Pisco: Crónica de un desastre anunciado
Por: Luis Luján Cárdenas, sociólogo y periodista
(Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.)
(Segunda parte)
Como decía, estaba contando que ingresamos por la calle San Francisco donde todo yacía en ruinas: el moderno hospital del Seguro Social, las funerarias, los hoteles, los negocios, las viviendas donde antes las familias por la tarde abrían las puertas y las mamparas para refrescarse en su sala con la brisa marina proveniente del océano Pacífico, pequeñas casas de adobe y techo de caña de guayaquil, de cuatro metros de fachada y 30 de fondo, por cuyas puertas abiertas podíamos ver el alma de los pisqueños directo hasta el corral y que hoy sentados entre los escombros con mirada perdida y el corazón comprimido veían nuestro cansino paso, lleno de asombro que no creían lo que veían, recordé al pueblito de Comala que inventó el escritor mexicano Juan Rulfo, pero no era la tierra de Pedro Páramo, era Pisco, con fantasmas y espectros que pasaban por nuestro lado, silenciosos, con el peso de mil años sobre los hombros, sin aliento, con sabor a tierra y dolor en el espíritu, con el pelo y las cejas blanquecinas, como si hubieran envejecidos en una aciaga noche, con la ropa raída, zapatos sin color, arrastrando las penas, encorvando la espalda por la miseria que los sorprendió de improviso; de repente mi rostro chocó con el rostro de mi hermano y su novia.
Por: Luis Luján Cárdenas, sociólogo y periodista
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(Segunda parte)
Como decía, estaba contando que ingresamos por la calle San Francisco donde todo yacía en ruinas: el moderno hospital del Seguro Social, las funerarias, los hoteles, los negocios, las viviendas donde antes las familias por la tarde abrían las puertas y las mamparas para refrescarse en su sala con la brisa marina proveniente del océano Pacífico, pequeñas casas de adobe y techo de caña de guayaquil, de cuatro metros de fachada y 30 de fondo, por cuyas puertas abiertas podíamos ver el alma de los pisqueños directo hasta el corral y que hoy sentados entre los escombros con mirada perdida y el corazón comprimido veían nuestro cansino paso, lleno de asombro que no creían lo que veían, recordé al pueblito de Comala que inventó el escritor mexicano Juan Rulfo, pero no era la tierra de Pedro Páramo, era Pisco, con fantasmas y espectros que pasaban por nuestro lado, silenciosos, con el peso de mil años sobre los hombros, sin aliento, con sabor a tierra y dolor en el espíritu, con el pelo y las cejas blanquecinas, como si hubieran envejecidos en una aciaga noche, con la ropa raída, zapatos sin color, arrastrando las penas, encorvando la espalda por la miseria que los sorprendió de improviso; de repente mi rostro chocó con el rostro de mi hermano y su novia.
Ella se sumió en llanto y abrazó a su futura suegra, “¡mi madre ha muerto!, ¡ha muerto sepultada en mi casa!, ¡no la pudimos salvar; estamos buscando un cajón para sepultarla!”, mientras mi hermano me pedía un poco de agua y me contaba: “mi padre dormía y yo estaba en la puerta del bar, cuando empezó el sismo (ocho grados en la escala de Richter según corrigió los Estados Unidos) y un niño de unos ocho años que pasaba por la vereda se aferró a mi cintura aterrado por los bruscos movimientos, se “tocó de nervios”, lo llevé al medio de la calle protegiendo su cuerpo con mi cuerpo, sentí un estruendo a mi espalda y la noche se hizo más oscura por una nube gigante de polvo, pensé en mi padre pero no veía nada, escuchaba gritos desesperados por doquier, ¡auxilio! ¡Dios mío!¡!socorro!¡ ayuda!, pasaron varios minutos y a tientas busqué la casa, no había nada, se disipó un poco el polvo y no había ninguna casa, media cuadra había desaparecido, no lo pensé dos veces y trepé los escombros en busca de mi padre, pedí ayuda pero no había respuesta, los gritos poblaban la noche, con mis manos convertidas a la vez en ojos empecé a retirar palos, adobes, vidrios y piedras como un sabueso con rabia, empezó a sangrarme una mano pero seguía escarbando donde calculaba había sido el dormitorio de mi padre ( a pocos metros hacían lo propio mis primos buscando a una prima, que minutos después rescataron con vida y fue transportada en avión desde la base militar de San Andrés, a cuatro kilómetros de la ciudad, a un hospital de Lima, junto con más de mil heridos); te decía, que estaba desesperado por hallar a mi padre, lo encontré echado en su cama, protegido a diez centímetros por un pedazo de techo, lo toqué, estaba tibio, vivo, solo con algunos rasguños, lo saqué y llevé donde el vecino de al lado; de allí, fui al socorro de mi novia, ella lloraba al pie de su madre que había muerto sepultada, mientras su pequeño perrito chillaba de dolor bajo los escombros del fondo de su casa, a él lo desenterré sanito al día siguiente, ¿sabes? murieron los Espino al costado, César, el pollero, la esposa del hotelero Anicama, en la esquina, al frente la señora que vendía alfajores, ....estamos buscando un ataúd para mi suegra”.
Hoy, siete días después del fatídico 15 de agosto, la tierra sigue temblando – más de 500 réplicas se han registrado hasta el momento - mientras escribo esta historia a puño y letra dentro de mi casa que se cae por pedazos; es mi tercera visita al lugar del siniestro, donde se registran 253 mil damnificados, que han perdido 45 mil viviendas y quienes sufren la muerte de 519 paisanos y 42 desaparecidos; sigo con la pistola en mi bluejean sucio y descolorido, espantando a los vándalos que en grupos recorren la ciudad (en el cementerio le han cortado los dedos a los muertos para sustraerles sus sortijas) cual aves carroñeras sustrayendo las pocas pertenencias de la humilde gente, que en su mayoría laboraba precariamente percibiendo entre 100 y 200 dólares mensuales (a propósito, en el Perú, con familias compuestas por un promedio de 4.3 personas, el 90% trabaja informalmente, el sueldo mínimo es de apenas 180 dólares, la canasta básica familiar – según cálculos del suscrito – era en el 2005 de $734.37 dólares, unos S/. 2,350.00 nuevos soles); por ello, de cuatro peruanos (si de algo sirve, somos 27’148,101) dos son pobres y uno extremadamente pobre, motivo por el cual las encuestadoras tuvieron que crear una nueva categoría en su escala social: la E, que la conforman personas (supervivientes) que viven con ingresos no mayores a los 96 dólares mensuales; soportando el país la reducción de los salarios en un 2% desde hace tres décadas.
Retomo la redacción de esta crónica en mi tercer viaje a Pisco, a diez días del movimiento telúrico; escucho por la radio que la solidaridad internacional – y nacional -no se ha hecho esperar (le doy las gracias al mundo por su desprendimiento): mi país ha recibido 38 millones de dólares en efectivo y 12 mil toneladas de ayuda humanitaria; el presidente de Colombia visitó mi ciudad y su homólogo de Bolivia en estos momentos esta recorriendo el mismo lugar, luego de disponer la donación de medio sueldo conjuntamente con su vicepresidente, y España hará un Plan de Reconstrucción Perú.¡Qué bien!...Esto devuelve el optimismo de mi pueblo pese a algunas denuncias de robo de donaciones por parte de indolentes e inescrupulosos funcionarios de gobiernos municipales; de una imprudente iniciativa de un ministro de obsequiar a los donantes extranjeros una botella de pisco con una etiqueta con la denominación “Pisco 7,9”; y que solo seis mil damnificados se encuentran protegidos en los albergues (donde Jamber Hernández “Tripita”, ahora payaso Terremoto y viceministro de la Alegría devuelve la sonrisa a niños y adultos, pese a haber perdido a cuatro familiares), mientras los demás permanecen donde alguna vez fue su hogar (ayer, en una zona rural de Cañete, por falta de atención médica un anciano murió debido a una neumonía que contrajo mientras dormía sobre una estera en la calle; su familia solo había recibido una colchoneta, pero qué cosas tiene el destino: el Ministro de Salud, que iba precisamente a supervisar a esa jurisdicción volcó con su esposa e hija en su camioneta), como decía, la gente está cuidando sus pocas pertenencias, mientras otros 5 mil pisqueños, cual refugiados de una ciudad bombardeada por una bomba atómica divina, han iniciado un éxodo hacia la esperanza, sin saber que en el 2005 el Instituto Geofísico advirtió de un posible desastre y no hubo política de prevención.
27 de agosto. Hasta el momento han nacido seis bebés, el mundo sigue dando vueltas y la vida continúa, mas los pisqueños han vuelto a nacer e inician una nueva vida desde cero. Yo, como hace cinco años, enrumbo nuevamente a Lima en busca de trabajo, de un nuevo porvenir, mientras lo topos mexicanos siguen extrayendo cadáveres.