Miguel Ángel Rodríguez Mackay

Al cierre de esta columna, no conocemos nada acerca de la segunda nota diplomática chilena de respuesta al Perú por el espionaje. Las notas suelen ser cortas, claras y directas, por lo que no habría que efectuar mayores evaluaciones y más bien reaccionar con otra también corta, clara y directa, a la que debemos agregar firmeza y valor.

bap villavicencio

 

Solo hay dos posibilidades en la respuesta chilena:

1.° Reconocimiento de la afrenta; y, 2° Cinismo para no aceptarla. Desde el realismo de las relaciones internacionales lo primero jamás sucederá.

Ningún Estado se autoliquida desacreditando su propia vergüenza nacional y menos Chile, acostumbrado a nunca aceptar sus culpas o derrotas. Por tanto, para que lo segundo no aparezca frontal, Chile nos va a palabrear evadiendo su responsabilidad. Por eso, no debemos dejarnos sorprender. Nuestra diplomacia en este grave asunto desde el comienzo ha sido únicamente presidencial. El canciller, sin liderazgo, no tuvo la misma convicción de Humala, quien ha marcado el temperamento nacional manteniendo una posición incólume al decir que “esto no se queda así nomás…”, y luego que “no le vamos a aceptar a Chile que el espionaje pase por agua tibia…”. Es un asunto de honor y dignidad nacionales, distante a la del canciller chileno, Heraldo Muñoz, para quien ambos países deben tener presente la relación de interdependencia. Muñoz está equivocado. Nuestra vinculación es superior al asunto exclusivamente económico. Sin más, entonces, en la respuesta, considerando la segunda posibilidad chilena, debemos: a) Lamentar la actitud de ese país que retrotrae la confianza; b) Reafirmar que mantendremos un encargado de negocios en Santiago; c) Retirar a nuestros agregados castrenses en Chile y expulsar a sus pares en Lima; y, d) Cancelar la cumbre de la Alianza del Pacífico en el Cusco, buscando otra sede —nunca Santiago— con asistencia solamente de la vicepresidenta del Perú. Hagámonos respetar.

Correo, 03.04.2015