Por Eduardo González Viaña
En el avión desde Los Ángeles, me ocurrió algo que me ha parecido idéntico a la situación política del país.
Al tomar el lugar que me correspondía, di las buenas noches a mi compañera de asiento, pero ésta resultó ser una señora algo malgeniada o quizás muda que volvió la cabeza hacia la ventana.
Dormí de un tirón, desperté a las cinco de la mañana y me dirigí al baño del avión. Un caballero, sentado con su esposa, dos filas antes, hizo lo mismo.
Quizás él volvió primero y se equivocó. En la oscuridad de la nave, tomó asiento al lado de la señora muda. Por mi parte, me senté al lado de su esposa. No me di cuenta.
De repente, la señora que estaba a mi lado y que yo presumía era la muda, recuperó el habla y me dijo: “Eres un madrugador, amorcito.”
Sorprendido por su impertinencia, me puse un antifaz para dormir. No habían pasado cinco minutos cuando sentí que la mano de la señora muda acariciaba mi cabeza y me decía: “Peladito, dormilón…”
Me levanté del asiento indignado, pero de inmediato comencé a presenciar una escena en el lugar al que había ido el otro caballero, o sea el mío al lado de la muda. Aquélla gritaba: “Este hombre es un degenerado”
Cuando se prendieron las luces de todo el avión, la muda continuó “Este hombre ha querido manosearme.”
El hombre asustado se puso de pie, y la mujer que estaba a mi lado clamó: “Ese hombre es mi esposo”. Luego me miró: “¿Y usted, quién es?”
Pasa lo mismo en el Perú. De un momento a otro, hemos despertado al lado de quien no esperábamos. Hace cuatro años presencié la campaña de las organizaciones populares para lograr que el candidato Ollanta Humala llegara al gobierno.
Los “partidos” de hoy pagan con dinero o especies el aplauso de sus “portátiles”, la pega de carteles, las pintas y la presencia s en sus manifestaciones. Humala no necesitó eso. Los campesinos que vi en Cajamarca hacían “cuyadas” para apoyar al que consideraban su candidato. Un anciano campesino estaba vendiendo su único borrego para comprar pinturas y hacer cartelones humanistas.
Su candidato les había dicho que si tuviera que elegir entre el agua y el oro, se quedaba con el agua.
Eso lo vi hace cuatro años. El candidato triunfó pero hizo todo lo contrario de lo que prometía. Desde el primer día, decidió la continuidad del modelo económico y del acta constitucional de Fujimori. Ante el problema social minero, impuso una política dura con los de abajo y complaciente con las corporaciones internacionales.
El hombre que vendió su único borrego debe de haber sufrido mucho cuando varios de los suyos cayeron muertos por los balazos de un cuerpo policial que parecía al servicio de la minera. Aparte de los muertos, el hombre sabe que muchos de sus familiares y compañeros han sido golpeados y otros padecen injusta persecución judicial.
La dureza de una policía a la que se ha dotado de una ley que le asegura impunidad contrasta con la pasividad del gobierno frente al narcotráfico, la inseguridad y la delincuencia.
En mucho se parece a un suceso del siglo pasado. En 1931, una buena parte de la población votó por Luis Sánchez Cerro pensando que su formación militar y la dureza de sus facciones eran muestra de firmeza y de dinamismo.
Aunque tenía listo el fraude electoral, aquél necesitaba masas para la campaña, y los grupos choloides y afroperuanos se las dieron en la inocente creencia de que haría un gobierno para quienes se le parecían físicamente, los de abajo. No fue así. Apenas victorioso, se entregó por completo a los ricos. En todo les sirvió, con obsecuencia.
Incluso, llegó hasta el paroxismo demencial de bombardear una ciudad peruana, Trujillo, y de ordenar la ejecución de miles de ciudadanos. Pero la derecha siempre pide más y más, y peor todavía, los blancos jamás lo consideraron uno de ellos y nunca lo admitieron como socio en el Club Nacional.
Sumamente parecido en el rostro a Sánchez Cerro, quien también se sublevó en el sur, el actual gobernante-aparte de su inclemencia con los campesinos pobres-sólo ha exhibido un liderazgo endeble y pusilánime. Durante todos estos años, ha parecido siempre un ex presidente.
Y a pesar su total sometimiento ante la derecha, sufre el constante acoso de los grupos sociales a los que sirve y tanto él como los suyos son tratados con desprecio y discriminación.
¿Confusión conyugal? Tal vez. El gobierno trabaja para quienes no lo eligieron, y quienes vendieron un borreguito o se deslomaron para apoyar la campaña otra vez han sido postergados y engañados.
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