juan pari 6El siglo XX acabó junto a la caída del Fujimorismo.  Los diarios publicaban  los vergonzosos actos  de corrupción en los poderes del Estado. El país, es decir, lo más sano de la sociedad peruana, expresaba su indignación  exigiendo investigación y sanciones para  los  responsables de la corrupción.   Los videos que mostraban el verdadero rostro del fujimontesinismo eran el tema mediático,  mientras las pesquisas ponían en evidencia a personajes intocables, era el fin de una oscura fase y el comienzo de una posibilidad democrática en el país, después de la huida de Fujimori a Japón.

 

Junto al nuevo espíritu de querer reivindicar al Estado, algunas voces subterráneas susurraban la necesidad de contar con  nuevos sistemas legales de autoprotección, como si los temores del avance de la lucha contra la corrupción pusieran en riesgo el actuar público de muchos funcionarios ligados a la estructura del Estado.

En marzo del 2002 surge una norma hasta ahora vigente: El Consejo de Ministros aprueba  el  Decreto Supremo Nº 018-2002-PCM, el cual hizo posible que todas las  dependencias del Ejecutivo contrataran,  con cargo al erario  público, servicios especializados en asesoría legal para la defensa penal, civil y/o administrativa,  de funcionarios y servidores públicos en todo el país,  incorporando para gozar de este privilegio a aquellos que habrían dejado ya el servicio público,  sin interesar la fecha de su cese.  Entre los destapes de los actos de corrupción en el Estado, surge incoherentemente este DS que en forma oportuna sirve para los intereses  y la defensa  de los funcionarios corruptos del fujimorato.

En otras palabras, el Estado paga a los abogados defensores de los acusados por corrupción para que los  defiendan frente al propio Estado que los denuncia,  debilitándolo aún más frente a  la posibilidad de enfrentar a  los que delinquen, desde su posición de funcionarios públicos, creando así el camino de la impunidad y el resurgimiento de nuevas  redes de corrupción.

Desde la dación del cuestionado decreto, muchos funcionarios de todo nivel hacen uso de esta artimaña legal para autoprotegerse,  situación que por diversas circunstancias sigue en uso. Uno de los casos públicos fue el de César Gutiérrez  comprometido con la  concesión de los lotes petroleros a Discover Petroleum.  La empresa de todos los peruanos,   Petroperú,  en el año 2009  había gastado 59 mil 500 dólares en la defensa legal de su ex presidente.

Los defensores de la norma indican que si no existiera este decreto podría paralizarse la función pública por el temor de verse envueltos en procesos judiciales y al no existir este blindaje legal surgiría la posibilidad de la paralización del Estado. Este razonamiento que trata de justificar el  referido DS hace que el funcionario tenga una protección antelada de la que no goza ningún funcionario ni servidor público en el mundo.

En un Estado de Derecho, los ciudadanos comunes y corrientes, puede estar acusados  injustamente y para ello existen normas jurídicas  que regulan la legalidad  con principios de igualdad  ante la  ley y el derecho de defender su inocencia  pero de ninguna manera gozan de privilegios que pueda atentar contra el Estado.

La  retroactividad de la norma no resulta  casual, circunstancial o gratuita, tuvo el  objetivo de favorecer a los responsables de la megacorrupción de la década infame del fujimorato;  sin embargo, su  vigencia cuida los privilegios de  los nuevos corruptos y crea condiciones para el retorno de las redes  corruptas, no en balde fracasaron los intentos por derogarlo  en la legislatura última,  e incluso  modificarlo  o elevarlo a norma legal dictada por el Congreso

 Pareciera que persiste un  pacto infame entre los que mantienen los poderes facticos, para conservar este cuestionado decreto  como una  herramienta que desvirtúa la institucionalidad democrática. Tampoco  podría  resultarnos  extraño y casual  que seamos el único país en el que se legaliza la impunidad  de los funcionarios que desde aparato público  son actores directos o están comprometidos con la corrupción, pero lamentablemente subsiste una norma que hace que el Estado, que en nombre de una supuesta legalidad burocrática financia con  dinero de todos los peruanos  la defensa de los corruptos.