Nagham Salman*
El conflicto sirio lleva meses ocupando las primeras páginas de la sección de internacional de los rotativos de todos los países, además de acaparar los noticieros televisivos y radiofónicos por lo que respecta a la política internacional (concepto que bien podría ser rebautizado como “política de las geoestrategias en conflicto”). En las televisiones árabes, los frecuentes y apasionados debates sobre la cuestión siria, incluso han acabado en alguna ocasión con agresiones verbales e incluso físicas entre los contertulios. Al día de hoy, muchos ciudadanos del mundo y de los países que lo forman, como muchos sirios, se preguntan a diario cómo un pequeño país de Oriente Próximo, con una población inferior a los veinte millones de habitantes y donde las diferentes confesiones religiosas han convivido pacíficamente bajo un gobierno laico, es desde hace más de un año el centro del mundo de forma ininterrumpida. Ese súbito protagonismo en la esfera internacional tiene sin duda una explicación. Muchos expertos y analistas internacionales vienen alertando desde hace meses que Siria es víctima de una guerra mundial localizada, y el concepto “Guerra fría” ha sido rescatado de los anales de la historia. Los dos bloques enfrentados serían, por una parte, Occidente y su núcleo duro anglosajón apoyado por las petromonarquías del Golfo Pérsico, con el sistema institucional de la ONU como brazo político y la OTAN como brazo militar. Y por otra, la mayoría de países pertenecientes a los BRICS y el Consejo de Shanghái, entre los que sobresalen Rusia y China, además de otros países que no se someten a las coacciones imperialistas estadounidenses. Entre estos últimos cabe destacar a Irán, Cuba y Venezuela.