José Suarez Danós

El amplio frente de guerra neocolonial abierto por EE. UU. contra todas las naciones del mundo no excluye a Suramérica.

Su ofensiva en el subcontinente está orientada contra países de gobiernos progresistas a los que Washington considera “sus enemigos”, por no subordinarse a los dictados de su política exterior, llamados “no socios”.

Para ellos ha planteado una gama de agresiones económicas, diplomáticas, militares, o la más frecuente, que ha sido la agresión político-subversiva.

Sin embargo, no todos los emprendimientos de este tipo le han proporcionado a Washington los beneficios esperados.

Uno de estos casos ha sido el “golpe de Estado suave” gestado por los órganos de inteligencia estadounidenses (1) —USAID— en Paraguay el 22 de junio pasado, que se convirtió en “el tiro que le salió por la culata”.

El golpe parlamentario utilizado para derrocar al gobierno del ex presidente Fernando Lugo, tenía por finalidad fracturar la hegemonía progresista en Unasur sumando para los EE. UU. un dócil gobierno neoliberal más en Suramérica.

El supuesto de la administración Obama era que el fraguado golpe de Estado fuere “investigado” en la OEA —afín a sus intereses—, la cual se encargaría de su “lavado”, tal como lo hizo con el caso Honduras.

Sin embargo, las reacciones inmediatas de Unasur y Mercosur sancionando a los golpistas paraguayos, al parecer no aparecían en los cálculos del Departamento de Estado de los EE.UU.

Unasur adoptó la primera acción contundente que dejó al gobierno de Obama sin “caballo de Troya”, cuando suspendió a Paraguay de sus derechos en ese organismo e inhabilitó al gobierno títere de Federico Franco y a su gabinete golpista.

La siguiente acción y más rotunda surgió en el seno de Mercosur, que además de suspender en sus derechos al gobierno golpista de Paraguay, decidió adicionalmente admitir a Venezuela como miembro permanente de ese organismo (31 de julio pasado).

Esa admisión, pendiente desde 2006, era obstruida por el mismo Congreso paraguayo que destituyó a Lugo y que, manipulado por los EE. UU., se oponía reiteradamente a la admisión de Venezuela.

La razón esgrimida era que en su criterio “Venezuela no cuenta con un régimen totalmente democrático”, el viejo cliché estadounidense.

A las decisiones de Unasur y Mercosur se aúna también la suspensión de derechos del Congreso paraguayo en el Parlamento Latinoamericano, prevista para diciembre de este año.

Lo concluyente es que el ingreso de Venezuela a Mercosur cambió el mapa geopolítico y geoeconómico de Suramérica, esfumando las ilusas pretensiones que aún podía haber albergado Washington de expandir su “libre comercio” en la región.

No obstante, esos intereses ocasionaron que Suramérica aún se halle dividida en dos bloques económicos, mientras Washington sigue ejerciendo presiones para evitar a toda costa que Unasur y Mercosur se unan en un sólo ente político-económico que afecte a su hegemonía.

Ello a pesar de que la propia geografía, la realidad económica mundial y la sensatez hagan entrever que sólo hay cabida para el acuerdo económico autóctono.

Así la minoritaria “Alianza del Pacífico” y el creciente Mercosur son los dos bloques económicos suramericanos existentes, los que, sin embargo, son diferenciados marcadamente por su grado de soberanía, su nivel de dependencia, su sistema económico rector y el destino de sus beneficios.

La “Alianza del Pacífico” fue concebida por los think-thank de EE. UU. para constituir un bloque marginal ribereño en el Pacífico americano, que se integre en la asimétrica economía neoliberal de países de ultramar.

En Suramérica está conformada por Chile, Perú y Colombia para integrarse junto con la APEC en el Acuerdo Transpacífico (TPT) que impulsa EE.UU. para potenciar su economía parasitaria en recesión, quizá final.

Sin embargo, las evidencias señalan que es a la vez una estrategia militar de los EE. UU. para implementar la “OTAN del Pacífico”, que le permita proseguir con su esquema de agresiones contra “otros países enemigos” (China y Brasil).

En esa “OTAN” Chile ambiciona desempeñar el rol guerrero principal para lo que sus gobiernos se han encargado en las dos últimas décadas de convertir a ese país en el más y mejor armado de Latinoamérica, con ayuda de los EE. UU. y la UE.

En el lado opuesto está el Mercado Común del Sur (Mercosur), asentado en tierra firme del subcontinente uniendo a Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela y al que pronto se sumarían las adhesiones de Bolivia y Ecuador como miembros permanentes (serían siete países).

Lo destacable de Mercosur es que con su actual conformación se convirtió ya en la quinta potencia económica mundial —82,3% del PIB de Suramérica—, la cuarta en recursos energéticos, la quinta en recursos alimentarios, además de incluir a 7 de cada 10 habitantes del subcontinente, disputando con ello preeminencia a los EE. UU.

Desde ya China, Rusia, India y Japón han dado a conocer a Mercosur sus auspiciosas intenciones por entablar lo antes posible acuerdos comerciales de “bloque a bloque”, luego de conocerse el ingreso de Venezuela al organismo.

Ante ese escenario de integración, asoman algunas lógicas inquietudes: ¿cuál será el futuro de Chile, Perú y Colombia cuando termine de desmoronarse el sistema económico neoliberal?, ¿sus poblaciones deberán pagar por la errada visión de sus gobernantes?, ¿esas naciones deberán seguir sujetas a integraciones que no benefician a sus poblaciones y que por el contrario las aíslan de Suramérica?

(1) http://ea.com.py/la-patria-sojera-y-usaid-detras-del-golpe-de-estado/

 

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