Jans Cavero*
A seis meses para las elecciones generales, el panorama resulta desolador. Mientras el Parlamento, el Jurado Nacional de Elecciones, los propios actores políticos, y los medios de comunicación, se enfrascan en discusiones como las “reformas” pendientes, precandidaturas, o la postulación de sentenciados por terrorismo recientemente liberados, pocos se atreven a decir que el tema de fondo no será resuelto ni con reformas inoportunas.
El tema central para recuperar la confianza ciudadana en la política es ¿cómo evitamos que indeseables gobiernen o asuman representación política? La cuestión, sin duda, trasciende el plano electoral, y aunque urgen enmiendas al sistema de gobierno y fundamentalmente al sistema de partidos, el problema es más complejo, porque se trata, desde mi punto de vista, del ejercicio de ciudadanía activa y la consolidación de liderazgos.
Desde este enfoque, las elecciones primarias, la alternancia, el financiamiento de los partidos, el voto preferencial, entre otros, no resolverán la precariedad de la política, porque no se circunscriben necesariamente al sujeto de la política. Por esta razón, alguna de estas figuras puede ser democrática para una ciudadanía políticamente desencantada, pero perjudicial para los militantes y la consolidación misma de las organizaciones políticas.
La elección primaria abierta, por ejemplo, puede ser peligrosa, porque podría hacer que un outsider se alce con el triunfo, desplazando a un mejor cuadro político. Hoy en día, aspectos como la belleza, simpatía, presencia mediática, fama, juventud, dinero, son mucho más valorados por un sector social, a efectos de delegar su representación política. Igual sucede dentro de los partidos políticos, donde no necesariamente los mejores cuadros políticos son promovidos por sus dirigencias. Así, dentro de la organización, por estrategia, se prefiere promover a los amigos, ahijados, y a quienes reúnan cualidades superfluas, sin importar si serán líderes estables o si responderán a las expectativas de cambio que requiere el Perú.
Una elección primaria presidencial también puede asolapar intereses personales por encabezar listas congresales. Es frecuente postular precandidatos que no tienen mayor opción frente a sus contrincantes. Cuando un frente o alianza compuesta por varias organizaciones tiene varios precandidatos, es porque cada integrante del frente quiere posicionar a su precandidato en la lista congresal. Al fin y al cabo no es poca cosa haber sido precandidato presidencial, según las cúpulas.
La alternancia tampoco resuelve el problema de fondo, pues si bien la mujer ha sido tradicionalmente excluida de la vida política, cada vez se ha ido empoderando en diferentes ámbitos. Ni la ley, ni las organizaciones políticas vigentes, prohíben a las mujeres afiliarse a un partido, ser dirigentes, candidatos o líderes del mismo. Que la mujer no pueda, por las múltiples obligaciones que tiene, o sencillamente porque tiene otras preferencias, es un asunto más cultural que discriminatorio. Lo mismo cabe plantear respecto a la cuota juvenil.
Por lo tanto, estamos ante un dilema entre empoderar a las organizaciones políticas o empoderar a candidatos que generen confianza en un país apático políticamente. Esto no impide que en un futuro próximo puedan consolidarse ambas cosas. Sin embargo, ello dependerá de muchos otros factores concurrentes.
Llama poderosamente la atención que para las elecciones generales 2016 la ciudadanía no apele a la historia política. ¿Cómo es posible que el fujimorismo, que tanto daño le ha hecho al país, esté favorito en las encuestas?; ¿cómo es que el APRA, que también le ha hecho daño a la nación, esté posicionado en el tercer lugar de las preferencias? Igual cabe plantear, aunque con otros matices, de candidaturas como las de Toledo, Acuña, Kuczynski, Urresti, y otros personajes seriamente cuestionados.
Así el panorama sólo cabe concluir: O estas encuestas están mal hechas, manipuladas, o dirigidas, o los peruanos estamos asistiendo a un proceso de autodestrucción política.
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