francisco 8Por Eduardo González Viaña

Acababa yo de cumplir veinte años de edad cuando gané las elecciones a la Federación Universitaria de Trujillo con más del noventa por ciento de los votos en cada una de las facultades de nuestra casa de estudios… pero no en todas…

 

En la facultad de Normal Urbana, las estudiantes —en su mayoría, señoritas— levantaban un rosario y comenzaban a rezar para exorcizarme cada vez que yo, como candidato de la izquierda, me presentaba en uno cualquiera de sus salones.

No las culpo. Todo estaba condicionado en el Perú para actuar de esa manera. Eran los años iniciales de la revolución cubana. Para escuchar a Fidel Castro, los universitarios de los años 60 nos levantábamos a las 4 o 5 de la mañana y prendíamos Radio Habana, en un volumen muy bajo porque estaba prohibido sintonizarla. Recuerdo que varios de mis compañeros en Trujillo fueron arrestados por ese delito.

Tanto los motivos de las chicas como las razones del gobierno se basaban en la defensa de la “civilización occidental y cristiana” que el estado nos inculcaba. En el alineamiento de la Guerra Fría, todos los países, incluidos los más pobres, debían unirse para defender al capital y al imperialismo aunque aquellos no fueran ni muy nuestros, ni muy civilizados ni muy cristianos.

La tortura, la discriminación, el robo de niños, las violaciones, las desapariciones, el autoritarismo y la perversidad sin límites tienen sus orígenes en esa custodia. Gendarmes del sistema, nuestros mayores criminales —Videla, Pinochet, Fujimori—, aunque deplorables representaciones del Anticristo, se hacían pasar como protectores de nuestros valores cristianos.

Felizmente, ya hace tiempo que la iglesia comenzó a tomar distancia de ese supuesto aliado que, en vez de Dios, venera el oro y reemplaza los mandamientos con las sacrosantas leyes de la oferta y la demanda.

Las cosas han cambiado, y el rostro que hoy vemos en la televisión ses el de un sonriente sacerdote argentino haciendo misa en la Plaza de la Revolución ante un gran retrato del Che Guevara.
Además, el líder del mundo cristiano ha dicho tajantemente que nadie puede aceptar el neoliberalismo y seguir considerándose cristiano.

Al igual que el santo poeta de su nombre, en su carta, el Papa nos habla de una fraternidad cósmica que nos hace hermanarnos con las fuerzas de la naturaleza. Hay que recordar que en nuestro país y en nuestros días, San Francisco de Asís podría ser señalado como un subversivo antiminero y antisistema por su amor a la hermana tierra “que es toda bendición” y a la hermana agua “que es útil, casta y humilde.”

No ha elegido mal el Papa Francisco los países que hoy visita, la Cuba heroica, cuyo amor a la justicia la hizo resistir 50 años, y los Estados Unidos en los que hay un pueblo sediento de escucharlo y que está hastiado de los anacrónicos mensajes de odio que propala cada día un hombre de peluquín. Los inmigrantes latinoamericanos allí, por otro lado, quieren escuchar que los católicos de todo el mundo estamos de su lado.

Como este Papa que visita Cuba y Estados Unidos, el Che Guevara dijo alguna vez que el verdadero revolucionario es guiado por un gran sentimiento de amor. Por su parte, Martin Luther King, señaló que “nuestra lucha debe servir para superar las necesidades corporales y al mismo tiempo para ir más allá y establecer la comunidad del amor.”

Vuelvo al Trujillo de mis años universitarios. Me acuerdo de que en misa celebrada en la catedral, el Canónigo Ulises Calderón de la Cruz proclamó que el guerrillero Luis de la Puente Uceda debería ser canonizado y recordó que, antes de partir a luchar repartió sus extensas propiedades entre los campesinos pobres. Mañana temprano, me levantaré a escuchar la antes prohibida radio Habana. La voz que ahora escucharemos allí hablará castellano con acento platense

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