por Herbert Mujica Rojas
Vibrante hasta el final, enérgico en la defensa inconcusa de los fueros de la Patria, sus límites, el culto a los mártires y todo cuanto se refería al Perú, don Alfonso Benavides Correa se nos fue a los 83 años. Pocos días atrás, ya superada la antipática bronconeumonía charlábamos, como siempre, haciendo planes de difusión y diseñaba él los artículos que necesitaba escribir por la dignidad de los peruanos.
Cuando un patriota integérrimo de los quilates áureos como aquellos que ostentaba el maestro Benavides Correa, se va, el alma resiente entera la partida porque viaja al puerto sin retorno un hombre a quien consultábamos con frecuencia, de quien aprendíamos sin cesar, luz, guía, faro orientador de peruanidad acrisolada e insobornable. Me temo que debo confesar, maestro Benavides, que nosotros somos los tristes porque, a partir de la fecha, no podremos contar con tu bondadosa palabra, temible siempre para corregir cuanto que para sugerir o cambiar.
En los últimos veinte años había sido el maestro Benavides Correa el portero y guardián insustituible de la dignidad territorial y soberana del Perú. Peleó como león contra la adhesión a la Convención del Mar de 1982; disputó en tribunales la legitimidad de los acuerdos con Ecuador que, a decir de su pluma jurista, violaron el Protocolo de Río de Janeiro de 1942 y también denunció la traición de Arica en noviembre de 1999. Siempre acompañado de sus admiradores, en todo el país y cuasi aislado por la incuria y la falta de apoyo de la prensa oficialista de turno que considera que los temas que él trataba no eran primera plana o lampo de brillantez intelectual en que el maestro Benavides incurrió como gesto sempiterno de estupenda presencia.
Parlamentario de fuste, brilló entre 1956 y 1962. Unió su nombre y bonhomía combatiente a la reivindicación del petróleo para el Perú y son memorables, y así lo registran los Diarios de Debates, sus intervenciones en el Congreso. Pocas veces tuvo el Perú mejor corazón sincero en defensa de sus fueros irrenunciables. Me comentaba el maestro Benavides Correa, en las larguísimas horas en que fui su huésped en la casa de Santa Isabel (que fuera a su vez de su padre, Alfonso Benavides Loredo), que él confiaba en las nuevas promociones pero que había que educarlas en el amor al terruño, en identificación con la historia, en la capacidad de indignarse para producir revoluciones y hacer que Perú fuera madre y no madrastra de sus hijos.
Son innumerables los artículos que publicó el maestro Benavides en los últimos años. Ninguno fue rebatido por los intelectuales contemporáneos de mucha cáscara y poca savia. No era poca cosa don Alfonso. De oceánica sabiduría como lo definiera su otro buen amigo, el embajador Félix C. Calderón; maciza formación intelectual y jurídica; lectura voraz y diaria; buen humor y picardía limeñas del mejor buen gusto, don Alfonso tuvo la generosidad de contribuir en no poco con muchos de los trabajos que hicimos cuasi al alimón. Sin duda el alumno no estaba a la altura del maestro, pero hice cuanto pude por seguir su velocidad y dinámica sorprendentes. Y él reía y afirmaba: ¡no olvides que tengo 83 años!
Hoy que están las banderas a media asta (título del libro que no alcanzaste a publicar), maestro Benavides te tuteo por vez primera ―y última― y ríndote el homenaje más sincero de dolor pero de promesa anticipada que seguiremos en la lucha,imbatibles con tus enseñanzas y bajo el halo de luz que tu ejemplo honesto nos dio a muchos de tus numerosos amigos y fervientes seguidores.
¡Descansa en paz maestro Alfonso Benavides Correa!