Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe, PhD
A Arturo Corcuera y a Gustavo Espinoza
Me pregunto como peruano residente en los Estados Unidos cuándo el Frente Amplio de Izquierda emitirá su primer comunicado de rechazo al ingreso de más de 3,000 soldados estadounidenses al Perú so pretexto de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.
En Estados Unidos, resulta claro que a nadie le conviene que se gane esta guerra sino que se perpetúe, para beneficio de todos los que usufructúan y dependen de ella. Por eso se ha constituido la Alianza del Pacífico, militarmente liderada por Chile —no estoy hablando de pueblos hermanos sino de gobiernos y estados peleles, corruptos— y conformada por el Perú y Colombia, que se disputan el primer lugar en el ránking de producción de cocaína, y por México, cuyos 70,000 muertos en los últimos años causados por el narcotráfico dicen a voz en cuello —con esa voz parsimoniosa de los muertos— que el ingreso al Perú de tropas americanas no producirá la victoria sino la prolongación ad infinitum —como lo quiere Rumsfeld— de la guerra contra las drogas.
Recordemos que mediante políticas similares por parte de los Estados Unidos, Afganistán ha alcanzado la producción más alta de heroína en lo que va de su historia. Tampoco olvidemos que los ingentes recursos naturales de América Latina son una tentación irresistible para los Estados Unidos, cuyas fuentes de combustibles fósiles y agua dulce se diezman incontrolablemente debido a la soberbia y estulticia infantiles del imperio más grande de la historia.
En buen criollo, la política oficial de Washington, bajo el liderazgo de un presidente que llegó a generar esperanza en el mundo entero, consiste en derrocar o al menos anular a los gobiernos de Maduro, Rousseff, Correa, Morales, Ortega y cualquier otro que pueda surgir con un programa de nacionalización de los recursos estratégicos, de seguridad alimentaria y con una voluntad irrenunciable de que América Latina exista como un subcontinente libre de guerras y de armas nucleares; como un subcontinente donde la brecha más grande del mundo entre la riqueza y la pobreza, insostenible, se cierre para siempre a fin de alcanzar la plena satisfacción de los derechos humanos de última generación.
El Frente Amplio de Izquierda del Perú y los latinoamericanos en general deben razonar acuciosamente sobre el costo humano y económico de las múltiples intervenciones militares y paramilitares de los Estados Unidos en Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Honduras y Siria —la lista no es exhaustiva. Suman ya más de un millón de muertos en el Medio Oriente debido a un poder de fuego apocalíptico y a una capacidad de penetración sin precedentes.
La ultraderecha latinoamericana no tiene reparos en que Venezuela luzca como Siria o Libia si tal opción les garantiza la restitución de sus privilegios. Un cocinero mexicano me dijo ayer, en un barrio chino de clase media alta en el borough de Queens, Nueva York, que a las once de la noche, en ese barrio, es mucho más peligroso cruzarse con un latino que cruzarse con un chino. Algo semejante sucede con la ultraderecha latinoamericana en el plano geopolítico.
Con todas las desavenencias y conflictos que el gobierno de Maduro pueda generar, urge que el Frente Amplio de Izquierda se pronuncie sobre el derecho de los pueblos a la autodeterminación y soberanía nacional, siempre y cuando no ataquen militarmente a los países vecinos. A todas luces, ese no es el caso de Venezuela respecto a los Estados Unidos.
Coquetear con la ultraderecha y la derecha, cuya inconciencia histórica se ha ganado galardones como el de negar el calentamiento global, negar la teoría de la evolución y aceptar el ingreso al Perú de más de 3,000 soldados estadounidenses que no van a solucionar nada sino que más bien van a empeorar la crisis causada por el tráfico de drogas que se consumen en Norteamérica y Europa, no constituye el modo en que el Frente Amplio de Izquierda alcanzará su identidad y madurez racionales para constituirse en una alternativa que realice un programa de gobierno de desarrollo sustentable sobre la base de la eliminación de la miseria y de la drástica reducción de la brecha entre la riqueza y la pobreza, insulto cotidiano que no tenemos por qué soportar los habitantes de Lima, Nueva York o Santiago.
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