Oscar Silva Valladares*
Para entender objetivamente la controversia que rodea a la FIFA no sólo hay que tomar en cuenta la supuesta corrupción de ciertos ejecutivos en esta organización. Más allá de esto, existe un contexto geopolítico muy importante y que se explica por el papel que juega el fútbol como el deporte más popular de la humanidad y su valor como arma política y de prestigio para gobiernos.
El senador norteamericano John McCain, cuya reputación cavernaria de extrema derecha es muy conocida, hace algunos días expresó abiertamente su deseo de que Sepp Blatter dejara su cargo como presidente de la FIFA ya que éste se oponía a quitar a Rusia el derecho a organizar el próximo campeonato mundial en 2018 como represalia por la reincorporación de Crimea a la Federación Rusa y a la supuesta intervención militar rusa en Ucrania.
Cuando Rusia y Qatar ganaron por votación mayoritaria de los países miembros de la FIFA el derecho de ser anfitriones en los mundiales del 2018 y 2022, respectivamente, sólo hubo una reacción inmediata de extrañeza por la elección de Qatar. No hubo ninguna protesta contra la elección de Rusia, pese a que hubo por cierto gran decepción especialmente en Inglaterra que, como contendor principal, había alistado al primer ministro Cameron en el esfuerzo de convencer a los delegados sobre los méritos del país inventor del futbol para organizar, una vez más, el Mundial.
Las alegaciones iniciales de corrupción en la elección de los anfitriones de los mundiales del 2018 y 2022 solo tocaron inicialmente a Qatar. La protesta contra Qatar ha crecido y aun tiene impulso debido al maltrato a los trabajadores inmigrantes del Subcontinente Indico que participan en la construcción de los estadios qataríes, maltrato aberrante que lo he visto personalmente y que tal vez se explica en una región del mundo que aun no ha cambiado mucho y en la cual la esclavitud solamente fue abolida oficialmente entre 1952 (Qatar) y 1970 (Omán).
Las alegaciones contra Rusia sólo comenzaron luego de los eventos en Crimea y en Ucrania en 2014. Esta campaña se ha incrementado especialmente con el crecimiento de la histeria anti-rusa en Occidente. Debido al evidente fracaso del reciente bloqueo económico occidental contra Rusia y a la dificultad de probar su intervención militar como argumento contra un bloqueo al Mundial en 2018 (bloqueo que, de efectuarse, sí tendría un impacto negativo muy importante en el prestigio de este país), los cañones apuntan ahora hacia una supuesta corrupción no sólo en la elección de Qatar como anfitrión, sino también en la de Rusia. Rusia y Qatar están ahora, irónicamente debido a la gran diferencia entre ambos países, en el mismo banquillo de los acusados.
La ofensiva judicial norteamericana de los últimos días se explica para mí en este contexto. La justificación para que el Departamento de Justicia norteamericano intervenga es muy tenue (no solamente por venir de donde viene, es decir de un país que tiene la arrogancia de llamar ‘football’ a un rugby adulterado con cascos), sino porque la conexión legal es también muy ínfima. Pero la sincronización de los arrestos sí fue muy efectiva, y no se explica por el hecho de razones prácticas (la conveniente presencia de los acusados en Suiza para el congreso de la FIFA) sino por haber sido lanzadaad portas de la reelección de la presidencia de la FIFA. Este fue un intento muy norteamericano por ‘mover el bote’ con la esperanza de provocar una derrota a Blatter y poner a la cabeza de la FIFA a un oscuro jordano que no recuerdo haya sido buen jugador de futbol aunque sí es muy condescendiente al bloque occidental anti-Blatter.
La re-elección de Blatter ha sido un rotundo fracaso de aquellos que quieren utilizar la FIFA para fines geopolíticos y de política interna. Si existe corrupción, que ésta sea investigada por cuerpos judiciales apropiados e independientes, incluyendo los países en los cuales se sufre por esto. Blatter tiene por cierto una responsabilidad ejecutiva y moral y tiene que tomar acciones efectivas para cambiar radicalmente la mala imagen que ahora tiene la FIFA, particularmente en occidente.
Para aquellos que recordamos borrosamente las ‘radiofotos’ de Pelé en el Mundial de Suecia en 1958 y las historias contadas por nuestros padres sobre el ‘maracanazo’ del 50 y el genio de Ferenc Puscas en 1954, el campeonato mundial tenía la imagen de dos colosos (Sudamérica y Europa) que se alternaban en la supremacía en un campeonato simple y claro entre 16 equipos. Todo esto cambió con Sepp Blatter, quien tuvo el genio y la visión de reconocer el potencial futbolístico a nivel planetario y reorganizó la FIFA para convertirse en una organización genuinamente representativa del mundo futbolístico. Su interés en crear este tipo de organización, y el apoyo económico que la FIFA ha invertido en este esfuerzo en países pobres, le dieron a Blatter la popularidad y aceptación que le han permitido ganar la presidencia de la FIFA por cinco veces consecutivas y con mayorías que son la envidia de cualquier político de marca mayor o menor.
Blatter tiene otras habilidades muy suizas, incluyendo una clara aversión a ver al futbol como objeto de agendas políticas de gobiernos. Esto explica también su esfuerzo en disipar exitosamente la reciente animosidad palestino-israelita y que hubiera creado precedentes funestos si Israel hubiera sido expulsado de la FIFA.
La transformación del campeonato mundial de futbol en un evento en el cual participa representativamente todo el planeta no es por cierto del agrado de muchos aficionados. Las federaciones de Europa creen que la superioridad técnica futbolística del continente no es avalada en un sistema en el cual oscuros países del tercer mundo obtienen el derecho de jugar en el Mundial a costa de mejores equipos. Claro que hay un razonamiento político detrás de esta renovada estructura, pero está basada creo yo en un propósito elevado. No hay nada más convincente que la sana alegría de un niño pobre en una oscura barriada alentando al equipo de su país frente a un televisor.
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