Hiroshima? Pero no por eso aceptamos el holocausto nuclear. Cuando no hay razón, las razones devienen sinrazón, insania.

Daryl Kimball, director de Arms Control Association, ha reconocido que “hay ausencias importantes en el tratado, pero el mundo debe saber que este paso es muy valioso”. La ausencia de Estados Unidos, Rusia, Israel, China, India y Pakistán es preocupante, pero “con más de 100 países comprometidos en su prohibición, el Gobierno que utilice una bomba de racimo a partir de ahora sentirá los reproches de la comunidad internacional y deberá dar muchas explicaciones”.

Ya ocurrió con la prohibición de minas antipersonas, otro histórico logro. Así lo recuerda Jody Williams, premio Nobel de la Paz en 1997 por su incansable labor hasta conseguir la prohibición de esas minas: “El tratado contra minas antipersona estigmatizó tales armas. Incluso países que no lo firmaron hoy no se atreven a usar minas anti personas. Estados Unidos no usa esas minas desde 1991 en la primera guerra del Golfo, no ha vuelto a fabricarlas desde 1995 y está destruyendo sus arsenales de minas. Y China ha cesado de producir minas anti personas para exportación”.

Hay otras lagunas en el tratado, como la exclusión del mismo de algunas bombas racimo, como las ‘inteligentes’, que se desactivan al no estallar en contacto con el suelo, o las que contienen diez o menos submuniciones. Pero es un tratado muy restrictivo y un verdadero logro.

El camino de la paz nunca es recto ni directo. Cuanto más avancemos en consolidar una legislación internacional humanitaria y solidaria, como la ratificación del tratado que convierte en ilegales las bombas de racimo, mejor será este mundo.

Una primera muestra de la bondad del tratado es que España, hasta hace poco fabricante de estos proyectiles, ha empezado a destruir su arsenal de más de cinco mil bombas de racimo (lo que le costará cinco millones de dólares) y en verano no quedarán más bombas de racimo que algunas de muestra para que los soldados zapadores e ingenieros aprendan a desactivarlas.

* Periodista, Centro de Colaboraciones Solidarias