vladimiro montesinos keiko fujimoriPor Hernán de la Cruz Enciso

        Después de la primera vuelta de las elecciones en Perú, en que participé como candidato al Congreso en la lista de Democracia Directa, el acuerdo partidario para la segunda vuelta fue votar viciado, pues tanto Keiko Fujimori como Pedro Pablo Kuczynski se encuentran en la otra orilla de nuestras propuestas; es decir, ellos representan a la derecha impuesta por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

        Vinieron después días de reflexión, en que comencé a pensar serenamente cómo sería el próximo gobierno de Keiko Fujimori o Pedro Pablo Kuczynski, y de pronto desperté a la realidad y me encontré cara a cara con el pasado, con ese pasado que creímos que no volvería nunca.

        Yo llegué a Lima en 1990. Después de terminar la secundaria, me preparaba para ser escritor leyendo todos los libros que caían en mis manos (porque no había, no hay, una universidad donde se enseñe este oficio), y escribía cuentos y novelas que, espero, se publiquen algún día. Pío Fernández Cano, director del diario Última Hora, me dio la oportunidad de trabajar como Corrector a pesar de que yo no había pisado aún una universidad. Mi labor consistía en revisar, sin que falte una coma, los artículos de César Hildebrandt, que tenía en el suplemento dominical una columna muy leída. Por el diario Última Hora pasaron César Lévano, Alfredo Berríos Reiterer, Víctor Robles Sosa y Nilo Espinoza Haro. Un día Fujimori ordenó encarcelar a Yehude Simon después de inventar pruebas contra él por un supuesto asesinato. “Simon es emerretista”, dijo toda la prensa chicha del fujimorato a página completa mostrando las “pruebas del delito”. Claro, todo eso era falso, preparado por los servicios secretos. El objetivo de Fujimori era eliminar del terreno político a un naciente líder socialdemócrata que podía hacerle sombra en los siguientes años. Simon pasó varios años en la cárcel, por gusto.

        Pero después vendría lo peor para los periodistas: las muertes, despidos y secuestros. El fujimontesinismo enterró vivo al periodista huachano Pedro Yauri después de hacerle cavar su propia tumba, asesinó al hombre de prensa ayacuchano Luis Morales Ortega, secuestró y torturó a Gustavo Gorriti, cortó con serrucho el brazo del periodista Fabián Salazar (redactor de La República) y voló en pedazos con un sobre bomba a la joven periodista pucalpina Melissa Alfaro cuando investigaba la desaparición del estudiante universitario Ernesto Castillo.

        Los muertos del fujimorismo estaban por aparecer en las calles y en las universidades. César Hildebrandt se fue a España, dizque becado, pero fue porque se descubrió por informes de una agente de inteligencia, de nombre Mariella Barreto, de un plan para asesinarlo y echarle la culpa a Sendero. A Barreto la encontraron después en pedacitos en un costal en el norte de Lima. El responsable: el grupo Colina de Fujimori. Asesinaron al líder sindical cusqueño Pedro Huillca y culparon a Sendero. Después se sabría toda la verdad.

        Después llegó el golpe del 5 de abril de 1992. Cerraron el Congreso y los parlamentarios fueron secuestrados en sus casas. Nuestro diario, Última Hora, salió sin titulares en la portada porque nos censuraron, pero con la foto de un tanque que llevaba en el cañón un letrero que decía: “Vamos Boys”. Al día siguiente nuestro diario fue cerrado. Así comenzó la persecución. El periodista que se oponía al régimen, recibía mil presiones y amenazas. Los dirigentes estudiantiles o gremiales que hablaban contra la dictadura, aparecían muertos en “accidentes” o en “asaltos”. Toda voz disidente e inteligente era castigada con la persecución o la presión. Y para que pueda brillar el parásito mayor (Fujimori), sus áulicos apagaban cualquier luz de la razón y la verdad, convirtiendo el país en el reino de los borregos.

        Algunos periodistas que nos quedamos sin trabajo empezamos en Diariouno, un periódico de oposición donde estaban Nilo Espinoza, Iván García Mayer, Pedro Salinas, Alberto Borea Odría y muchos otros jóvenes que hoy brillan en el periodismo nacional. Pero desde el primer día sufrimos el acoso de los servicios secretos de Montesinos. Presionaban a los empresarios para que no pongan aviso en nuestro periódico, para matarnos de inanición. “Compraban” a los canillitas para que escondan el diario. Sobrevivimos algunos meses. Pero la muerte estaba anunciada desde el primer día. Era delito oponerse al sátrapa, que ya empezaba a vender a las transnacionales todo lo que no le pertenece con el aplauso de toda la prensa chicha. Vendió a precio de gallina flaca Petroperú, la refinería de La Pampilla, los grifos, lotes petroleros con reservas probadas, Solgas, Sider Perú, Aero Perú (ahora LAN), Hierro Perú (ahora Shougang, china), Centromin, Entel Perú (ahora Claro y Movistar), Electro Lima, etcétera. Más de 200 empresas peruanas pasaron a manos de las transnacionales, y los peruanos fueron condenados a ser empleados.

        Meses después comenzamos en el diario La Mañana, fundado por Maruja Valcárcel y el genial Sofocleto. Imposible sobrevivir. Sofocleto estaba hecho de otra madera: era un ser nacido para ser libre y no se sometería jamás y Maruja se había forjado bajo el yunque del indigenismo. Juntos eran dinamita y un peligro real para Fujimori. La presión económica vía Sunat empezó enseguida. Los periodistas eran seguidos por los servicios secretos como vulgares ladrones. Algunos éramos sospechosamente asaltados en pleno Miraflores. Al poco tiempo cerró La Mañana, y Sofocleto se fue a su casa a morirse lentamente en este país donde los mejores murieron olvidados.

EL RETORNO DE LA MAFIA

        ¿A favor de los pobres? Yo no le creo a Keiko Fujimori cuando habla de trabajar a favor de los pobres. En su familia esa propuesta es antigua. En 1990, Fujimori le ganó a Mario Vargas Llosa (“el candidato de los ricos”) con el apoyo de los pobres al ofrecerles “honradez, trabajo y tecnología”. La propuesta sólo sirvió para llegar a Palacio. El “candidato de los pobres” cambió de pellejo no bien llegó al poder: de inofensiva lagartija pasó a voraz y peligroso lagarto. Se rodeó de los ricos del país y nos llevó a la peor etapa de nuestra historia. Intentó acabar con la pobreza esterilizando a los pobres para que no tengan más hijos mientras traía chinos por miles para que ocupen el lugar de los peruanos que no nacerían nunca. A los pobres les repartía comida contaminada con sicoquímicos para que no puedan reaccionar ni protestar y les regalaba cuadernitos y uniformes en vez de darles un trabajo digno.

        ¿Honradez? La mafia se cargó el país en peso. Los fujimoristas se volvieron millonarios con el dinero de todos los peruanos. Entregaron casi todas las empresas estatales a sus allegados. Por poco privatizan nuestras casas y las calles. Una parte de ese dinero (seis mil millones) se llevaron a bancos del exterior y con ese dinero estarían financiando su campaña.

        ¿Trabajo? Fujimori ofreció trabajo para todos (como ahora) pero despidió miles de trabajadores y acabó con la estabilidad laboral, convirtiéndonos en el país de los cachuelos. Fueron creación del fujimorismo los services que les roban a los trabajadores. A los jóvenes de entonces nos prometió el futuro (como ahora) y nos robó el presente. Abrió nuestro mercado a los chinos, a la competencia desleal (dumping), y ahora nuestros pequeños empresarios de Gamarra (fabricantes de ropa y zapatos) se encuentran al borde de la quiebra. Desde esos años hasta ahora se fueron del país casi tres millones de peruanos, principalmente jóvenes, en busca de ocupación, como consecuencia del modelo económico que enriquece a unos pocos y empobrece a las mayorías.

        ¿Tecnología? Somos un país “picapiedras”. En eso nos ha convertido Fujimori y los siguientes presidentes que aplicaron el mismo modelo económico y la misma Constitución. Vendemos piedras (minerales) a precio de gallina flaca y compramos productos fabricados con esas mismas piedras pero costando miles de dólares. Cero en tecnología. Compramos chatarra, llenando las calles de carros de segunda mano.

        ¿Educación? Fujimori firmó con el Fondo Monetario Internacional (FMI) una carta de intención que posicionó a la educación peruana en el último lugar en Latinoamérica, sólo encima de unos cuantos países. Según ese compromiso de sometimiento, el Perú debe destinar a la educación menos del 4% del Producto Bruto Interno. Los dueños del FMI (Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón, España y otros) nunca permitirán que destinemos más dinero a la educación. No les conviene. Destinando, por ejemplo, un 15% de nuestro PBI a ese rubro (como los países europeos), en veinte años nos industrializaríamos y superaríamos a esos países, quitándoles el mercado mundial (porque tenemos materias primas). ¡Eso quieren evitar el FMI y Fujimori al imponernos ese mísero 4%!

        Y ahora, los que nos robaron a todos los peruanos (los Fujimori, Martha Chávez, los Chacón, los mismos de antes pero con un nuevo rostro, Keiko), nos hablan de honestidad. Los que llevaron al país a la dependencia total, nos hablan de cambio. Los que beneficiaron a los extranjeros, hablan de promover al empresariado peruano (las empresas peruanas son asfixiadas con impuestos antitécnicos, mientras las multinacionales tienen privilegios). Los que implantaron una de las dictaduras más implacables de esta parte del mundo, hablan de democracia (independientes, apristas, izquierdistas, peruposiblistas, acciopopulistas, todos sin distinción de color político, tuvimos que salir a las calles en la Marcha de los Cuatro Suyos para recuperar nuestro derecho a la libertad política).

SUPERVIVENCIA DE LA IZQUIERDA

        Por último me pregunto: si entra Fujimori, ¿qué será de la nueva izquierda, aquella que después de veinte años, desde el primer fujimorismo, aparece como una propuesta seria para los destinos del país? ¿A cuántos de sus dirigentes estudiantiles, campesinos, gremiales y docentes matarán en “asaltos”, “atropellos” o en “ajustes de cuentas”? ¿Habrá condiciones favorables para que la nueva izquierda pueda construir una estructura política? ¿Fujimori dejará que cambiemos “su” Constitución, ahora que tenemos más de dos millones de firmas para tomar el camino del referéndum? ¿Qué será de los dirigentes que en calles y cerros pelean por un pedazo de dignidad y tierra, por una gota de agua? ¿Qué será de los activistas del medio ambiente, que luchan por la defensa de las cabeceras de cuenca? ¿Los matarán también y los harán aparecer en costales, por pedacitos, como lo hacían en los tenebrosos años del fujimorismo? ¿Qué será de la Patria amada, ahora ajena para sus hijos, en manos de aquellos que siembran muerte y destrucción en el mundo? ¿Cuántos cerros entregarán a las transnacionales, ahora sí, después de hacer una limpieza étnica (porque las esterilizaciones forzadas fueron eso)? ¿El fujimorismo seguirá promoviendo a Sendero Luminoso con fines políticos y económicos (narcotráfico)?

        “Con PPK, de ganar, tendremos un gobierno de derecha –dice César Hildebrandt, y yo estoy de acuerdo–. Pero eso es algo en lo que ya somos expertos: de derecha han sido también Toledo, García y Humala. Y, sin embargo, con ninguno de ellos, a pesar de mil miserias, hemos sentido que estaban en riesgo los cánones de la democracia. PPK nos recordará a Manuel Prado y al Belaunde de Manuel Ulloa. Será un episodio. Con Keiko Fujimori no podemos saber qué novela negra tendremos que leer. PPK es predecible. Keiko es la hija ilesa y fiel –más allá de las apariencias electorales– de quien convirtió al Perú en una mierda”.

        Muchos peruanos, cansados de ver gobernando a los mismos peones del sistema pero con rostros diferentes, proponen el voto en blanco. Otros promueven el voto viciado, escribiendo por ejemplo “Fuera transnacionales”. Respeto sus decisiones porque son votos de indignación. Pero son solo eso, votos de indignación, voto perdido que puede llevar a Palacio a Keiko Fujimori. Yo no votaré blanco o viciado. Yo votaré contra los crímenes y contra la corrupción de la mafia de Fujimori.

        Si gana PPK, seremos oposición desde las ideas, como lo fuimos en los últimos veinte años, y construiremos el Proyecto Allin Kawsay en cierta paz. Si gana Keiko Fujimori, sería fácil y cobarde pedir asilo político y marcharse del país para que quienes votaron por la mafia sepan en carne propia lo que es vivir en una dictadura con careta de democracia. Pero no lo haremos. Como no habrá paz ni sosiego, estaremos en primera fila peleando desde las calles, hasta recuperar el Perú para los peruanos.

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