Aprendiz en China, China, a todo gas

china callePor Daniel Méndez (*)

Cruzar la calle en Beijing puede ser una aventura. La primera vez que tuve que hacerlo me acerqué a una chica que me pareció la más espabilada y no la perdí de vista ni un segundo. Imité sus movimientos y seguí sus pasos. Atravesé bicicletas, pasé entre camiones, empujé a un par de viandantes y esquivé algunos taxis. Al final, llegué sano y salvo al otro lado de la acera.

 

En Beijing, cada cruce se convierte en una montaña de coches, bicicletas, camiones y todo tipo de vehículos inclasificables. Las bicicletas van en sentido contrario, las motos se suben por la acera y la banda sonora de la ciudad podría ser el sonido de un claxon. Los semáforos y los pasos de peatones, como tantas otras cosas en China, son sólo orientativos.


El tráfico —vigoroso, multitudinario, incontrolado—  es una buena muestra del ritmo al que se mueve China. La ciudad muestra una vitalidad ilimitada, donde todo el mundo parece tener dos o tres trabajos. En Beijing puedes cenar a la una de la noche, cortarte el pelo a las tres de la madrugada y darte un masaje a las cinco. La ciudad parece no tener tiempo para irse a la cama.


En medio de este tráfico incontrolado, Beijing no deja de crecer en todas direcciones, sobre todo a lo alto. El cielo de la capital china cuenta cada noche con un nuevo rascacielos que añadir a la larga lista de construcciones en marcha. Al país acuden ahora algunos de los arquitectos más prestigiosos, que intentan adaptarse a una China a la que es difícil seguirle el paso. Como se queja Karen Cvornyek, presidente de las oficinas de Shanghai de B+H: “En China, o lo haces rápido, o no consigues el trabajo”. “Porque este el paso al que el país se está moviendo ahora mismo”.


Comprobando el intenso tráfico de la ciudad y el ritmo frenético de sus ciudadanos, uno tiene la sensación de que aquí se viven más cosas en menos tiempo. El banco Standard Chartered ha intentado expresar en cifras un sentimiento que en principio parece sólo subjetivo. Según este estudio, 2.8 meses en China equivalen a un año en Estados Unidos. O lo que es lo mismo, un chino experimenta la misma cantidad de cambios en tres meses que la que experimentamos nosotros en Occidente en un año. Siguiendo esta clasificación, algunos pueblos de la costa francesa han cambiado en 30 años lo mismo que China en 5. “La vida aquí es cuatro veces más rápida”, concluye el informe.


Muy lejos quedan los tiempos en los que sólo se veían lentas bicicletas por las calles de Beijing. En la actualidad, las ciudades chinas parecen moverse al ritmo de la Fórmula 1. Una muestra más de la velocidad a la que ha entrado China en el siglo XXI.

(*) Centro de Colaboraciones Solidarias