Herbert Mujica Rojas
Incontestable apotegma del avatar político peruano es que el Estado no representa a los 30 o más millones de ciudadanos. En algunos casos, basta con alejarse pocos cientos de kilómetros del centro de poder, la ruidosa Lima, para entender que el Estado no existe. En muchas provincias campean pandillas locales con su propia ley formal, su sistema de cooptación y sus dinámicas para recaudar fondos a troche y moche. Mosaico insalvable, hasta hoy, no obstante el Perú se mueve.
¿Qué es el Estado peruano? Una maquinaria elefantiásica, poco moderna, nutrida de miles de leyes contradictorias entre sí, hambrienta de recursos pero que a los poderosos serviles y correas de transmisión del genuino poder en ultramar, allende y aquende, no les cobra impuestos completos. En cambio al hombre y mujer común le exacciona hasta chuparle la sangre íntegra y robarle su economía por varias generaciones.
Hay definiciones clásicas de cómo el Estado es el intrumento de opresión de una clase o varias clases sobre las otras menos poderosas o escuálidas de cualquier atisbo de mando o influencia. ¿Discute nuestra fauna política acerca de Estado de qué clase y qué clase de Estado quieren o anhelan como parte de su diseño económico y político? En su mayoría los muy idiotas se creyeron el cuento de los acérrimos del libre mercado que cacarean que esa polémica es bizantina o inane. ¡Desdichados!
En no pocos casos, el burócrata que representa al Estado en las oficinas públicas, es un individuo capaz de reptar, hábil en la fabricación de coimas o dineros sucios e integérrimo para apisonar el camino al pariente, a la amante, al hijo que aún estudia y egoísta como para olvidar que es pagado por el dinero de los tributos de los peruanos y derrochar recursos que no son suyos y que dispendia con la facilidad de quien jamás hizo esfuerzo por ganarlo. En América Latina, el burócrata peruano debe estar entre los más grandes vendepatrias de que se tenga memoria.
El Perú profundo no está muy lejos de las capitales o de la metrópoli central Lima. En el 2005 asistí a Huacho a un evento político que me tuvo entre sus oradores. Conocí personas que venían de la Sierra de Lima en viaje de algo así como 8 horas. Así como lo lee ¡8 horas!, el lapso que demora tomar una avión hacia Santiago de Chile y volver al Perú. Falta de caminos impecables, orfandad de autoridad política, el habitante del interior con su tiempo subjetivo, Ich zeit, improvisa sus propias dinámicas, vive su vida y logra no pocas conquistas. Es decir, se mueve. A pesar del Estado y su inacción escandalosa.
¿Sirve el Congreso que no cesa de proclamarse como el ágora donde se reúne la "representación nacional"? Merced al acopio de escándalos protagonizados durante el quinquenio que está por terminar el 2016, hay que repetir con González Prada que hasta el caballo de Calígula se avergonzaría de ser parte de semejante corporación. ¿No nos hemos enterado de algo más de 100 ciudadanos de los que nadie sabía que eran legisladores en los últimos 3 ó 4 meses?
El Estado nacional peruano no funciona sino en pequeñas porciones tradicionales y siempre bajo la premisa que es insuficiente, paquidérmico, incapaz de procesar el reclamo ciudadano por salud, trabajo, educación y seguridad. En este último acápite hay que subrayar que hay amigos de lo ajeno en altas instancias y aunque visten saco y corbata son tan rateros como los proletarios que arranchan monederos, rompen vidrios o cabezas y escapan a toda velocidad.
Un Estado que por pura inercia sólo obedece el comando de gobiernos entreguistas, claudicantes, aventureros, se resigna a oír y acatar los mandatos que vienen desde los centros de poder financiero, económico e industrial de todo el orbe. Ellos deciden qué produce Perú, qué precios pone a sus exportaciones primarias, qué límites debe acatar cuando ejerce su "soberanía" y cómo regala en bandeja de plata los grandes negocios del país, verbi gracia, Telefónica. La ilusión de libertad conmueve a todos y satisface la mentira republicana de independencia desde el mismísimo 28 de julio de 1821 cuando los españoles americanos dijeron haberse liberado de los ibéricos que ocupaban media Lima y buena parte del Perú iniciático.
Leo y releo las ofertas electorales más desopilantes, unas peores que las otras. Los rostros, los de siempre, canosos y avejentados, improductivos pero parte del Perú cosmético, de vitrina. El otro Perú, el profundo, el multicolor, aquél casi siempre despreciado y devaluado por razón de su color de tez o forma de rostro, se mueve y lo hace casi siempre ignorando qué dicta el Estado inepto y colonial que sigue obedeciendo órdenes desde las matrices lejanas.
Perú se mueve a pesar del Estado.
29.09.2015