cesar hildebrandt 10El PPC demostró una vez más que es feliz
siendo trampa, segundona y querida.
¡Es Sémele, la amante de Zeus!

César Hildebrandt

"Nadine está trabajando como el primer día (...) Va a seguir realizando actividades partidarias como lo hace siempre y va también a realizar actividades de representación como primera dama ... (Nadine) no sólo es un puntal importante y no sólo para nosotros, para mí como familia, para el partido. También es importante por la relevancia que tiene ella en funciones de representación como primera dama. Está presente en todas las actividades ... El problema no estaba en el Ejecutivo. Estaba en el Congreso. Se han demorado en darle confianza al gabinete y han mantenido al país durante dos días en la inestabilidad ...)
(Ollanta Humala, 20 de marzo del 2014).

El día lunes 17, disfrazado de selvático, un Ollanta Humala trémulo y acomodaticio se quejaba de los pleitos políticos y aseguraba que él no haría nada por estimularlos. "Cuando los políticos peleamos, pierde el país", gritaba en Huánuco. Lucía un sombrero con pluma. Como los que debió de ver tal vez en Madre Mía, cuando era alias capitán Carlos y daba de baja a algunos sospechosos por razones de Estado.

 

 

Era lunes 17, repito, y faltaban pocos minutos para que el Congreso, trabajado en palacio de gobierno por René Cornejo, cambiara de posición. Era imperativo, pues, ser lo más hipócrita que se pudiera, lo más taimado que se requiriera, lo más calculador que las circunstancias exigieran. Y Humala cumplió su libreto favrista.

Ya la CONFIEP y Mario Vargas Llosa, un dúo de oro, lo habían avalado y habían hablado de un presunto golpismo congresal auspiciado por Alan García, el incorregible. Sí, el incorregible al que Vargas Llosa había llamado bribón y ladrón en tiempos del FREDEMO y al que, sin embargo, había visitado, sonriente, en la sede del gobierno en pleno segundo alanismo.

Desde su venerable ancianidad, Javier Pérez de Cuéllar, que dice no recordar cómo es que firmó aquellas notas que en 1968 dieron por sentado que había un tratado de límites marítimos con Chile, le había recordado sus obligaciones al Congreso que preside el señor Otárola.

Un Nobel y un ex secretario general de la ONU salían en defensa de Humala. Mejor blindaje no podía haber.

El lunes, repito, bien aconsejado, Humala aparentaba haberse suavizado. Hablaba casi con el mismo tono que había empleado René Cornejo la noche anterior en la televisión: el de una rotunda ambigüedad. ¿Estaba cambiando de actitud el gobierno promiscuo del comandante? No, todo era "política" en el peor sentido.

¿Estaba cambiando de actitud el gobierno promiscuo del comandante? No, todo era "política" en el peor sentido: "Los políticos no debemos pelear porque el Perú pierde".

Y entonces llegó un capítulo más de la gran farsa. El PPC, ese partido con vocación de cortesana, se sintió satisfecho con un comunicado de la PCM que nadie firmaba y que poco aclaraba y declaró, por boca de Beingolea, más disciplinado que nunca, que lo que había sido bueno el viernes era malo el lunes y que el PPC votaría en favor del gobierno. Como siempre, desde aquel cigarrillo encendido a Velasco hasta las múltiples prestaciones al belaundismo retornado y a la señora Villarán en trance de revocación, el PPC demostró que es feliz siendo trampa, segundona y querida. El PPC será siempre la señora que espera con una mesa servida y una cena que se enfría. Es Sémele, la amante de Zeus. Es la madame Bovary, llena de deudas políticas, que no se atreverá a morir.

El otro partido que se sumó al volteretazo fue el de César Acuña, cuya ideología, como sabemos, ocuparía unas 150 páginas en blanco. Con esos votos, el gobierno se salvó.

El resultado final de una comedieta en la que la oposición terminó atarantada por la CONFIEP y el marqués español a quien le fascina que lo llamen Zeus. Ridículo en Ciudad Gótica.

Media hora después la votación ya Otárola había mencionado aguerridamente a Nadine Heredia como una compatriota a la que "nadie podía impedir que se pronunciara". Y unas horas después, sería Humala el que saliera a decir, fortalecido y convencido de que el Congreso no volvería a enfrentársele, que habían sido los parlamentarios los causantes de la crisis y que él no estaba "ni para chantajes ni para amenazas".

¿Y el indio bamba de Huánuco, el que pedía chepa y criticaba "las peleas de los políticos"? Había desaparecido. En su lugar estaba, otra vez, el hombre que defiende la intromisión de su mujer en los asuntos del Ejecutivo porque sabe, quizás, que el Ejecutivo es demasiado para tan poco comandante.

Hasta que se llegó a las declaraciones que reseñamos al comienzo de esta columna. Y a un pobre Eguren que, en nombre del PPC, intentaba justificar al presidente diciendo que, en efecto, con esas palabras, Humala había "delimitado el papel de la primera dama".

"No acepto chantajes ni amenazas. La crisis no la desató el Ejecutivo".

Era para reírse. Lo que faltaba, al cierre de esta edición, era lo que todos esperaban: el segundo debut de Nadine Heredia como la mujer imprescindible del gobierno, su reaparición, lozana y andaluza, en el escenario "que tanto la extraña" y que Vargas Llosa ha descrito como el "de un gobierno que tiene mucho de ejemplar".

En el desmontaje de todos los cambios prometidos Nadine Heredia ha sido, en efecto, decisiva. Por eso sus encumbrados guardaespaldas se llama García Moró o Varas Llosa.

El gobierno volverá a las andadas. Y el Congreso regresará a sus dudosos cálculos. En el gobierno no hay norte sino deriva. Con excepciones, la masa crítica de inteligencia en el Congreso no alcanzaría para administrar exitosamente la universidad de Huacho.

Y así vivimos. Conducidos por un régimen que nos lleva con paso firme a ninguna parte y representados por un Congreso que resume nuestros defectos más vistosos y nuestro español más harapiento.

La crisis no es sólo de Humala ni del Congreso. Ese es el capítulo enésimo de la tragicomedia. Lo mismo vivimos con Fujimori, con Toledo, con García. La crisis es de un país con pies de barro que ha creído que el mercado debe dirigir también la política. La crisis está dictada por un déficit nacional de neuronas y un superávit de corrupción.

Sólo un gran acuerdo nacional podría mejorarnos. Pero un gran acuerdo requiere de grandes líderes. ¿Dónde están? ¿Por qué han huido? ¿Por qué nos dejaron en estas manos, en estas uñas?

Hildebrandt en sus Trece, 22.03.2014