Vida y muerte en una tierra seca
por George Black
La supervivencia de Perú depende a largo plazo del agua de los glaciares de los Andes. El problema es que todo ese hielo pronto se acabará.
En la cuspide de las estaciones a fines de mayo, el verano austral dio paso al invierno, y algo inusual sucedió en Lima, la capital de Perú. ¡Llovió! Aunque quizás esta afirmación debe matizarse. Hubo una precipitación, una llovizna muy delgada, lo suficiente para dejar una mancha de humedad en el pavimento.
Yo estaba parado en una barrera de concreto sobre el Río Rímac, que abastece a la ciudad con cuatro quintas partes de su agua, en compañía de un ingeniero llamado Oscar Sánchez, un veterano de 30 años de la autoridad estatal del agua, SEDAPAL. Cerca, estaba un grupo de escolares perfectamente uniformados aprendiendo cómo el flujo del Rímac se maneja en la gigantesca planta de tratamiento de agua de la ciudad, La Atarjea, donde se eliminan los residuos sólidos, filtran, cloran, etc. Sánchez asintió con la cabeza según los niños le hacían preguntas. "La gente tiene que empezar a aprender de donde proviene el agua y cuan escasa es aquí. No es sólo cuestión de abrir el grifo", dijo.
Lima recibe menos de la mitad de una pulgada de precipitación en un año, me dijo. La mayor parte de esto viene en forma de garúa, una bruma densa que envuelve la ya poco atractiva ciudad por los próximos seis meses en una oscuridad húmeda y gris. Pero esto es sólo el comienzo de las rarezas del clima peruano y su importancia mundial.
La fuente de la garúa es la Corriente de Humboldt, un poderoso flujo de agua fría que se mueve desde la Antártida hasta el borde occidental de América del Sur. Cuando el aire caliente proveniente del trópico se encuentra con esta corriente, el resultado es una capa de vapor de agua. Cada pocos años, a intervalos impredecibles, la Corriente de Humboldt invierte su dirección, el llamado fenómeno El Niño Oscilación del Sur, o ENSO en inglés. (El Niño es el nombre que los pescadores peruanos le han dado pues a menudo este cambio se produce alrededor de la Navidad.) Al invertirse los patrones climáticos, ocasionan efectos devastadores como: piscinas de agua cálida en el océano, el desierto costero de Perú se inunda por lluvias torrenciales y las tierras altas normalmente húmedas son azotadas por la sequía. Para complicar más las cosas, un fenómeno relacionado, llamado La Niña, convierte la corriente marina en anormalmente fría, y cuando esto sucede, la aridez de la costa aumenta, mientras que en la sierra la lluvia y la nieve se hacen más intensas.
El impacto de estos eventos turbulentos no es sólo local. La aparición de El Niño en Perú afecta la intensidad de los monzones de Asia y de los huracanes en el Atlántico, así como a la lluvia en lugares tan distantes como Australia, el Tíbet y el Valle del Nilo. Algunos científicos creen que los ciclos de El Niño explican los "siete años de abundancia" y los "siete años de hambre" en el Génesis. El entender a El Niño, en otras palabras, y en particular las pruebas milenarias en los glaciares del Perú e interpretadas por un científico estadounidense llamado Lonnie Thompson, nos da una visión única sobre el pasado, presente y probablemente el futuro de nuestro clima global.
Desde nuestra posición ventajosa en lo alto del río, Sánchez hizo un gesto río arriba hacia la garúa. El me explicó que el Rímac nace en las cumbres heladas de la Cordillera Central, a unos 4.875 metros de altura. En su descenso en picada de 160 kilómetros hacia Lima, el modesto río sirve a las necesidades de las innumerables haciendas, pueblos y ciudades pequeñas, y al mismo tiempo debe satisfacer la demanda de las minas de cobre, oro, zinc y plata que son la principal fuente de las exportaciones y de la contaminación del agua en Perú. Además, una serie de centrales hidroeléctricas en el Rímac suministran a Lima con dos tercios de su electricidad. Estas plantas no tienen depósitos de almacenamiento, y esto, junto con el derroche y el mal manejo del agua, explica por qué el 40 por ciento del escaso flujo del Rímac termina en el océano sin ser capturado para las necesidades humanas, explicó Sánchez.
Rio arriba, un remolino de agua de una piscina profunda era canalizado hacia el área de tratamiento. Río abajo, siendo este el final de la estación seca, no había más que una plataforma de concreto rota y unos pocos charcos estancados en un lecho de grava seco, como una versión deteriorada del río de Los Ángeles. Más allá de los charcos, invisible en la niebla, la ciudad se extendía por más de 16 kilómetros hacia el Pacífico.
Francisco Pizarro y sus conquistadores españoles fundaron Lima, o La Ciudad de los Reyes, como era conocida al principio, en 1535, en uno de los desiertos más secos del mundo. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Lima era una ciudad de 300.000 habitantes. Desde entonces, las sucesivas oleadas de emigrantes rurales han aumentado ese número a nueve millones. Casi una cuarta parte vive en barrios marginales vastos y extensos, los asentamientos humanos, la mayoría de los cuales no tienen acceso al agua. En el próximo cuarto de siglo, al ritmo actual de crecimiento, la población de Lima se disparará a 15 millones por lo que la demanda de agua se duplicará.
Dos tercios de la población de Perú de 28 millones viven en el árido lado oeste de los Andes, pero esta zona tiene sólo un 2 por ciento del agua del país y esa cantidad disminuye constantemente. Si este dilema persiste como algo increíblemente estresante o pone en peligro la viabilidad misma del país, dependerá en gran medida del destino de los glaciares de los Andes.
Los Andes contienen el 99 por ciento de los glaciares tropicales del mundo (lo que suena al principio como un oxímoron, pero la altitud es todo). Perú por sí solo representa casi tres cuartas partes de ellos. Estos glaciares no sólo son una fuente de agua indispensable, almacenan y liberan el preciado líquido en un ciclo estacional, lo cual alimenta los ríos empobrecidos durante la larga estación seca; son también un banco de datos de incalculable valor sobre el cambio climático.
A principios de 1943, el glaciólogo peruano Jorge Broggi especuló que los primeros signos de retroceso de los glaciares estaban relacionados con el calentamiento global. Esta correlación está ahora fuera de cualquier argumento. Según las estimaciones más recientes del gobierno, entre 1970 y 2006 un tercio de la cubierta de hielo desapareció y el ritmo de pérdida continúa en aumento. Es probable que dentro de unos 10 años, desaparezca todo el hielo por debajo de 5.000 metros, lo que engloba prácticamente todos los glaciares que alimentan el Río Rímac y Lima. Este patrón de retiro acelerado está ocurriendo en todas las áreas glaciares del mundo, desde la Antártida hasta la meseta del Tíbet, desde los Alpes hasta las Montañas Rocallosas de América del Norte.
El aumento de las temperaturas irá acompañado de cambios radicales en la precipitación anual. En algunas partes de los Andes, la lluvia y las nevadas se reducirán hasta un 20 por ciento, por lo que el caudal de los ríos, que corren hacia la árida costa del Pacífico, se reducirá en gran medida. Sin embargo, al derretirse los glaciares habrá una ilusión temporal de abundancia que tentará a los usuarios del agua a tomar decisiones imprudentes sobre el futuro, por ejemplo, nuevas inversiones extravagantes en la agricultura no sostenible. En 2050, el gobierno prevé, Perú podría perder un 40 por ciento de su agua.
Pero basta de estadísticas. ¿Por qué es importante esto para nosotros? ¿No es cierto que el futuro de Perú, como la famosa frase del primer ministro británico Neville Chamberlain acerca del ataque de Hitler contra Checoslovaquia, es "una pelea en un país lejano de un pueblo del cual no sabemos nada"? La respuesta es no. La agresión del cambio climático en Perú nos afecta a todos. No obstante, para ver por qué requiere de un viaje, no sólo a los barrios pobres sedientos de Lima y los picos nevados de los Andes, sino a uno de los lugares más improbables: un sótano de congelación en Columbus, Ohio, las ruinas de una pirámide del siglo VI y en el pasillo de su supermercado local.