contra Yanacocha feb 2015Por Eduardo González Viaña

Pocas veces en la historia un país ha estado representado con tanta fidelidad por una mujer. En el Perú de nuestros días, esa mujer es Máxima Chaupe. Vigilias, manifestaciones y comunicados la nombran y asumen su defensa en todo el mundo. Todos dicen que lo máximo es Máxima.

 Los homenajes públicos se hicieron multitudinarios la semana pasada cuando la minera Yanacocha, apoyada por la fuerza pública, destruyó la casa de la humilde campesina.

Véase su imagen en Europa: Cuando se produjo su llegada a París en mayo pasado, el aeropuerto de Orly se vio desbordado por gente que ansiaba expresarle su solidaridad y lo mismo ocurrió en las instalaciones de la Maison d’Amérique Latine. Senadores, hombres del gobierno, intelectuales y artistas, estudiantes, todos querían una foto con Máxima.

Si se ve el revés de la medalla, en las dos visitas del presidente Humala a París, el recibimiento fue escueto. Mejor dicho, mínimo.

Esa contradicción se da todos los días en el Perú.  Cuando Yanacocha terminó de destruirle su casa, la pequeña mujer comenzó a reconstruirla. Le aplanaron los enseres. Solamente eso, pero nunca jamás la valentía ni el orgullo. “Si me quieren sacar de aquí, me van a tener que matar”, ha dicho.

¿Y qué hace el gobierno? Lo mínimo.

No es el único de los conflictos sociales, pero en todos los que ahora sacuden uno y otro extremo del Perú, el gobierno parece tener tanta potencia de fuego como los inmóviles guardias de honor de los palacios reales o como la Guardia Suiza en olor de santidad. Me entusiasma la metáfora con que describe esta inercia Raúl Wiener:

“ Como si lo hubieran elegido para ser un guardián de lo existente que  entiende su misión como estar parado, fusil al hombro, hasta que estallen los conflictos. Un gobierno perdido en el espacio, que primero mata e hiere y luego manda comisiones de alto nivel para tratar con la gente”

El mínimo gobierno, la inseguridad en las calles, la corrupción en los niveles más altos están haciendo sentir al ciudadano común que todas las instancias del poder devienen delictivas y que el crimen organizado está en las puertas de su casa, y por eso no es raro que aplauda ni considere un futuro candidato a la presidencia  a un exministro que está procesado por homicidio.

Las encuestas de popularidad del gobierno arrojan porcentajes mínimos. En esas condiciones, por experiencia sabemos que las administraciones débiles tratan de mostrarse fuertes, y lo son particularmente con los débiles y con la Constitución y las leyes.

Muestra de ello es la dación de la ley 30151 que ofrece impunidad a los militares y policías cuando hieran o maten en supuesta acción de servicio. Lo es la sanguinaria represión de la protesta social que ya ha dejado decenas de cadáveres. Lo es también el secuestro de Guillermo Bermejo. Lo es el encarcelamiento del presidente de la región Cajamarca. Lo es la soplonería. La intromisión de los organismos de inteligencia en la vida privada mostró su extremo ridículo al espiar también la casa de la vicepresidente del Perú. ¿Estamos volviendo al terrorismo de Estado de Fujimori?

La frivolidad de algunos medios los hace buscar posibles “outsiders” entre ciudadanos mínimos sin pensar que la historia no tiene por qué repetirse.

Lo que deberían mostrar a los jóvenes son los modelos de conducta y los valores morales de una mujer de un metro y medio y de unos 45 kilos de peso, pero de un coraje superior al de los hombres que tratan de a sacarla por la fuerza. Los bulldozers que se estrellan contra su casa pertenecen a una de las empresas más ricas del mundo, pero Máxima es lo máximo. Lo demás es lo mínimo.
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