Agresión de 1879 fue científicamente planeada

 

por Herbert Mujica Rojas

 

En el notable libro de Carmen Mc Evoy, Guerreros civilizadores, Política, Sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, 2011, Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, y en las páginas 56 a 62, se da cuenta de cómo la maquinaria política y gubernamental, estatal chilena, planificó la invasión al Perú y manejó argumentos como el “tratado secreto” con Bolivia de 1873 con destreza y habilidad innegables.

 

El trabajo de Mc Evoy debiera ser reproducido en Perú por millones y en ediciones populares para escolares, universitarios, empleados, empresarios, militares y diplomáticos e investigadores en general. Cita fuentes chilenas con lujo de detalles, infiere razonamientos de potente luz y que, en ejercicio ineluctable, al ser contrastados con la sempiterna, insólita, reiterada y contemplativa estupidez de los hombres públicos del Perú de entonces y los de hoy, llaman a alarma pues la nula lectura de la historia configura escenarios parecidos tanto en la génesis como en sus nefastas consecuencias. Ayer y hoy.

Entre 1836 y 1839 las tres expediciones chilenas invadieron Perú en la guerra contra la Confederación peruano-boliviana y fueron aviso pionero, como de costumbre aquí nunca entendido por nadie, de lo que sería la guerra de expoliación y rapiña liquidadora de 1879-1883, con sus tratados, cesiones y traiciones.

¿Qué destino creen los empresarios, diplomáticos, estudiosos, analistas, estrategas o simples lectores darán los del sur a más de 20 mil millones de dólares gastados en armamentos? ¿No será acaso su destino, el norte? Pueblo que no aprende de su historia ¡vuelve a cometer los brutales yerros de la improvisación y torpeza inaceptables!

Mc Evoy es una investigadora seria y sus fuentes están en los mismos anales chilenos que conservan con orden y meticulosidad un riquísimo enjambre de esclarecedores documentos.

Leamos. (hmr).

III. La máquina estatal de “Chile viejo” y los desafíos de una guerra inédita

Los excesos de “una enfermedad” política cuyo síntoma principal fue el faccionalismo, es decir “las luchas de partido”, no lograron comprometer “el resorte principal de la máquina estatal”. 113 Este juicio de Santa María será corroborado por Albert Browne quien mostró pública admiración ante la maquinaria política exhibida por la república de Chile. Fue el manejo eficiente de la misma la que determinó el triunfo chileno frente a Bolivia y el Perú. 114 A partir del estudio detenido de centenares de cartas privadas que reposan en el Archivo Nacional es posible reconstruir la evolución de la política de Estado que el gobierno de Chile diseñó y reformuló a lo largo del conflicto con sus vecinos. Este proceso, en el que los acuerdos y arreglos privados ocurrieron al margen del dominio de la opinión pública, exhibió desarrollos que deben ser analizados en detalle. Como lo prueba el notable ejemplo de Antonio Varas y de Rafael Sotomayor, la organización de la maquinaria bélica dependió de la labor disciplinada del remanente de un núcleo estatal que, aunque debilitado por los embates de sus enemigos, estuvo en condiciones de asumir la defensa de la república en un escenario de guerra internacinoal. El trabajo permanente de un puñado de operadores, entre los que destacan Eulogio Altamirano y Santa María, quienes negociaron a nombre del Estado con unas vanguardias militares no sólo faccionalizadas, sino que también reacias a ceder sus viejas prerrogativas, muestran los frutos concretos de varias décadas de entrenamiento en la contingencia electoral. El instrumento del que se valió el gobierno central para cumplir su objetivo principal que era obviamente derrotar al enemigo fue la política de ascensos, un mecanismo que le permitió crear un nuevo comando militar, depurando así al viejo ejército chileno en el transcurso de la guerra. Como bien lo prueba el caso paradigmático de Patricio Lynch, esta estrategia posibilitó la creación de un comando a imagen y semejanza de las necesidades y objetivos de La Moneda.

La lectura de la copiosa correspondencia cursada por Varas a diferentes figuras diplomáticas, políticas y militares, durante los meses que ejerció la jefatura del gabinete y la cartera del Interior, permite aproximarse a la red de la cual dispuso uno de los operadores más diestros de la máquina de la guerra que Chile fue perfeccionando entre 1879-1881. 115 Un cororresponsal ciertamente importante por la cantidad de información que le proveyó fue Rafael Vial, a quien la declaratoria a Bolivia lo encontró en Lima. Vial, quien confesó tener listas las maletas en caso que el conflicto se extendiese a territorio peruano, instruyó puntualmente a Varas sobre la actividad bélica de sus anfitriones. En especial, lo tuvo al tanto de los intentos por parte del Perú de comprar armamento en el extranjero, aconsejando incluso sobre las maneras de detener dichas transacciones. Por su conocimiento exacto de la vida política peruana, el sagaz informante brindó datos muy precisos sobre las personalidades más destacadas del país al que consideró, desde ya, como un enemigo potencial del suyo, confesando incluso estar involucrado en algunas labores de espionaje. 116 A propósito de ello, Vial, quien más adelante se convirtió en publicista del gobierno en Valparaíso, señaló estar dispuesto a “todo” con tal de “descubrir un secreto importante para la seguridad de Chile”. 117

Otro notable confidente de Varas fue Eulogio Altamirano, a quien nos hemos referido con anterioridad y al que volveremos en la próxima sección del capítulo. De todos los corresponsales de Varas, Altamirano fue sin lugar a dudas el más importante, tanto por el caudal de información que guardan sus cartas como por una trayectoria política, que lo convierte en una suerte de bisagra entre el “Chile viejo” y el “Chile nuevo”. 118 A través de la correspondencia de quien también encabezó la delegación chilena en las conferencias a bordo del Lackawanna es posible aproximarse a la febril actividad que se vivió en la ciudad de Valparaíso. 119 Fue en función del control político que el intendente ejerció sobre ese puerto estratégico que Varas le solicitó organizar una red de espionaje en “los vapores del Pacífico”. Aparte de operaciones encubiertas, cuya finalidad era nutrir al gobierno con información de primera mano, 120 en las cartas cruzadas entre Altamirano y Varas se discutieron un sinnúmero de aspectos logísticos de la guerra, como el abastecimiento del carbón para los barcos de la armada, el entrenamiento y formación de las vanguardias militares, la provisión de armamento en especial de torpedos, cartuchos metálicos y de uniformes, el trabajo en los astilleros, la negociación con las casas comerciales extranjeras, entre otros más. 121 La información clasificada que llegó a manos de Varas a través de sus corresponsales, ubicados en diferentes puntos estratégicos, guarda relación con “las variadas hipótesis” de trabajo que respecto al territorio a invadir se hallaba a la fecha desarrollando el primer ministro de Pinto. 122 Para el que fue mano derecha de Montt era de “una incuria imperdonable emprender operaciones de importancia sin un estudio concienzudo”, el que obviamente debía hacerse en secreto, 123 es decir al margen de la “impaciente curiosidad del público”. 124 Las cartas que desde Antofagasta le envió Francisco Puelma, agente privado y confidencial del gobierno, 125 las impresiones que desde el frente de batalla recibió del comandante José Velásquez o las largas epístolas de Sotomayor, quien confesó al viejo amigo y copartidario el papel de árbitro que debió desempeñar con los “señores marinos”, sirvieron para que Varas colectara de manera privada y sistemática una documentación vital sobre todos los aspectos de la guerra. 126 No cabe duda que parte de esa información fue la que nutrió el Libro de Acuerdos del Consejo de Ministros sobre las operaciones militares que Varas redactará, casi en solitario, entre el 19 de abril y el 16 de agosto de 1879. 127

Una lectura detenida del Libro de Acuerdos del Consejo de Ministros, una suerte de manual de procedimientos para una nación en armas, permite analizar la magnitud de contribución que Varas hizo a la administración liberal. Unos meses antes de que la captura del Rímac 128 sellara la suerte del segundo gabinete de guerra de Pinto, 129 el primer ministro y su equipo de trabajo resolvieron temas tan fundamentales para Chile como ser la cantidad y calidad del contingente militar con el que contaba, sus finanzas públicas, su frente interno, los posibles escenarios bélicos, las relaciones entre el Estado y la sociedad civil, el frente externo y –teniendo en cuenta el “rumbo” que tomaron “los sucesos –la posibilidad de “perseguir alteraciones en los límites del Perú”, 130 A pesar que el ministerio presidido por Varas duró escasos cuatro meses, no resulta exagerado afirmar que fue su liderazgo quien dotó al país de una plataforma político-militar y de una hoja de ruta para enfrentar la guerra. Esa tarea, que no ha sido evaluada en toda su complejidad, fue sumamente enojosa, no sólo para el primer ministro quien fue “objeto de muchas cóleras” por ser considerado por sus adversarios como el principal responsable del “desastre, la impotencia y la ruina” de Chile, sino para los otros gabinetes que le precedieron y que sucedieron al suyo. 131 Tanto el Ministerio Prats (5 de agosto de 1878 a 17 de abril de 1879) como el Santa María (20 de agosto de 1879 a 16 de junio de 1880) y el Recabarren (16 de junio de 1880 a 18 de setiembre de 1881) operaron en un escenario interno caracterizado por el faccionalismo, el parlamentarismo en fases crudas y la interminable disputa de ambiciones entre los diversos grupos de interés. En ese difícil contexto la prensa, a la que José Francisco Vergara acusó de manchar honras ajenas con torrentes de “tinta y de hiel”, se convirtió, como veremos en el siguiente capítulo, en el árbitro supremo y en la caja de resonancia de una infinidad de conflictos particulares. 132

La administración de la guerra por parte de La Moneda ocurrió en medio de la guerrilla cotidiana de los partidos, de la Cámara y de los ataques permanentes de la prensa hacía Pinto y sus colaboradores de turno. 133 En un ambiente crispado en el que “cualquier contratiempo en la guerra” podía “precipitar al país en la anarquía”, 134 tanto el Presidente como sus ministros debieron someterse regularmente a las interpelaciones siendo la de Varas probablemente una de las más espectaculares. A propósito de ese evento de gran trascendencia política, el redactor de las “Crónicas parlamentarias” de El Nuevo Ferrocarril describió la oratoria cargada de “rabia” exhibida por la eminencia gris de la administración Montt. Las frases de Varas fueron comparadas a “mordiscos” en los que el aludido no sólo mostró los “dientes” sino la impaciencia de un “tigre” sorprendido en “guarida” con la “presa” entre las manos. 135 Comentarios como el anterior ponen en evidencia la naturaleza de aquella cacería política en la que estaba embarcada la oposición a Pinto. 136 Respecto al “efecto pernicioso” que sobre los intereses del Estado tenían ese tipo de procedimientos dio cuenta el ministro interpelado en innumerables ocasiones. En la misma línea argumentativa Aníbal Pinto reflexionó en público y en privado, sobre la ausencia de patriotismo que reinaba entre aquellos “charlatanes y vanidosos” que se autoproclamaban representantes del pueblo. El “lenguaje de taberna” que primaba en el Congreso de la República junto con su “inepcia” y su falta de discreción sólo podían servir de aliento a los enemigos de la república. La frustración del Presidente se volcó en las páginas de su diario personal donde señaló que “era muy ingrata la tarea” de dirigir la guerra en circunstancias tan difíciles cuando el gobierno era fiscalizado por “tontos” como Fabres y Walker Martínez y por “pillos” como Rodríguez y otros por el estilo. 137

A pesar de las declaraciones públicas que como la que desde Ancud demandaba “patriotismo y unión” a una república que estaba a punto de emprender un conflicto internacional, la guerra no logró aquietar los faccionalismos políticos, que empezaron a hacerse más notorios en la medida que los problemas propios de toda conflagración internacional empezaron a aparecer. 138 En Caldera los inconvenientes estallaron en el seno de las comisiones encargadas de organizar el apoyo a los expedicionarios. En Coquimbo, una de sus autoridades señaló en una comunicación oficial que debido a cuestiones burocráticas ligadas a decisiones del gobierno central, los voluntarios coquimbanos no lograron alistarse en el ejército expedicionario, lo que ocasionó gran frustración y un decaimiento del “espíritu público” en esa provincia. 139 En la región del Maule las maniobras de un Juez de Letras bloquearon la labor del Intendente, haciendo imposible la remisión de los contingentes maulinos al teatro de operaciones. 140 La prensa santiaguina puso en evidencia cómo el interés desmesurado en las cuestiones electorales era contraproducente para la causa liberal. 141 Desde Antofagasta el comandante militar José Velásquez se quejó de las serias deficiencias logísticas que él observaba en la zona ocupada, donde el general Emilio Sotomayor no era bien querido por la tropa allí acantonada, la cual carecía de uniformes. 142 Hasta el más “ardiente patriotismo” se enfriaba, opinaba un periódico de la oposición, al ver que los conductores de la nación sólo se preocupaban de “llenarse los bolsillos”, dejando de lado la “honra nacional”. Para el editorialista de El Taller los descalabros del ejército chileno en el Litoral Norte estaban relacionados con la “incomprensible conducta del gobierno”, que en una insensata y cobarde decisión, ligada a las “exigencias de los mercaderes”, decidió obrar con lentitud sacrificando, así, la honra y la sangre de los chilenos. 143


A estas alturas del análisis cabría hacerse el tipo de preguntas que probablemente rondaron por las mentes de Pinto, de Santa María, de Varas, de Sotomayor, de Altamirano, de Blest Gana y de todos los que representaron al Estado chileno en el esfuerzo bélico iniciado en 1879 ¿Era posible dirigir una guerra internacional, escuchando tantas y tan variadas opiniones como aquellas de “la prensa y el pueblo” que reclamaban airadas por la ocupación inmediata de Calama y de San Pedro de Atacama? ¿Era posible seguir a pie juntillas las directivas y consejos de los que entendían a la guerra no dentro del tiempo real que le tomaba al Estado trasladar centenas de hombres y pertrechos a miles de kilómetros de distancia sino en el meramente virtual de los titulares matutinos? Y quizás lo más complicado del asunto, ¿era posible prestar oídos sordos a los diversos requerimientos de la opinión pública, si era del seno de la sociedad civil de donde el Estado extraía no sólo recursos humanos que nutrían a la máquina de guerra sino los insumos intelectuales que dotaban de legitimidad y sentido a su tarea bélica?

………………………

Notas

113 Este comentario de Santa Maria es citado por Eyzaguirre, Historia de las instituciones políticas, p. 159.

114 Albert G. Browne, “The growing power of the republic of Chile”, Journal of the American Geographical Society of New York, pp. 1-88.

115 Entre los corresponsales de Varas destacan Eulogio Altamirano, Rafael Sotomayor, Rafael Vial, José María Urbina, Francisco Puelma, José Velásquez, José Francisco Gana, Domingo Santa María, entre otros. Zegers señala que en los difíciles momentos que vivía Chile, Varas representó “la seguridad de una experiencia probada, complementada con una visión positiva de los problemas chilenos, muy distante a los doctrinarismos y partidismos de la época”. En otras palabras, Varas traía a la guerra la visión del estadista. Zegers, Aníbal Pinto, p. 68.

116 Rafael Vial a Antonio Varas, en Correspondencia de Antonio Varas, pp. 3-23.

117 Respecto a las labores de espionaje en la que supuestamente debía participar una peruana que está descrita por Vial como enamorada de un diplomático chileno ver Correspondencia de Antonio Varas, p.18.

118 Por su posición de Intendente de Valparaíso Altamirano es, sin ludar a dudas,  el corresponsal más importante de Varas. Cabe recordar que Altamirano fue súper ministro de Errázuriz en las carteras de Justicia, Culto e Instrucción Pública, del Interior y Relaciones Exteriores, Diputado, Senador, Consejero de Estado e Intendente de Valparaíso y luego colaboró con Pinto como Secretario del Ejército en Campaña, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en el Perú. La poco estudiada labor de Altamirano durante la ocupación de Lima será analizada en el capítulo VI.

119 Cartas de Eulogio Altamirano a Antonio Varas, en Correspondencia de Antonio Varas, pp. 32-41, 58-62, 67-71, 78-111, 127, 133, 135, 148-151, 163-78, 198-223, 228-243.

120 Las labores de espionaje en Correspondencia de Antonio Varas, pp. 97-98, 99, 102. La red de espías que monta Varas en combinación con Altamirano será, posteriormente, manejada por Santa María (p. 106). El tema del espionaje será muy bien documentado por uno de los probables enlaces de Altamirano en el Perú el inglés Thomas Harris Cole, cuyo diario se encuentra en el archivo Vicuña Mackenna.

121 Varas incluso explorará la posibilidad de fabricar cápsulas en Valparaíso, por las demoras en el suministro que llegaba del extranjero. Ver Correspondencia de Antonio Varas, p. 94.

122 Antonio Varas a Eulogio Altamirano, Santiago, 26 de junio de 1879, en Correspondencia de Antonio Varas, p. 154.

123 Antonio Varas a Eulogio Altamirano, Santiago, 13 de julio de 1879, en Correspondencia de Antonio Varas, po. 176.

124 Antonio Varas a Eulogio Altamirano, Santiag 2 de julio de 1879, en Correspondencia de Antonio Varas, p. 164.

125 Puelma fue encargado de acelerar la organización del ejército, de la realización de las plazas de campaña militar, manteniendo al gobierno al corriente de lo que allí ocurría. AN.FV. Vol. 857. Libro de Acuerdos del Consejo de Ministros sobre las operaciones militares del 19 de abril al 16 de agosto de 1879, p.. 36.

126 La correspondencia de Puelma, Velásquez y Sotomayor se puede consultar en Correspondencia de Antonio Varas, pp. 42, 64-66, 81, 87-88, 124-133 y 245.

127 AN-FV. Vol. 857. Libro de acuerdos del Consejo de Ministros sobre las operaciones militares del 19 de abril al 16 de agosto de 1879, Folios 3-185.

128 Bulnes señala que la captura del Rímac por parte de la marina peruana provocó un peligroso estallido de indignación popular. En Santiago, una poblada numerosa celebró un mitin al pie de La Moneda. En los días posteriores a la captura oleadas de gente recorrían las calles centrales de la ciudad pidiendo la dimisión de los “directores de la guerra”, entre los que se encontraba Varas. En medio de un ambiente de crispación social el general Urrutia fue injuriado por la turba descontrolada. En esos días, continúa Bulnes, se habló incluso de “crisis presidencial”. Bulnes, Historia de la Guerra del Pacífico I, p. 398.

129 Las intensas discusiones en las que participaron los ministros de Estado, Antonio Varas, Domingo Santa María, Jorge Hunneus, Augusto Matte y Basilio Urrutia, fueron consignadas en el Libro de Acuerdos del Consejo de Ministros, que fue descrito como un “libro especial y reservado” en el que debían anotarse “todos los acuerdos, deliberaciones y resoluciones” tomados por el gabinete ministerial presidido por Varas.

130 Libro de acuerdos del Consejo de ministros, p. 4.

131 Para un recuento pormenorizado sobre la caída del gabinete Varas ver Jorge Hunneus, “Memoria de la crisis ministerial que dio por resultado la admisión de la renuncia de los señores Varas, Urrutia y la mía el 20 de agosto de 1879” en Revista Chilena, VII (1919), pp. 153-164. En el editorial de El Constituyente, publicado en Copiapó del 2 de agosto de 1879, se comentaba sobre las consecuencias políticas de la captura del Rímac. Entre ellas “el cambio inevitable” del personal de “los directores supremos”.

132 José Francisco Vergara a Benjamín Vicuña Mackenna, 25 de febrero de 1881, en Archivo Nacional, Fondo Vicuña Mackenna ( adelante, AN.FVM). Vol. 257, f. 108.

133 Zegers, Aníbal Pinto, pp. 32, 52 y 55. “Con la captura del Rímac”, le escribió Pinto a Santa María, “hemos tenido aquí escenas parecidas a las de Noviembre, cuando estuvo Bilbao”. La prensa desató una campaña feroz contra La Moneda. Justo Arteaga escribió en Los Tiempos que no debía haberse mandado nunca la caballería, y sin embargo, recordó Pinto, existían cartas y telegramas de su padre que le pedía con suma urgencia. “Es una vergüenza lo que ha sucedido con motivo de la captura del Rímac. Hemos quedado más abajo que los peruanos”. Aníbal Pinto a Domingo Santa María, Santiago 1 de agosto de 1879, en AN. FSM., f. 870.

134 Carta de Cornelio Saavedra a Rafael Sotomayor citada por Bulnes, Historia de la Guerra del Pacífico, I, p. 396.

135 Para un recuento detallado de la interpelación a Varas ver Sesiones Secretas de la Cámara de Senadores celebrada durante la Guerra, f. 35-51 y El Nuevo Ferrocarril, 4 de agosto de 1879.

136 En una carta de Altamirano a Varas, citada por Bulnes, el primero aludió a “la lucha de las intrigas y ambiciones” que colaboraron en la caída del primer ministro. “Pobre Chile”, señalaba Altamirano, “le aseguro que estoy creyendo que valemos muy poco como nación”. La cita puede consultarse en Bulnes, Historia de la Guerra del Pacífico, I. p. 398.

137 Zegers, Aníbal Pinto, p.51.

138 El Chileno, 5 de abril de 1879.

139 AN.MG. Intendencia de Coquimbo, La Serena 11 de abril de 1879, Oficio No. 17.

140 AN. MG. Intendencia del Maule, Cauquenes 4 de noviembre de 1880, Oficio No. 205.

141 “Alerta”, El Taller 28 de febrero de 1879.

142 José Velásquez a Antonio Varas, Antofagasta 12 de abril de 1879, en Correspondencia de Antonio Varas.

143 El Taller, 19 de marzo de 1879.

http://www.voltairenet.org/Agresion-de-1879-fue?var_mode=calcul

 

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