Michelle Bachelet |
Por Gonzalo Fernández Montagne
Apenas ocurrida la manifestación del gobierno peruano sobre el descubrimiento del espionaje de oficiales de la marina de Chile, el diario El Mercurio explicó que este es un asunto normal en las relaciones internacionales, lo que resultó en primera instancia una salida muy adecuada al comportamiento desleal de su gobierno, cuyas autoridades han pretendido negar posteriormente como es una costumbre derivada de su falsedad y soberbia tradicional.
Para el diario El Mercurio de Chile, “siempre es así en estos casos, por la sensibilidad brotada en nuestros vecinos debido a la Guerra del Pacífico, a pesar de que finalizó, recordemos, en 1883” [¿?] Para sus editores “aquí [en Chile] las cosas se miran como una curiosidad más, aunque sea un pequeño dolor de cabeza para la Cancillería. Y no es así en Perú, o en Bolivia, donde en todo lo que tenga que ver con algo chileno siempre se husmea la más terrible de las conspiraciones.” Y a continuación insinuó aquello en lo que el diario El Comercio del Perú abundó, como se verá más adelante: “a estas alturas es dudoso que ese sea el problema, aunque debamos estar conscientes de que la cicatriz se reabre con intermitencia”.
Y concluye que “el Perú verá cómo lleva a cabo su propia inteligencia mientras Chile debe evaluar los límites para recoger información, aunque su criterio no puede ser definido por el Perú (y viceversa).” De modo que ya sabemos cómo concluirá esta historia. En mi opinión no es el espionaje chileno lo que nos debe llamar la atención porque no es difícil imaginar que es una constante en la historia de nuestras relaciones, y continuará siéndolo mientras persistan las ideas de Diego Portales como doctrina de los chilenos y su alucinada hipótesis de guerra, y no creo que el Perú por su lado no lo haga porque podríamos caer nuevamente en un descuido que sería imperdonable.
Lo criticable son la circunstancia y el innoble propósito chileno escogidos por el temor a perder con ajuste al derecho en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, todo lo que lograron con trampa, en nuestro común límite marítimo, a cuyo éxito relativo contribuyeron la ¿ingenuidad?, la imprevisión y los errores de nuestra parte. Y en previsión de ese escenario posible estaban preparándose, simultáneamente al desarrollo del litigio en la Corte, para realizar una demostración de fuerza que nos sirviera de advertencia a nosotros y del peligro que se cernía para la paz hemisférica a la comunidad internacional, de no existir una fuerza armada peruana suficientemente preparada que le responda en igual o mejores condiciones, que es lo que justamente trataban de averiguar y que llegó a ser un secreto a voces entre nosotros.
Por eso, y como también es costumbre de los chilenos, El Mercurio se equivoca de medio a medio cuando insinúa que la guerra del Pacífico concluyó en 1883, como quien no quiere la cosa y un poco al desgaire, pretendiendo desconocer que en ese momento se firmó un pacto que Chile nunca cumplió, ni las infamias y vilezas que su país cometió hasta 1929. Sin contar las anteriores, a una de las cuales me refiero a continuación, ni las posteriores de las que los peruanos ya estamos hartos y que los chilenos no mencionan y parecen siempre querer olvidar. Y todo esto resulta ser para los dueños de este diario producto de “una sensibilidad fuera de tiempo y lugar”, de parte nuestra, y en cambio, de parte de ellos, “una curiosidad más” y “un pequeño dolor de cabeza”. La arrogancia de los chilenos no tiene solución. ¡Qué tal insolencia!
James A. Garfield |
Empecemos por poner las cosas en su lugar advirtiendo que enfoques complementarios al presente pueden leerse en artículos anteriores publicados por el Grupo Basadre. No se puede dejar de repetir que este país vecino se embarcó en una guerra de traición como peones de los británicos —sus protectores—, a Bolivia y después al Perú, y de añadir que el imperio europeo estaba dispuesto a evitar por cualquier medio que la experiencia exitosa de la guerra de liberación de los EE. UU. respecto del colonialismo precisamente británico, se siguiera repitiendo en el resto de América, para lo cual asesinaron en 1881 al presidente de los EEUU de Norteamérica James A. Garfield, que estaba decidido a entrar en la guerra del Pacífico para evitar que el imperio de entonces se saliera con la suya, y había llegado a proponer un plan para que se produjera una inmediata paz sin desmembración territorial del Perúi.
Nuestro país era entonces modelo de la política norteamericana de liberación colonial y desarrollo económico que se había tratado de impulsar desde la presidencia de Abraham Lincoln en toda América, la que después del asesinato mencionado cambió en favor de los intereses británicos. Esta muestra de su conocida hipocresía, y el ejercicio de una política retardataria desfavorable a nuestros países, eran contrarios al papel de comunidad civilizada que aparentaba representar en aquella época el imperio, y cambió la historia. La agresión anglo-chilena contra el Perú no solo estaba dirigida a quedarse con el salitre. Su principal objetivo fue destruir el gran proyecto de industrialización que se llevaba a cabo en nuestro país de acuerdo con la doctrina surgida de la guerra de liberación de los EE. UU, que de haber tenido éxito habría podido cambiar para siempre la situación neocolonial de Sudaméricaii.
Téngase en cuenta que cuando Manuel Pardo era Presidente del Senado peruano y se disponía a candidatear nuevamente a la presidencia del Perú, fue asesinado el 16 de noviembre de 1878, a cinco meses de la invasión anglo-chilena al Perú. A ello agréguese como antecedente que cuando fue presidente del Perú, una élite intelectual y política capitaneada por él había llegado al poder con la intención explícita de replicar la revolución económica de los EE. UU. cuyos elementos distintivos fueron el desarrollo de la tecnología, la industria y la construcción de infraestructura, en especial ferrocarriles cuyos estudios y construcción comenzó a impulsar en gran escala, y cuya destrucción corrió a cargo de Patricio Lynch*, cabeza para su Cancillería; lo que, para ser coherentes, hubiera sido entonces la opinión de El Mercurio.
Aunque también es justo recordar que la “fiebre ferrocarrilera” se había abonado desde inicios de la década de los años 1850, durante el primer gobierno del Mariscal Castilla, cuya definición se hizo a partir del informe de un equipo de ingenieros extranjeros que contrató el gobierno con la intención de establecer una red nacional de vías férreas que cubriera todo el territorio nacionaliii.
Lo que vino después ya lo sabemos y lo hemos padecido. De modo que la actuación de las autoridades tradicionales de nuestros vecinos fue y sigue siendo motivada por su envidia eterna respecto de lo que fue desde siempre el Perú, lo que era entonces, y lo que puede llegar a ser en el futuro. Son notables la falta de memoria de los chilenos —a propósito— cuando tratan del daño causado por ellos a nuestro país en la guerra iniciada en 1879 con actos de destrucción de nuestro patrimonio, rapiña y crimen organizado, y su miedo —pánico— de que nosotros nos cobremos algún día la revancha.
Por eso, lo que deben hacer nuestros vecinos del sur para que nuestras relaciones sean confiables es justamente y antes que nada, pedirnos perdón por la forma en que se han comportado y se siguen comportando, y comprometerse a convivir en una hipótesis y un objetivo de paz, mediante acciones concretas, como devolver por lo menos los bienes culturales robados, el monitor Huáscar y algo más que conozcan los eruditos en historia. Que es lo menos que debemos exigir antes de seguir abriéndoles todas las puertas y continuar siendo generosos o más bien ingenuos y, algunos: ¡muy vivos!
Mientras tanto, es hora de analizar con seriedad lo que el Grupo Basadre manifestó públicamente en un pronunciamiento sobre la inversión chilena en el Perú, el 11 de febrero de 2009; en la carta dirigida al tribunal constitucional el 15 de octubre; y en otra dirigida a la opinión pública en razón también de un espionaje de la época de parte de los chilenos, al descubierto en noviembre del mismo año. Además de otros pronunciamientos pertinentesiv.
Con posterioridad a estas manifestaciones tenemos casos recientes como por ejemplo el de LAN que, además de ser una empresa al servicio del espionaje militar de Chile, goza de una gran cantidad de frecuencias de vuelo y Libertades otorgadas para no pagar impuestos en el Perú y ni siquiera por el combustible que compra, según ha sido publicado recientemente. Además, discrimina a pilotos, pasajeros y mecánicos peruanos a los que priva de trabajo al realizar el mantenimiento de sus aeronaves en Chile. Servicio que al no darse aquí nos priva de saber con qué instrumentos de vuelo adicionales podrían contar las aeronaves y su propósito. Y no debemos olvidar que esta empresa obtuvo sin licitación, derechos para obtener multimillonarias utilidades con nuestros cielos, por lo que se debería convocar a una nueva de nivel internacional de dicho espacio, y mucho mejor si se sienta las bases para la instalación de una línea aérea peruana.
Por lo tanto, es hora de revisar las relaciones comerciales con Chile según el Grupo Basadre ha propuesto como asunto de la mayor importancia, una oportunidad para revisar con profundidad el TLC con ese país y exigir que se vaya la AFP Habitat, que se instaló en un juego de corrupción en el que se perpetró el peculado de uso del Banco de la Nación, para permitirle que se afilie. La ley prohíbe que las AFP operen en locales ajenos y a eso se sujetaron las otras AFP; por lo tanto, Habitat se desenvuelve dentro de un marco de competencia desleal, luego de haber participado en una licitación sin tener oficinas en el Perú, como parte de esa corrupción que nos avergüenza a los ciudadanos conscientes de este asunto.
Así mismo resulta urgente revisar concienzudamente y de acuerdo con los intereses del Perú, los tratados pesqueros sobre extracción, procesamiento e investigación con injerencia chilena a través del IMARPE, y además, realizar un análisis serio conducente a la posible desafiliación de las organizaciones de pesca que pretenden imponernos una política pesquera, ya que el Perú se inscribió en esos organismos por presión del lobby chileno, dirigida a favorecer los intereses de su país en esta materia.
Si bien es deseable y de la mayor importancia que Perú y Chile superen sus históricas desavenencias y cambien hacia una integración de esfuerzos y beneficios recíprocos y equitativos , mientras Chile no cumpla con pedir perdón de alguna manera que no afecte su propia dignidad y tenga el real propósito de enmienda antes propuesto, en mi opinión, muy por encima de la generación de beneficios económicos y políticos que pudieran obtenerse, están nuestra dignidad y seguridad nacionales.
Por lo tanto, una actitud de Chile como la que se propone podría ser el inicio de una solución a todo lo negativo que resulta para nuestros respectivos pueblos continuar recelando unos de otros como enemigos, sin tener responsabilidad directa en esta situación, debido a que sufren las consecuencias de malas decisiones de autoridades políticas y grupos de poder, responsables también de que no tengan conciencia o la tengan deformada sobre nuestras realidades, por falta de una adecuada educación y conocimiento de la historia.
En este contexto, resultó lamentable el desempeño del diario El Comercio cuando reveló la posición expresada por cuatro miembros de la cancillería en relación con el espionaje realizado por Chile, coincidente con su posición, de que todo este problema y la reacción del gobierno del Perú responde a su interés por disipar la tensión política en la que se encuentra, lo que, aparte de ser una muestra de deslealtad con la Cancillería, es la opinión de quienes dirigen un grupo económico de empresas editoras de periódicos, más otros negocios, y de cuatro peruanos.
A lo que agregó en forma más precisa a su opinión sobre la respuesta oficial sobre el espionaje chileno, “que el presidente del Perú había actuado con una altisonancia fuera de lugar, porque dio la impresión de que se la estaba utilizando para conjurar problemas políticos domésticos”, con una absoluta falta de respeto a quien tiene la mayor investidura de Estado del Perú y dirige la política externa, les o nos guste o no, y en una circunstancia en la que todos los peruanos debíamos responder como uno solo. De esta forma el propio diario El Comercio del Perú actuó en consonancia con El Mercurio de Chile, y olvidó a propósito su propia contribución a la creación de problemas al gobierno, al darle cabida a titulares que “venden” y al coro de aquellos politiqueros que sobreviven de pescar a río revuelto, que son los causantes directos de “la tensión política en que se encuentra”. Aunque esto no significa que se deba renunciar a la crítica constructiva y educativa, ni negar que el propio gobierno haya cometido errores de su parte.
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Luis E. Vásquez Medina, “La Verdad Detrás de la Guerra del Pacífico - El Imperio Británico Contra el Sistema Americano de Economía en Sudamérica”, página 255.
Ver obra citada, página 12.
Ver obra citada, páginas 96 a la 139. También el mapa que aparece en la página 107 que permite apreciar en su integridad el programa ferrocarrilero que los nacionalistas peruanos estaban construyendo antes de la agresión anglo-chilena.
Ver pronunciamiento del Grupo Basadre del jueves 26 de febrero de 2015.
*Ver obra citada, página 224. Patricio Lynch Solo de Zaldívar fue un oficial británico nacido en Chile en 1824 y Jefe de las fuerzas invasoras. Fue curtido por los británicos desde que fuera grumete, en la primera de las infames guerras del opio; y fue apodado “contralmirante dinamita” por su vesania y acusado en Chile de actuar por su cuenta, cumpliendo al pie de la letra las órdenes del imperio británico, sin desconocer la parte de la culpa que le cabe al gobierno.
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