eduardo gonzales vianaPor Eduardo González Viaña

La copa del mundo en el fútbol no va a ser ganada por el Perú cuyo equipo ni siquiera participa en el campeonato. Sin embargo, los periódicos internacionales nos traen hoy una noticia más importante: un peruano acaba de ser reconocido como un hombre bueno.

Justo de las Naciones es el título que se acaba de conferir –post mortem- a nuestro compatriota, el diplomático José María Barreto. Una placa con su nombre ha sido colocadada en el Museo del Holocausto Yad Vasheim de Jerusalén.
 
Barreto era cónsul en Ginebra durante los días de la Segunda Guerra Mundial. Era la época maldita de Hitler, y sus espantos llegaban incluso hasta la neutral Suiza. A esas tierras pacíficas arribaban igualmente, escondidas o disfrazadas, las familias judías del resto de Europa.
 
Les habían obligado a usar un distintivo infamante al salir a la calle. Debían soportar los insultos o los escupitajos de algunos miserables. Les habían destruido o quemado sus centros de trabajo. Los habían obligado a retirar de las escuelas a sus hijos. Les habían expropiado sus casas. Los habían empujado a vivir en un gueto miserable.
 
Los habían obligado a vivir aterrados esperando escuchar golpes en la puerta o el aullido de la sirena procedente de los carros de la Gestapo. Si se entregaban, iban a ser llevados ante el interrogatorio de las S.S., y luego, si sobrevivían a la tortura policial, serían embarcados en trenes hacia los tristes campos de la muerte.
 
Y eso no ocurría solamente en Alemania sino en todos los países ocupados … y no lo hacían solamente alemanes o los nazis. Los delataban ciudadanos de cualquier país, no muy distinguibles por ser valientes, que ansiaban ser considerados antijudíos por los ocupantes y recibir una sonrisa de su parte.
 
José María Barreto comenzó a entregar pasaportes peruanos a las familias judías que se los habían solicitado. Se da el número de 158 para las personas a quienes salvó la vida de esa manera, pero obviamente fueron más.
 
Ante una protesta alemana, las autoridades de Suiza demandaron al cónsul. Por su parte, el gobierno peruano ordenó la anulación de los pasaportes (felizmente, ya era muy tarde), el cierre del consulado y la expulsión del servicio diplomático para nuestro compatriota.
 
Pensemos en Barreto. Situémonos en 1943 y en Europa. Solo, sin trabajo, sin dinero, sin la protección de su país, sin la posibilidad de regresar… y expuesto a sufrir la venganza de los nazis.
 
Pensemos en los judíos. ¿Hay alguna razón para que haya sido y sean perseguidos tanto odio...? Hasta quienes disimulan su racismo con una supuesta convicción progresista, fingen confundir antisionismo como antisemitismo, y no se trata de lo mismo. Ellos lo saben.
 
Desde algunos púlpitos malolientes de la edad media, se les culpó de la crucifixión de Jesucristo. ¿Y el imperialismo romano? ¿No era Poncio Pilatos quien se lavó las manos? ¿No eran soldados de Roma quienes lo atravesaron con clavos y lo colgaron en la cruz...? No, eso no tiene sentido.
 
Y sin embargo, los "Reyes Católicos" adujeron esa razón entre otras para expulsarlos de España cuando la verdadera era apoderarse de sus bienes. Aunque lejanos, Fernando e Isabel anteceden en sus crímenes al hombre de bigotito… Ni ellos ni la Inquisición ni la masacre ni la tortura han podido jamás contra un justo… o contra un pueblo de justos.
 
Ahora es necesario que el gobierno del Perú reivindique al diplomático José María Barreto, que le retire la ignominiosa expulsión y, más todavía, que haga enjuiciamiento de las razones por las cuales en 1938 Lima prohibió a sus diplomáticos la expedición de visados para inmigrantes judíos. ¿Estaba nuestro país influido por Hitler...? José María Barreto fue un justo.

La Primera, Lima 25-06-201

 

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