Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Dicen que la inteligencia emocional es fundamental para el éxito en la vida. Trasladada esta premisa a la dimensión estatal, sin duda la República de Chile, que merece el mayor de nuestros respetos, en los últimos 7 años ha debido soportar dos demandas judiciales internacionales de naturalezas distintas.
Primero fue el Perú cuando el 16 de enero de 2008 presentó una solicitud —ese es su nombre técnico— ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) respecto de la controversia jurídica de delimitación marítima que mantuvimos y que fue, finalmente, resuelta por la Corte (2014). El 23 de mayo de 2013, Bolivia decidió incoar a Santiago ante la CIJ requiriendo de esta que los obligue a negociar una salida al mar.
El juicio con Perú culminó con una victoria jurídica para nuestro país —en otra columna explicaré a qué denominamos victoria jurídica— y en lo que va del litigio con La Paz, a los mapochos les ha sobrevenido una primera derrota judicial cuando la Corte rechazó la excepción preliminar de su incompetencia planteada por Chile.
La inversión chilena en abogados internacionales y nacionales, y toda la logística que supone litigar en la Corte, ha sido cuantiosa y los resultados no han reflejado las expectativas que tenían. La situación complejísima se ha visto reflejada en la reciente renuncia del agente Felipe Bulnes.
Nadie renuncia así nomás. Se hace porque las cosas no están bien. El problema es que Chile desnuda su pertrecho interno y ese es un signo muy malo en términos de estrategia judicial, pues los jueces han sido los primeros en percatarse del difícil escenario que se viene para los sureños en La Haya. Puro estrés jurídico.
Correo, 26.11.2015