padre ciro castilloPor Jorge Rendón Vásquez

Para muchos saltar de la existencia gregaria a la singularidad creada por los reflectores de la prensa escrita y cinemática es una vehemente aspiración, secreta en unos y ostencible en otros. Hay quienes darían su vida por figurar en un par de líneas de un periódico y en unos segundos de un noticiario televisado. Poco importaría la razón de esa minúscula y efímera notoriedad. Si por azar fueran enfocados por un camarógrafo, su ego explotaría de felicidad que se apresurarían a comunicar a cuantos conocieran.

 

Para los políticos la publicidad, denominada más específicamente propaganda, es un asunto de vida o muerte. Hay una relación estadística entre la cantidad de votos que pretenderían recibir y el espacio y tiempo de exposición en los medios. Ese impacto suele ser superior al 50%. Los volantes, u octavillas como se les decía en Europa, no superan, en cambio, el 1%. Con variantes por el nivel de formación política de la población en los países con democracias representativas esos porcentajes son sustancialmente semejantes, por el condicionamiento de los electores debido a la educación y al impacto de los medios. Es la manera de ser de la superestructura política en los países capitalistas. Las posibilidades de ser elegidos están acaparadas por representantes de los empresarios quienes financian su propaganda, solapada o abiertamente. Quienes no pueden pagar la propaganda en una magnitud semejante o superior a la de aquellos están excluidos de hecho del lote de candidatos del cual saldrá en ganador.

Figurar en los medios, por lo tanto, como sea, aunque escriban o hablen mal de ellos, cubre gran parte de su campaña política. Debieran reflexionar sobre esto ciertos periódicos de izquierda que desbordan sus páginas con titulares, fotografías y artículos sobre determinados políticos que aunque estén más sucios que palo de gallinero deben de celebrar esa propaganda gratuita, que repercute favorablemente a ellos en la conciencia de numerosos electores con los cuales podrían tener de común el rechazo a la noción de moral. La crónica de los actos delictivos debería ser mesurada, y la crítica política, económica y de otro orden de los hechos y personajes de la vida pública, tan necesaria, ser didáctica y con la ponderación y espacio compatibles con el fin deseado. De otro modo, su efecto podría ser contraproducente.

Un grupo diferenciado de personas engolosinadas con la publicidad y la propaganda está constituido por ciertos parientes de políticos, de víctimas de hechos lamentables, de artistas, literatos, delincuentes y otros personajes que por alguna razón se convierten en actores mediáticos.

Hasta hace algunos meses, el padre de un desafortunado joven que perdió la vida en un barranco era una estrella de los medios, concedía entrevistas y hasta por ahí alguien dijo que podría ser candidato a parlamentario. Con los padres de otros jóvenes fallecidos en un incendio pasó otro tanto. Los familiares de los delincuentes posan a menudo ante los fotógrafos de los periódicos y dan sus manifestaciones. Y en los semblantes de todos ellos se contempla su satisfacción al ser enfocados. ¡Claro! los reporteros los buscan, los fotografían, los entrevistan y los siguen. Tienen que llevar ese material a sus comitentes. Se trata de una magnificación que, sobrepasando la noticia, es una modalidad de alienación de la conciencia colectiva. Una excepción encomiable a esa fiebre de publicidad fue la actitud del padre de un joven arrojado desde una tribuna al nivel inferior por una banda de hinchas hechidos de furia homicida. Se mantuvo aparte del asedio publicitario con dignidad.

Los parientes de ciertos políticos forman una subespecie privilegiada de este grupo. Lo constituyen sus cónyuges, padres, hermanos etc. Por sí carecerían de importancia para los medios y no existirían. Aparecen cuando se muestran intencionalmente: por ejemplo, la esposa del Presidente de la República, quien se coloca en el primer plano en ceremonias oficiales en las que, según la ley y el protocolo, no debería estar allí; cuando critican al pariente político, como el padre del Presidente de la República, cuando arremete contra su hijo, como un Cicerón o Demóstenes para jolgorio de sus entrevistadores; cuando intervienen en un escándalo o en un hecho que podría recibir la calificación de delictuoso o en cualquier otro suceso susceptible de sospecha con tal de desprestigiar al político, cuyos ejemplos abundan. En casi todos estos casos, los parientes circunstancialmente mediáticos, suspiran pensando en la manera de capitalizar esa propaganda como un trampolín que los impulse hasta alguna candidatura. Destruido el político o terminada su función en el Estado y siendo ya innecesario para el poder mediático atacarlo, sus parientes regresan a la nada publicitaria de la que sólo emergieron cuando el poder mediático quiso utilizarlos. Este casi nunca se ocupa de estas personas si observan una conducta intachable, emiten alguna opinión favorable al pariente político o guardan prudente silencio.

Un antiguo proverbio francés enseña: la palabra es de plata, pero el silencio es de oro. Y no es necesario que los parientes mediáticos sepan francés para aprenderlo.

(9/8/2015)