Autor: R.P. José Carlos Areán*
Dos leonas no hacen pareja. Dos gatos, tampoco. No pueden aparearse. Para ello tendrían que ser de distinto sexo y de la misma especie. Son cosas de la zoología. De la Madre Naturaleza. No es producto de la cultura hitita, fenicia, maya, cristiana o musulmana. Por supuesto, no es un invento de la Iglesia.
Muchos siglos antes de que Jesús naciera en Belén, el Derecho Romano reconocía el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer. Después ellos se divertían con efebos, que para eso estaban, para el disfrute. La esposa era para tener hijos.
La palabra matrimonio procede de dos palabras romanas: “matris” y “munio”. La primera significa “madre”, la segunda “defensa”. El matrimonio es la defensa, el amparo, la protección de la mujer que es madre, el mayor y más sublime acto humano.
Cada palabra tiene su significado propio. Una compra-venta gratuita no es una compra-venta, sino una donación. Y una enfiteusis por cinco años no es una enfiteusis, sino un arriendo vulgar. Llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo me parece como poco serio. Jurídicamente, un disparate, de carcajada. Que le llamen “homomonio”, “chulimonio”, “seximonio”, matrigay o lo que quieran, todo menos matrimonio, que ya está inventado hace tiempo.
Nadie llama tarta de manzana a la que está hecha de peras, ni tampoco se le dice taza a la bacinica, ambas son blancas y con asa, pero en una desayunamos y en la otra defecamos.
Lo curioso es que cuando dices cosas como estas, algunos te miran como extrañados de que no reconozcas la libertad de las personas. Y por más que les dices que sí, que respetas la libertad de todos, que cada uno puede vivir con quien quiera, incluso con su perro, pero que eso no es un matrimonio, van y te llaman intolerante. Pero pongamos las cosas en su verdadera dimensión, los homosexuales son alrededor del 10% de la población, el 90% restante es heterosexual; entonces, reconocer a ese 10% y aceptar que son diferentes es tolerancia y democracia, pero ceder a sus caprichos ya no es democracia ni tolerancia, es estupidez.
No sé lo que harán los parlamentarios españoles (o en otros Países alrededor del Mundo) a la hora de votar. Son políticos, no juristas. Votarán por razones políticas, no según Derecho. Las consecuencias son graves. Si un varón tiene derecho a casarse con otro varón y una mujer a hacerlo con otra mujer, ¿le vas a negar el derecho a un hermano a casarse con su propia hermana? ¿O a un padre a hacerlo con su hija? ¿No tienen el mismo derecho? La sociedad y los Valores cada vez más en quiebra, por intereses personales, políticos etc., etc… Huele a podrido. Como en Dinamarca.
*Capellán del R.C. Celta – Vigo